Si no lo ve el Parlamento, no vale
O completar el traspaso de competencias con su control democrático, o no moverse, o retroceder

Este guirigay es muy serio, porque versa sobre algo bastante sagrado, el presupuesto. Y es muy aleccionador porque constituye un aldabonazo para cambiar las cosas. A mejor.
Pues lo que hay, hoy, es la peor secuencia.
Rebobinemos: 1) el Gobierno español (PP) envía a la Comisión el borrador de presupuesto 2016 con un mes de antelación, para que se lo valide y poder usarlo como carburante electoral; 2) los servicios técnicos de Bruselas lo consideran ultraoptimista y electoralista, y así lo escriben en su borrador de dictamen prescriptivo; 3) el comisario Pierre Moscovici, francés y socialista, adelanta en el Eurogrupo y a la prensa ese dictamen, muy crítico con los postulados Guindos-Rajoy; 4) el ministro conservador alemán, Wolfgang Schaüble, arremete contra ese criticismo, que pone en solfa al alumno aventajado de la austeridad; y 6) el vicepresidente de la Comisión, Valdis Dombrovskys, hace lo mismo y el colegio de comisarios aplaza el dictamen que había adelantado Moscovici, desautorizándole.
Convendrán en que este sainete es ridículo. Y que las sospechas de impresentable politización partidista, legítimas.
Más grave. La evaluación de los presupuestos por la Comisión, antes de presentarse ante cada Parlamento, fue un gran avance. Un logro en cesión de la —obsoleta— soberanía presupuestaria. Y en el proceso para dotar de contenido a la unión económica, y no dejarla solo en monetaria: para acabar con la soledad del euro y su instrumento único, el BCE.
Esa evaluación previa se reguló en el semestre europeo, el six pack y el two pack (paquetes de directivas y reglamentos). Sobre todo en el reglamento 473 (21/5/2013). Fue el inicio de ir armonizando, también, la política fiscal.
Pero, ay, contenía un pecado. El escaso peso de los organismos de control: mientras se traspasa una competencia de vigilancia fundamental, ¿a quién hay que, democráticamente, rendir cuentas? El artículo 15 de ese reglamento solo brinda la posibilidad de que el Parlamento Europeo examine “los resultados del debate del Eurogrupo sobre los dictámenes de la Comisión” acerca de los presupuestos sometidos a evaluación. Con todo respeto. Así, como opción no vinculante, eso es pura filfa.
O el Parlamento se toma en serio esta cuestión, y funda ya una Comisión de Control del Eurogrupo, que lo vigile cada mes, tras su reunión habitual, y así, lo condicione, lo advierta, lo module. O el Eurogrupo campará a sus anchas con Schaüble de tenor, la Comisión de criada y el español de turno, de ocasión, excusa o coartada para cualquier rifirrafe.
Hay dos alternativas a esta estrategia sensata de completar, por fases, las transferencias económicas con el traspaso de su control democrático. Una es el inmovilismo, que no arregla la insuficiente democracia, la agrava. Otra es la que dibujó aquí el jefe del banco central alemán, el Bundesbank, Jens Weidmann (EL PAÍS, 30/9): reclamar una imposible unión política de sopetón, mientras se desguaza la Comisión y se delegan sus funciones clave a organismos puramente técnicos: “independientes”, sí, pero de todo control. Ambas son fatales. Si un Parlamento —el que sea— no controla el presupuesto, nada vale.
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