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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La variable país

Zapatero negaba la crisis; Rajoy se empeña en agrandarla para hacer más meritoria su gestión

¿Estamos a Rolex o estamos a setas? Esa es la pregunta que debería hacerse el Gobierno del presidente Mariano Rajoy cumplidos sus 100 primeros días. Porque conviene que nos aclare si atisba algún horizonte o si para salir del agujero está decidido a entrar en el agujero, como dice esa cuña publicitaria radiofónica. La percepción es que su actitud resulta idéntica a la del Gobierno del presidente José Luis Rodríguez Zapatero, sin más que someterla a un elemental proceso de inversión. De modo que Zapatero negaba la crisis, pensando que su optimismo antropológico servía de exorcismo para ahuyentarla; mientras Rajoy se empeña en ennegrecerla y agrandarla, para hacer más meritoria su gestión redentora. Se diría que, una vez más, falta sentido de país, de continuidad. Que se prefiere el recurso al adanismo, el empeño por la inauguración permanente de la historia. Pero una cosa es que desde la óptica partidista semejante proceder beneficie a las siglas propias y perjudique a las de los adversarios y otra que, en todo caso, quede dañada la consideración internacional del país, una variable básica en momentos de crisis bajo escrutinio global.

Como decía Keynes a propósito de la economía, “se puede hacer cualquier cosa, excepto evitar sus consecuencias”. Es decir, se pueden agravar las cifras del déficit, se puede sembrar la desconfianza sobre la validez de las cuentas públicas, se pueden escabullir las responsabilidades sobre los balances de las comunidades autónomas, se puede titubear sobre Bankia, se puede alardear de ser soberanos ante Bruselas, se puede restar autoridad y solvencia a los sindicatos, se puede amnistiar a los defraudadores, se puede indultar a los corruptos de UDC por mediación interesada de su jefe político Duran i Lleida, se puede presentar a la directora de Política Interior Cristina Díaz como portavoz en la jornada de huelga, se puede decir que solo las madres integran la categoría de mujer-mujer, se puede derogar la ley de plazos para la interrupción voluntaria del embarazo, se pueden impugnar las cifras de víctimas de tráfico, se puede ofrecer al magnate Sheldon Adelson un sistema legal a su medida para favorecer la implantación de sus megacasinos y sus mega casas de putas. En resumen, se puede hacer cualquier cosa, excepto evitar sus consecuencias, como a continuación se verá.

Porque se antepuso el objetivo de degradar la gestión del presidente Zapatero y la consecuencia ha sido pulverizar la fiabilidad de nuestro país. Se prefirió aplazar la redacción de los Presupuestos en aras de favorecer las expectativas electorales de Javier Arenas en Andalucía y sin haberle encumbrado a la presidencia de la Junta, la consecuencia es que los recortes se agravan al reducirse el plazo de su aplicación. Se hizo una campaña descalificadora de los sindicatos, sin que por fortuna se alterara la convocatoria ejemplar de la huelga, ni se impidieran los acuerdos sobre servicios mínimos pactados por primera vez, ni las manifestaciones dejaran de ser tan multitudinarias como pacíficas pero, al volver a las andadas los escuadrones antisistema de probada profesionalidad en Barcelona, la consecuencia fue colocar en primera página de la prensa internacional la imagen de España en llamas. Se evitó que la portavoz del Gobierno, la secretaria de Estado de Comunicación, la ministra de Empleo, el ministro de Economía o el ministro del Interior cargaran con la tarea de informar sobre la huelga y la consecuencia fue una voz sin autoridad y sin convicción, incapaz de transmitir una versión creíble, a falta de la cual se impuso la desgana de salga el sol por Antequera.

Volviendo a la huelga general, como sostenía un buen amigo periodista, era al propio presidente Mariano Rajoy a quien más hubiera convenido el éxito, que había anticipado a su colega finlandés en el Consejo Europeo de Bruselas. Porque le hubiera servido de prueba irrefutable sobre la radicalidad de la reforma laboral prometida allí para mejor parecer. En cambio, esta huelga general a medio gas, en vez de suscitar los aplausos de Seúl solo va a infundir sospechas entre quienes dudarán de la radicalidad de las medidas adoptadas, a la vista de las débiles respuestas generadas entre los afectados. Claro que aquí sabíamos bien, a partir del 14 de diciembre de 1988, que para el éxito pleno de una huelga es imprescindible contar con el respaldo decidido de la patronal y, esta vez, la patronal no estuvo por la labor. Así que, en estas condiciones, ni la huelga servirá de abrigo a Rajoy, ni las imágenes de los antisistema, con sus fuegos de campamento, dejarán de dañarnos separándonos de Italia y arrimándonos a Grecia. Otra cosa es que tampoco a Felip Puig, consejero de Gobernación de la Generalitat de Cataluña, le vayan a pasar la cuenta por su descarada incompetencia del pasado jueves. Continuará.

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