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DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN

Rajoy se aferra a la reducción del déficit

El presidente quiere abrir una fase nueva en la legislatura que deje atrás los recortes

Mariano Rajoy, en el Congreso el 19 de diciembre de 2011, el día del debate de su investidura.
Mariano Rajoy, en el Congreso el 19 de diciembre de 2011, el día del debate de su investidura.ULY MARTÍN

El primer año de la legislatura debía servir para hacer las reformas impopulares que exigen sacrificios y que desgastan al que gobierna; el segundo, para adoptar medidas más próximas al programa electoral y al ideario del partido y vislumbrar una recuperación, sin horizonte electoral; y, a partir de ahí, esperar una mejora para recoger los frutos cerca de las siguientes elecciones generales.

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Ese era el plan, de puro manual político elemental, que tenía Mariano Rajoy, apoyado en la tranquilidad de una mayoría absoluta que le ha permitido tomar decisiones sin apoyo y a golpe de decreto. Asumiendo el desgaste por la reforma laboral, los recortes en sanidad, educación y todos los servicios públicos. Contraviniendo su programa, enfrentándose a dos huelgas generales y pasando por encima de pactos o comparecencias en el Congreso.

En ese plan, según explican colaboradores de Rajoy, entraba que un año después de llegar a La Moncloa el primer debate sobre el estado de la nación marcaría el arranque de una nueva fase de la legislatura, con los deberes de las reformas más duras concluidos y pudiendo ofrecer algo de alivio a los ciudadanos. Pero esa hoja de ruta se ha quebrado sustancialmente por imprevistos políticos como el desafío soberanista en Cataluña, los escándalos de corrupción que han acorralado y cambiado el paso al presidente y, sobre todo, las dificultades para remontar la crisis económica. El Ejecutivo daba por hecho que a estas alturas ya se habría tocado fondo, pero los datos, especialmente los de desempleo, auguran que el sufrimiento se mantendrá.

Con este escenario, en su peor momento, Rajoy se enfrentará el miércoles a su primer debate sobre el estado de la nación como presidente, sacando pecho por la reducción del déficit público (su gran obsesión) y por reformas estructurales como la del mercado laboral y la del sistema financiero; duras pero, según el Gobierno, imprescindibles. Llevará bajo el brazo las declaraciones de responsables de la UE y del Banco Central Europeo felicitándole por esas reformas, por haber contenido el déficit —no es probable que en 2012 cumpla el 6,3% fijado, pero se ha reducido mucho— y por haber embridado el gasto de las comunidades. Y, especialmente, por haber evitado un segundo rescate, tras el financiero de mayo, que, según cree, hubiera estigmatizado a España y hubiera exigido medidas mucho más duras sobre pensiones o funcionarios.

Rajoy volverá a presentarse como el pragmático, con el mérito de haberse adaptado a esas circunstancias, sacrificando su popularidad y su palabra. “No he cumplido con mis promesas pero sí con mi deber”, resumió hace unos días. Su intención es, a partir de aquí, dar la impresión de que ha hecho los deberes para empezar una legislatura distinta, ya sin petición de sacrificios. Tiene previsto anunciar medidas de estímulo como el plan de empleo juvenil, de apoyo a los emprendedores o de liberalización de servicios, y reducciones de impuestos. Tiene la ventaja de que el horizonte electoral está despejado hasta las europeas de 2014, cuando podrá comprobar si el enorme desgaste del PP es crónico.

Anunciará medidas de estímulo y una posible bajada de impuestos

“El presidente es consciente de que a la pregunta de si estamos mejor que hace un año no hay posible respuesta positiva. Solo puede ofrecer la impresión de punto de inflexión, tras haber tocado fondo”, explica un dirigente del PP. El paro no deja de subir y todo se complica por las crisis política e institucional que marcarán el debate. El objetivo es poner el contador a cero y convertir el primer año en el de la responsabilidad en situación excepcional, y con el convencimiento de que enfrente no hay nadie. A esa labor titánica debe ponerse Rajoy con el lastre del pesimismo generalizado sobre el presente y el futuro. También con unas valoraciones pésimas del presidente, el Gobierno y todos sus ministros. Sobre todo en lo referido a la credibilidad, gastada y difícil de recuperar por los incumplimientos, admitidos con extraña normalidad por Rajoy.

Esa pérdida de confianza en el presidente ha hecho que cuando ha querido convertir en una cuestión de fe su desmentido del caso Bárcenas haya fracasado, dañado también por la confusión en la versión oficial del PP. El miércoles Rajoy subirá a la tribuna de oradores con lo que queda de su palabra y la propuesta de medidas contra la corrupción, como la reforma del Código Penal, cambios legales para que el Tribunal de Cuentas fiscalice eficazmente a los partidos y ofertas de pacto sobre la ley de transparencia. Su lastre será la credibilidad deteriorada y las dudas sobre el caso Gürtel y el caso Bárcenas, que con el ritmo premioso de la Justicia tardarán en llegar a su fin. La realidad contra la que tanto ha chocado Rajoy y que ahora se ha convertido en un lodazal hará que el debate sobre el estado de la nación se convierta en el del estado de la corrupción. No obstante, La Moncloa prevé que Alfredo Pérez Rubalcaba rehuya el “y tú más”, consciente de que la generalización de casos le hace daño también a él. El PP prevé que el reproche venga más bien de IU y UPyD.

Se enfrenta el presidente a un panorama de desafección ciudadana y con sus votantes dándole la espalda. El convencimiento de su entorno es que, finalmente, los suyos terminarán movilizándose cuando se acerquen las urnas y se aprecien como necesarios los incumplimientos del primer año. Tiene varios ministros quemados por su gestión, pero ninguno será removido en breve.

El mismo día del debate hay convocada una huelga insólita en la Justicia que sirve como paradigma de lo que ha sido su Gobierno en este año: falta de acuerdo con los afectados por sus medidas, rechazo hasta de los más próximos a su posición ideológica y rectificación e incumplimiento de compromisos programáticos.

Otro asunto previsto para el debate es el de Cataluña, para el que Rajoy, frente a CiU y ERC, puede mantener el mismo discurso de su actuación y mensajes públicos: firmeza, evitando durezas innecesarias que generen victimismos. Este es el terreno en el que menos temor a jugar tiene La Moncloa.

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