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El profeta y su familia

La confesión de la herencia de Jordi Pujol, los negocios de sus hijos y la imputación de dos de ellos arrinconan al político

Francesc Valls
rdi Pujol durante su actuación en el maratón de cuentos en el TNC.
rdi Pujol durante su actuación en el maratón de cuentos en el TNC.Joan Guerrero

En abril de 1989, Jordi Pujol regresaba en helicóptero del entierro de unos bomberos, cuando observó una columna de humo que se levantaba en la Vall d’en Bas, cerca de Girona. “¡Pare, pare y baje aquí!”, le ordenó al piloto. La Generalitat había dado órdenes ante la sequía de no quemar rastrojos y allá abajo un transgresor la estaba desafiando. El payés vio estupefacto descender el helicóptero en medio de su finca. Y con ojos como platos fue testigo de excepción: de la cabina bajó nada menos que el presidente de la Generalitat, quien con gritos amenazadores y brazos gesticulantes le espetó: “¡Haga el favor de apagar esto!”. Esa era una de las virtudes de Pujol: su ubicuidad y su estilo directo. El 5 de julio de 2003, desde lo alto del macizo del Montsec d’Ares, entre Cataluña y Aragón, señalaba un núcleo de casas: “¿Ya llega el agua corriente a los Massos de Millà?”, preguntó, mientras se interesaba por el estado de la pierna del hermano de uno de los alcaldes integrantes del comité de bienvenida en el remoto término de Sant Esteve de la Sarga.

Pujol era todo un mito. Un hombre católico y de derechas que pasó tres años en la cárcel por oponerse a Franco; un político frío, calculador y con gran tacto que tenía su país y a cada uno de sus habitantes en la cabeza… Más que presidente, Jordi Pujol era el alcalde de Cataluña. Los ciudadanos lo identificaban en ocasiones con el ojo orwelliano del Gran Hermano o con el padre temido, rígido e infalible, pero querido. En seis convocatorias electorales autonómicas consecutivas le dieron su confianza y le convirtieron en el presidente más políticamente longevo de la historia de Cataluña en democracia.

Ahora todo ha cambiado. El mito ha caído. La latente superioridad ética y moral sobre la que se cimentaba su nacionalismo a pie de obra ha entrado en barrena. Pujol ha dilapidado su patrimonio. Su calvinismo se antoja puro exhibicionismo a la vista del fraude que ha cometido, según propia confesión.

Nadie quiere la amistad de un evasor fiscal. Y menos en plena crisis. Jordi Pujol ya no podrá ser lo que apuntaba: el último gran profeta del nacionalismo catalán. Su sentido del deber le ha llevado, no obstante, a emprender la última hazaña: intentar, como Sansón, expiar sus debilidades con la autoinmolación, esta vez sin matar filisteos.

Marta Ferrusola posa en su domicilio barcelonés con sus siete hijos: de izquierda a derecha, Marta, Oriol, Jordi, Josep, Mireia, Pere y Oleguer, en 1977.
Marta Ferrusola posa en su domicilio barcelonés con sus siete hijos: de izquierda a derecha, Marta, Oriol, Jordi, Josep, Mireia, Pere y Oleguer, en 1977.efe

Es quizás el único camino para pasar a la posteridad. De otra manera, ¿quién va a creer en sus parábolas éticas? “¡Hay que pagar impuestos!”, clamó y razonó desde un megáfono que había pedido prestado a un grupo de ciudadanos. Era mayo de 1993 y decenas de personas se manifestaban en el entonces todavía cinturón rojo de Barcelona contra el aumento de tasas en el recibo del agua. En casa la disciplina fiscal debía ser más laxa, pues bajo su propio techo algunos han ignorado el precepto del impuesto solidario.

Marta Ferrusola y Jordi Pujol durante la fiesta de CiU en 2003.
Marta Ferrusola y Jordi Pujol durante la fiesta de CiU en 2003.Vicens Giménez

El sólido armazón doctrinal de Pujol —Péguy, Bergson y un poco de Mounier— ha fracasado en su propio domicilio. Sinceridad, por lo que parece no ha habido mucha. Maria, hermana de Pujol, no sabía nada de que su padre, Florenci, muerto en 1980, hubiera testado en favor de Marta Ferrusola y de los hijos de su hermano. Jordi, al menos, así lo ha explicado y convertido en su argumento autoinculpatorio central de confesión el pasado 25 de julio. ¿Cómo se puede esconder una herencia durante 34 años? ¿Cómo en todo este periodo no se encuentra el momento oportuno para regularizar la situación con la Agencia Tributaria, a pesar de las tres amnistías fiscales a las que se ha podido acoger? Todo señala a un expolio continuado. Se trataría de una pesca, como la de los salmones de Franco: solo con tirar la caña se cobra pieza segura. Algunos de sus hijos se han revelado maestros en intermediar entre las empresas y la Administración. Jordi Pujol Ferrusola es un discípulo aventajado. Pero también se han beneficiado de concursos Josep, Pere, Marta... En Cataluña no todo el mundo ha callado ante los “aromas de corrupción”, en términos del que fuera fiscal general del Estado Eligio Hernández, que fluían de algunos negocios del entorno familiar de Pujol y que han acabado este año con la imputación de Jordi y Oriol. El grado de pluridisciplinariedad de los negocios de Jordi Pujol Ferrusola son tales que sus habilidades desbordan a los investigadores de la UDEF (Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal). Su asesoramiento implica “la intermediación inmobiliaria en distintas zonas de España, el negocio de las refinerías petrolíferas, el desarrollo de plantas fotovoltaicas o la actuación como broker especialista en compraventa de participaciones de diversas sociedades mercantiles”. El informe policial remitido al juez de la Audiencia Nacional Pablo Ruz considera que Jordi Pujol Ferrusola cobraba por no hacer nada, y pone como ejemplo un servicio por el que facturó 1,1 millones de euros. En el contrato que justificaba ese pago, fotocopiado en el informe, se establece que “José Coronado Mateu paga 1,1 millones de euros a Jordi Pujol Ferrusola para que negocie con José Coronado Mateu la ejecución de unas obras”.

