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El dilema existencial de Ibiza

La hostilidad hacia los visitantes asoma tímidamente en una isla entregada al verano de sol y playa

Gente comiendo y bebiendo en el mercado de Las Dalias, Ibiza.
Gente comiendo y bebiendo en el mercado de Las Dalias, Ibiza.

Primera semana de julio en las calles del puerto de Ibiza, en La Marina, donde se agolpan tiendas, restaurantes y locales nocturnos. Se trata de una de las zonas más visitadas de la isla, pero no hay mucho movimiento. “La temporada ha empezado fatal”, aseguraba entonces el dueño de una tienda de moda. “Nada que ver con el verano pasado. Este año no dejan pasar los coches por aquí, y al final lo que vienen son familias de los cruceros que se dan un paseo y no se gastan un duro”, lamenta.

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Esta opinión la repiten otros empresarios de la zona, que también denuncian que los emblemáticos pasacalles de las discotecas ya no pueden estar compuestos de gente desnuda, por la presencia de familias con niños, y que “se está atacando al turismo de fiesta como ya pasó hace años”. ¿Cabe promocionar más turismo? ¿Otro tipo de turismo, menos familiar? La respuesta es, según Podemos, que es parte en el Gobierno balear, un “no” rotundo. Según la vicepresidenta Viviana de Sans, “la promoción turística debe quedar en stand-by una buena temporada”.

Como Sans, muchos apuntan a la inminente explosión de una burbuja que no ha parado de crecer durante la presente década, que ha derivado en alojamientos carísimos y que ha llevado al visitante de clase media a buscar otros destinos de vacaciones. Paralelamente se ha fomentado un turismo de lujo que no es suficiente para dar de comer a todos los negocios de la isla, por mucho que algunos hayan intentado subirse al carro y ahora cobren el doble por sus productos de siempre.

Muchos ya avisaban en el verano de 2010 que algo estaba cambiando en Ibiza, y que se corría el riesgo de que la isla perdiera su esencia. Tras unos años apoteósicos, se decidió combatir el turismo de borrachera y drogas y se prohibieron las discotecas matinales. Los fiesteros dejaron de ir, y se vivieron unos veranos nefastos para la economía local. Casi todos reconocen hoy que era necesaria una transformación. Surgieron los hoteles de cinco estrellas como Ushuaia, Hard Rock o el Gran Hotel Ibiza, y los clubes de playa de lujo como Blue Marlin o Nikki Beach. Muchos auguraban que la isla terminaría siendo una nueva Marbella, mientras famosos de todo el mundo como Paris Hilton o Madonna peregrinaban a las remotas calas en julio y agosto.

Los últimos años han sido de crecimiento continuo, con varias temporadas consecutivas colgando el cartel de completo. El año pasado Ibiza y Formentera recibieron a tres millones de visitantes, el doble que Menorca y un 12,6% por encima del año anterior.

Hoy la isla parece estar en plena búsqueda del equilibrio entre lo que fue y lo que ha construido estos últimos años. Entre seguir atrayendo a fortunas rusas y árabes sin dejar de lado a los jóvenes que buscan la mejor música electrónica. Entre recuperar a las familias de clase media alta o al público gay sin perder a los famosos. Son muchos tipos de turismo para una isla de apenas 571 kilómetros cuadrados.

El veraneante gay busca otras opciones fuera de la isla

El turismo gay también se ha visto afectado por la transformación que ha operado Ibiza en los últimos tiempos, y ha abandonado paulatinamente las islas en pos de otras opciones como la griega de Mykonos, o destinos nacionales para el público LGTB más asequibles, como Torremolinos.

Ibiza intenta ahora recuperar a un veraneante rentable, que no renuncia a la hamaca, a comer, cenar en restaurantes y salir de noche.

Este verano, la cadena de hoteles Axel, orientada a homosexuales, ha inaugurado establecimiento en la Cala de Bou, cerca de San Antonio. También en San Antonio abrió sus puertas hace un año el Hotel Purple, bajo el sobrenombre de Gay Only, solo para gais.

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