El niño lobo pasa frío en el mundo de los hombres
Marcos Rodríguez Pantoja, criado solo entre animales durante 12 años, vive a los 71 en un pueblo de Ourense. Un colectivo recauda fondos para comprarle una caldera
El mowgli de Sierra Morena se llama Marcos Rodríguez Pantoja y va camino de los 72 años. Este invierno ha sido duro en la pequeña casa que habita en Rante (San Cibrao das Viñas, Ourense), y el descomunal relato de su vida se interrumpe a cada poco por una tos violenta que le taladra el alma. Asegura que hoy se siente algo mejor, que ayer lo llevaron a dar una charla y no recuerda dónde estuvo por lo mal que se encontraba. Luego se suena largamente, y el tiempo se hace eterno a la espera de otro episodio de su infancia salvaje. Esa fue, según él, la única vida feliz que recuerda. Los lobeznos que lo aceptaron como un hermano, la loba que un día le dio de comer y de la que aprendió qué significaba la maternidad; los ciervos, los pájaros, las culebras, los murciélagos que dormían al fondo de su cueva y ese enorme coro de animales con los que intercambiaba graznidos y aullidos. Entre todos le enseñaron a sobrevivir, y por ellos supo qué alimentos eran buenos y qué hongos o qué bayas no debía probar. El uso del fuego y la fabricación de utensilios lo aprendió de un anciano cabrero de zapatos de corcho que enseguida murió, o desapareció, dejándolo completamente solo en torno a 1954, cuando aún tenía siete años.
Hoy, el niño lobo que a los 19 años fue arrancado de su entorno natural cuando fue descubierto por la Guardia Civil pasa frío en el mundo de los humanos. Esa sensación no era tan intensa en la montaña. Allí cuenta que pronto se quedó sin ropa y que se vistió con pieles. Andar, solía andar descalzo: "Solo me envolvía los pies cuando me dolían por la nieve", relata. "Tenía unos callos tan grandes que para mí darle una patada a una piedra era como darle a una pelota". Tras su captura, mientras trataba de resistirse entre mordiscos, el mundo de Marcos Rodríguez se desmoronó y ya nunca pudo recuperarlo. Sufrió incomprensión, engaños y abusos; fue explotado en la hostelería y la albañilería; y su integración en la manada humana jamás ha sido completa. Pero ahora sus vecinos de Rante lo aceptan "como uno más" y el colectivo de defensa medioambiental Amig@s das Árbores da Limia organiza charlas y recaba fondos para aislar la casa que habita Rodríguez Pantoja y comprarle una caldera de pellets. Nada de eso puede pagar con su pensión no contributiva.
Marcos Rodríguez es uno de los pocos casos documentados en el mundo de niños criados entre animales, lejos de los humanos. Nació en Añora (Córdoba) en 1946; al morir su madre en un parto cuando él tenía tres años, su padre marchó a vivir con otra mujer a Fuencaliente (Ciudad Real), donde hacían carbón. Cuenta que allí no conoció nada más que el maltrato y con siete años fue abandonado. Lo llevaron a la sierra para relevar a ese pastor anciano que cuidaba 300 cabras, y entabló su propia sociedad con los animales al quedar solo en la etapa vital del aprendizaje. Cuando lo encontraron ya no andaba erguido y había sustituido las palabras por los sonidos de la fauna. Pero llorar, lloraba. "También los animales lloran", recalca.
Hoy, mientras va pescando en el pozo de su memoria episodios que siempre suenan nuevos, cualquier conversación con Marcos Rodríguez acaba desatando su defensa apasionada de la naturaleza. "El hombre lo ha echado todo a perder", lamenta. "La ciudad desprende porquería y todo el mundo va a morir", augura. Hoy "el monte ya no es como era", y él tampoco lo es: cuenta que lo han llevado muchas veces a zonas de lobos, por ver si se le acercaban. Pero ya no. "Notas que están ahí al lado, los oyes jadear, y se te ponen los pelos de punta... pero no es tan fácil verlos. Si hay lobos y los llamo, me van a contestar, pero no van a venir a mí", lamenta. "Porque no me lavo con barro ni me visto con pieles. Huelo a las cosas de las personas, y me echo colonia".
Su insólita existencia fue objeto de estudios antropológicos y libros como los de Gabriel Janer, además de la película Entrelobos (2010), de Gerardo Olivares. Insiste en que tras su captura ha luchado mucho por salir adelante y que no le importa si hay quien no le cree. Admite que alguna vez ha probado a escapar del mundo de los hombres, "pero es difícil". "La sociedad es como una droga, por una cosa u otra te va atrapando". Siempre hay impedimentos y barreras. Al menos un par de ocasiones regresó al "valle del silencio" donde estaba su gruta. Vio desencantado que había cortijos y grandes portalones eléctricos. Aquellas ramas y melenas de los árboles que dice que usaba a modo de "lianas, para cruzar el río" como un tarzán, estaban podridas y se cayó. No, definitivamente, el mundo que conoció Marcos Rodríguez Pantoja ya no existe, pero en él sobrevive una sabiduría natural que nadie le puede robar.
"Creo que se ríen de mí porque no sé hablar de política, ni de fútbol", lamentaba un día. "Ríete tú de ellos", le aconsejó el médico: "Todos saben menos que tú". Después de sobrevivir penosamente en Madrid, Mallorca y Fuengirola, acabó recalando en Ourense, adonde llegó de la mano de un policía gallego. Cuenta que lo trajo para emplearlo como albañil en su chalé, y acabó quedándose a vivir en su casa. Después, el hombre murió y tuvo que mudarse. En su camino ha habido mucha gente mala, pero también solidaridad. De todas formas, con los congéneres que se siente más a gusto es con los cachorros humanos. El agente forestal Xosé Santos, integrante de Amig@s das Árbores, cuenta que le organizan sesiones en colegios para que hable de su amor por los animales, del sinsentido del "matar por placer" y del cuidado del medioambiente: "Es alucinante cómo envuelve a los niños con su experiencia vital".
Al pequeño salvaje de Sierra Morena no le gustan nada las historias de Caperucita y Los Tres Cerditos; los cuentos infantiles donde los lobos son una amenaza y siempre tienen las de perder. "El coco, el hombre lobo... La luna llena no transforma en fiero a nadie: los lobos aúllan y tienen más actividad solo porque esa noche ven mejor", ilustra. "Prohibiría totalmente esas leyendas... los mayores asustan sin razón a los niños y eso no está nada bien".
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