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Jorge Fernández, la bestia negra en la derecha del independentismo catalán

El tortuoso camino político y religioso del exministro del Interior de Rajoy del entorno centrista de Adolfo Suárez a representar la derecha más repudiada por el Parlamento

Javier Casqueiro
El exministro del Interior Jorge Fernández Díaz, durante el pleno del Congreso.
El exministro del Interior Jorge Fernández Díaz, durante el pleno del Congreso.Ballesteros (EFE)
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Jorge Fernández Díaz está estos días sensible y desconcertado. A sus 66 años y tras pasar por 12 cargos de relevancia y varias etapas de ostracismo no se esperaba un final tan abrupto a su larga carrera política de casi 40 años. Cree, y lo sostienen también en su entorno, que se está produciendo “un ensañamiento injusto” sobre un personaje que ofrece públicamente un semblante seco, introspectivo y autoritario pero que tiene también un talante más dialogante y de consenso del que aparenta. En lo que partidarios y detractores coinciden es en que el combate contra el nacionalismo catalán ha sido una fijación hasta convertirse en su “bestia negra” y en la razón última de la reprobación aprobada por toda la oposición en el Parlamento, que mantiene ahora su veto para que ocupe cualquier cargo representativo tras ser acusado de promover una policía patrióticapara investigar y promover escándalos falsos de partidos independentistas.

En la prolongada trayectoria de Fernández Díaz ha habido momentos críticos, altibajos y recompensas. La perseverancia y su capacidad de aguante le han permitido convertirse en la gran referencia hace décadas de la derecha españolista catalana hasta fundar casi la estirpe de los Fernández, que ha copado los principales cargos de AP y el PP en Cataluña. Pero Jorge Fernández Díaz (Valladolid, 1950) no es de partida catalana ni tampoco originario de AP.

Fernández Díaz fue el segundo de diez hermanos de un matrimonio entre un vallisoletano (teniente coronel de caballería y subinspector de la Guardia Urbana de Barcelona durante el franquismo) y una navarra que se asentaron cuando él apenas tenía tres años en la capital catalana. Allí estudió, se crió y a los 28 años sacó con uno de los primeros números la oposición para inspector de trabajo. Fue su puerta de entrada a la política pero bajo el paraguas de la UCD de Adolfo Suárez cuando, destinado en Asturias, conoció a Rafael Calvo Ortega, el entonces ministro de Trabajo del presidente centrista. Luego ya hizo toda la trayectoria de UCD a CDS y más tarde al PP, siempre ligado a las listas en Barcelona como látigo, bicha y fusta en principio moderada del nacionalismo de Jordi Pujol. Hasta que llegó la etapa de José María Aznar al mando del PP, que le condenó a otro destierro interno.

En 1990 el PP de Aznar buscaba su lugar ideológico en Cataluña, menos antiguo y más conflictivo contra los nacionalistas, y fue Fernández el que fichó a Alejo Vidal Quadras, que a las pocas semanas le postergó y arrinconó.

En 1991 gobernaba España el PSOE y alcanzó un pacto autonómico que gestionó en el PP como vicesecretario nacional Rajoy y que se nutrió de ideas de una de las voces autonómicas entonces más relevantes del partido: Jorge Fernández. A partir de ahí trabajaron juntos.

En 1996, tras el pacto del Majestic, de Aznar y Rajoy con Pujol y CiU, Vidal Quadras fue decapitado y el PP tuvo que nombrar a Alberto Fernández, hermano menor de Jorge, para pacificar sus aguas en Cataluña.

Jorge Fernández ya estaba junto a Rajoy, con el que compartió cargos en los cuatro Ministerios por los que pasó el actual presidente del Gobierno. En 2011, cuando Rajoy gana tras la larga travesía por la oposición, Fernández aspiraba a un cargo más institucional que de refriega en primera línea. Como había sido vicepresidente de las Cortes llegó a soñar con la presidencia del Congreso. Rajoy le hizo un requiebro y le encargó, por su experiencia, el Ministerio del Interior. Fue un regalo envenenado por la patata caliente del desafío independentista.

Jorge Fernández no se amilanó y contraatacó o, en el mejor de los casos, dejó actuar a la que internamente se conoce como la policía patriótica: un grupo de mandos policiales destinados a desprestigiar con escándalos prefabricados a los dirigentes nacionalistas. Una grabación en su propio despacho le delató, aunque todavía está por probar judicialmente su implicación directa. El Parlamento le reprobó y Rajoy le dejó caer en su reciente remodelación del Ministerio de Defensa que anhelaba para poner el broche a su carrera en un momento de exaltación máxima de su conversión religiosa. En esta etapa crítica se refugia a diario en misa, en sus paseos con su perra Lola y sus dos nietos, en su virgen de la Inmaculada Concepción y en Marcelo, el nombre que le ha puesto a su ángel de la guarda.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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