El expresidente, que siempre recomendó tener tres hijos a las parejas catalanas para mantener la natalidad autóctona, ha tenido siete de difícil control. Era habitual que los consejeros de Presidencia tuvieran como misión vigilarlos de cerca. Marta Ferrusola se enfurecía cada vez que alguien osaba discutir el derecho de sus hijos a hacer negocios, “con lo que ella y su marido habían hecho por Cataluña: el sacrificio y la dedicación de toda una vida”, recuerda Ramon Pedrós —jefe de su gabinete de prensa durante 10 años— en la biografía no autorizada La volta al món amb Jordi Pujol (La vuelta al mundo con Jordi Pujol), Planeta, Barcelona, 2002.

El presidente trataba periódicamente de embridar el ímpetu empresarial de sus hijos, pero acababa cediendo. Las presiones de su esposa eran fuertes. Así que la única solución era, cada cierto tiempo, cambiar los fusibles en Presidencia, porque las actividades de Jordi o de Josep, Pere, Marta y más recientemente Oriol producían cortocircuitos. Hasta seis comisiones parlamentarias llegó a paralizar CiU en la última legislatura de Pujol por razones de nepotismo o partidistas. La familia, El mejor equipo de tu vida, tal como rezaba un lema puesto en circulación por el último Gobierno de Jordi Pujol, también fue decisiva para aupar a Artur Mas. Primero desplazó a Miquel Roca en el terreno municipalista del partido; luego a Pere Esteve de la dirección de CDC; también le tocó el turno a Joaquim Triadú, de Presidencia, y, por último, a Josep Antoni Duran Lleida en la carrera por suceder a Pujol. Mas era un delfín de toda confianza y su recambio, Oriol Pujol, estaba preparado. Pero este julio fatídico el presunto soborno del caso ITV ha acabado con el Pujol con más vocación política.

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Sobre el expresidente pesa mala conciencia de que su dedicación política le ha restado horas para sus hijos, gobernados y moldeados por Marta Ferrusola. La esposa de Pujol desde siempre ha balizado la vida del expresidente. “Ahora es el momento de quedarse”, le dijo Marta, sabedora de que la noche entre el 21 y el 22 de mayo de 1960 la policía llamaría de madrugada a su puerta. La justicia franquista lo condenó a siete años, de los que cumplió tres en prisión por ser el autor de la octavilla que voló semanas antes, en un abarrotado Palau de la Música, titulada Us presentem el general Franco. Luego le acompañó en el caso Catalana, en mayo de 1984, tras lograr su primera mayoría absoluta, la fiscalía presentó una querella contra él y otros 24 directivos por apropiación indebida y falsedad documental en la citada entidad. El 30 de mayo de ese año, decenas de miles de personas apoyaron en las calles a Pujol, que se dirigió a ellos desde el balcón de la Generalitat y pronunció la célebre frase: “El Gobierno central ha hecho una jugada indigna”. Como cuando en pleno franquismo las pintadas nacionalistas identificaron a Pujol con Cataluña, ahora se retomó el estribillo. La trinidad Cataluña, familia y Pujol se revelaba perfecta. “En adelante, de ética y de moral hablaremos nosotros, no ellos”, proclamó ante las masas. Muchos le creyeron. Las senyeres colgaban de numerosos balcones en solidaridad con el catalán que iba a ser víctima de la maquinaria española del Estado.

La querella era un ataque político a Cataluña y a Pujol. Algunos socialistas catalanes, como Raimon Obiols, fueron objeto de las iras de los más exaltados cuando salían del Parlamento de la Generalitat. Eran pujolistas “indignados” que gritaban “matadlo, matadlo”. El coche del alcalde Maragall fue aporreado y ejemplares del diario EL PAÍS, que avanzó la noticia de la querella, quemados. Pujol tomó como abogado a Joan Piqué Vidal, condenado luego a siete años de prisión por el caso de Luis Pascual Estevill, un juez que mandaba a prisión a los empresarios que no pagaban mordida y al que CiU envió como representantes al Consejo General del Poder Judicial. Piqué es una toga de oro pasada por presidio, del que se dice que influyó sobre los jueces que componían la desaparecida Audiencia Territorial de Barcelona y que votaron 33 contra 8 en favor de la exculpación.

Han pasado los años y, visto lo visto, la desconfianza y el escepticismo se han apoderado de algunos de sus incondicionales.

“Mi estado de ánimo es de un gran dolor y un enorme cabreo”, aseguraba esta misma semana un dirigente de la federación nacionalista que ve peligrar su formación, CDC, tras las confesiones de su fundador. En palabras del politólogo recientemente fallecido Miquel Caminal, el “nacionalismo instrumental” del que antaño hacía gala Pujol se desvanece ante el soberanismo, mientras la justicia extingue su aura profética.

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