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Columna
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El mito de la estabilidad

Cuando el PP habla de estabilidad está diciendo es que nadie tiene fuerza para echarle

Josep Ramoneda

El PP ha elevado la estabilidad política a la categoría de mito. Dicen que la mayoría absoluta parlamentaria es la mejor baza de la que el Gobierno dispone para afrontar la crisis y su principal valor frente a Europa, porque garantiza la continuidad en las políticas de ajuste de obligada observancia. Al día siguiente de la declaración de Bárcenas ante el juez y del enésimo escaqueo de Rajoy ante la prensa, el presidente se reunió con empresarios del más alto nivel y les garantizó estabilidad política. La Moncloa difundió una fotografía de familia con todos ellos con un mensaje claro: el dinero está con el presidente. Realmente, ¿es esto lo que piden los ciudadanos?

El Gobierno utiliza la estabilidad política para todo y especialmente para justificar la reincidencia en sus errores: el desprecio a la opinión pública, que ya fue proverbial en el pasado (recuerden el Prestige y el 11-M); la incapacidad para explicar las políticas que lleva a cabo: se hacen pero no se cuentan; el uso partidista de las instituciones (corrupción no es solo llevarse el dinero, es también dejar que se deteriore la democracia por estricto interés propio); la resistencia a exigir responsabilidades a aquellos de los suyos que rompen las reglas del juego: a Bárcenas se le protegió mucho más allá de lo razonable; y la falta de sensibilidad para entender que hay conductas insoportables en un país en que la gente lo está pasando tan mal.

El ‘caso Bárcenas’ no es algo accidental, es algo estructural

Pero, ¿realmente existe esta estabilidad política? ¿Se puede considerar que es estable un país con seis millones de parados, con el presidente del Gobierno sometido a chantaje por un excolaborador suyo, con el partido que gobierna hundido literalmente en las encuestas sin que un recambio alternativo tome cuerpo, con el presidente del Gobierno en las cotas más bajas de credibilidad, con un régimen político gripado y con un proyecto de separación de Cataluña en curso que afecta a la estructura territorial del Estado? Cuando se habla de estabilidad política simplemente se quiere dar garantías a los poderes fácticos internos y externos de que se continuará con el ajuste en curso, basado en la caída de los costes laborales, es decir, en la destrucción masiva de empleo y la regulación del mercado de trabajo a la baja. Y de paso se utiliza como coartada para minimizar el caso Bárcenas, como un incidente de recorrido que no puede perturbar el viaje previsto.

El Gobierno del PP, espoleado desde el exterior, ha hecho una serie de reformas económicas, que han hecho aumentar espectacularmente las desigualdades. El resultado de ellas está a la vista: se cae uno de los emblemas del sistema. Tener trabajo ya no garantiza unas condiciones de vida dignas. Y parece que no es suficiente todavía, porque se insiste en que los salarios han de caer más. ¿Alguien me explicará cómo se legitima un sistema en el que trabajar no da para vivir dignamente? Si se sigue por este camino, que es el marcado por el Gobierno, la democracia está en peligro. Y de hecho el Gobierno ya abunda en comportamientos poco democráticos. No dar las explicaciones pertinentes en el caso Bárcenas es un modo de deteriorar el régimen democrático y generar la desconfianza de los ciudadanos. Como lo es también negarse de modo sistemático a afrontar las reformas políticas necesarias. El régimen está atascado. Y el PP, tan reformista en lo económico, siempre mirando hacia arriba, es incapaz de afrontar una reforma política que solo puede pasar por una redistribución del poder.

Por eso el caso Bárcenas tiene algo de estructural al sistema. Es un problema del PP, obviamente. Una trama confusa de dinero y arribistas pegada a la estructura del partido, con personajes que llevan un montón de años beneficiándose de ella, 20 en el caso del extesorero. No es algo accidental, es algo estructural: al PP y al sistema de partidos que tiene España, que requiere una renovación de arriba abajo. El PP está atrapado por los círculos concéntricos de las tramas corruptas y el sistema carece de una alternativa real de gobierno. Esto es una democracia bloqueada. Para limpiarla hay que modificar las reglas del juego.

La estabilidad como argumento para no hacer nada es insostenible. Primero, es un mito: la legitimidad de origen a la que apela Rajoy —“el mandato que me han dado los españoles”— se ha volatilizado en el ejercicio como muestran las encuestas. Segundo, es inaceptable democráticamente apelar a ella para tender un tupido velo sobre uno de los casos de corrupción política más importantes de la democracia. Y tercero, cuando el PP habla de estabilidad lo único que está diciendo es que nadie tiene fuerza para echarle. Hasta que la ciudadanía diga basta.

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