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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La cuestión de la desigualdad

Sería una frustración enorme que al final del ciclo electoral no cambiara nada

Josep Ramoneda

La corrupción, el deterioro del régimen y la cuestión territorial ocupan gran parte de la atención en los debates de un año plenamente electoral. Escarnios como el de la Agencia Tributaria que compara al PP con Cáritas para justificar que reciba donaciones ilegales y no pague por ellas (doble infracción) confirman la pésima salud del régimen y la escasa sensibilidad democrática del partido gobernante que sigue sin asumir responsabilidades políticas por las hazañas de su tesorero y utiliza los servicios de la Administración para protegerse.

Hay cierta tendencia a creer que el factor electoral decisivo es la economía

En este contexto, cuesta que entre en la agenda electoral la desigualdad que hoy es el principal problema de España. Cuando la desigualdad se acerca a sus niveles catastróficos el sistema se resiente en cadena: las fracturas sociales crecen, se pierde eficiencia, aumenta el gasto, cae la mítica productividad, crece la inseguridad, el Estado del bienestar se gripa y se hunden las expectativas, que son el verdadero motor social.

Hay cierta tendencia a creer que el factor electoral decisivo es la economía. De esta idea vive el PP: si la economía crece la victoria se dará por añadidura. Pero esta visión estadística de la economía que circula por los despachos, que ve la caída de los salarios como un éxito de las reformas y no como un problema para millones de ciudadanos, es socialmente ininteligible. La verdad social de la economía es otra: es la percepción que los ciudadanos tienen de sus expectativas de futuro. Mientras el Gobierno pregona que ya se ha salido de la crisis, los salarios siguen bajando, los nuevos empleos duran un suspiro y la hora de trabajo a tiempo parcial es muy inferior a la de tiempo completo.

La corrupción destruye las instituciones, quiebra la moral colectiva y sale muy cara al país. Esperábamos que los Gobiernos sometieran los mercados a la democracia y resulta que lo que hacen es adaptar la democracia a los mercados, es decir, vaciarla poquito a poco. Con razón los nuevos partidos claman contra este deterioro. Sería una frustración enorme que al final del ciclo electoral no cambiara nada. Pero esto no debería impedir reconocer que la cuestión de fondo es la desigualdad. Y que en todos los problemas del país subyace la cuestión de la equidad.

Es irritante ver el desprecio que la derecha tiene por la cuestión de la desigualdad
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François Hollande ganó a Nicolas Sarkozy con una campaña basada en la idea de justicia. Una vez en el poder se olvidó de ella y se hundió hasta convertirse en el presidente francés con mayor rechazo. El que ponga la cuestión de la desigualdad en el centro de la agenda política y fuerce a los demás a reconocerla, tendrá la iniciativa en la campaña. Siempre y cuando sea capaz de ser creíble en las formas de plantearla y en las propuestas para afrontarla. Es irritante ver el desprecio que la derecha tiene por la cuestión de la desigualdad. “¿Qué es la igualdad? Los hombres siempre hemos sido desiguales”, dicen. ¿Cinismo o estupidez?

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