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LA COLUMNA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cambio de escenario

La huelga convocada por los sindicatos levanta acta de que la arrogancia de un Gobierno que pretende saber lo que le conviene a los españoles e imponérselo sin atender a razones

Josep Ramoneda

La prepotencia de la derecha se ha dado de bruces con la realidad en menos de cien días. Apoyado sobre la mayoría absoluta y sobre el discurso de que no hay alternativa a su política, el PP desplegó un preocupante autoritarismo posdemocrático: imposición de las reformas sin negociación ni deliberación pública; adopción de medidas que contradecían por completo las promesas electorales sin esforzarse lo más mínimo en justificar el cambio de opinión; amago de desafío a Europa, rectificado inmediatamente, sin explicación alguna a la ciudadanía; campaña electoral de una arrogancia insólita en Andalucía, con la soberbia pretensión de ganar sin bajar del autobús. Y todo ello adornado con la estrategia de conmoción que la derecha europea utiliza para mantener a la ciudadanía resignada y paralizada ante unas políticas que amenazan con destruir el modelo social.

En el frente económico, suma y sigue de malas noticias. Todos los indicadores de la economía española, por debajo de la tendencia europea. Tanto desde los ínclitos mercados como desde las cancillerías y los medios de comunicación europeos, España vuelve a ser señalada como el principal problema de la Unión.

Por más que el Gobierno se empeñe en creerse sus propias mentiras, ya es generalmente reconocido que la reforma laboral traerá más paro. Y el discurso de que debemos sacrificarnos por el bienestar de las generaciones futuras es un escarnio cuando el desempleo se está haciendo crónico entre la gente joven y amenaza con aumentar el ya de por sí alto paro estructural de este país.

Al mismo tiempo, para contrarrestar las reformas regresivas emprendidas en materia laboral y de derechos civiles, el Gobierno presenta una ley de transparencia, para acabar con el oscurantismo en la Administración, cargada de sombras y exclusiones. ¿Qué credibilidad tiene un Gobierno que ha ocultado tres meses los Presupuestos del Estado por puro interés electoral?

Hasta el día de hoy ningún gobierno ha salido indemne de una huelga general

En el frente político, la torre de la arrogancia se ha desmoronado antes de lo previsible. La autosuficiencia y el engaño se han estrellado en lo que tenía que ser un paseo triunfal en Andalucía. Y, a juzgar por la frustración de los dirigentes y del entorno del PP, todavía no saben cómo ha sido. La derecha se había creído que llegaba para toda la vida, y que la izquierda era ya cuestión del pasado. De pronto descubre que será más dura de roer de lo que había pensado. Es más, dice el sentido común que después de que la hegemonía conservadora de los últimos 30 años haya alcanzado su momento catastrófico no sería raro, a medio plazo, un resurgir de la izquierda en Europa. A condición, en el caso español, de que no se crea que porque se ha frenado la apisonadora conservadora ya tiene el futuro conquistado.

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En una semana, en Andalucía y Asturias la ciudadanía ha demostrado que el poder absoluto no gusta y que se buscan contrapesos; que los engaños tienen poco recorrido (esconder los Presupuestos no ha hecho sino aumentar el miedo a la derecha), y que la autosuficiencia no es buena consejera, porque se descuidan los detalles y a menudo es en las minucias donde se ganan las elecciones: por ejemplo, presentar un candidato gastado y perdedor no es la mejor opción, por grande que sea la euforia en el partido.

En Cataluña, la conservadora y siempre prudente Convergència Democràtica ha levantado acta del fin del Estado de las autonomías y ha recordado que este país tiene otros problemas de calado, además del económico. Hace 30 años, para resolver dos problemas se crearon 17; ahora, estos dos problemas —Cataluña y el País Vasco— siguen sin resolverse y podría darse la paradoja de que el Estado de las autonomías haya sido la plataforma de salida de estos dos países.

En fin, la huelga convocada por los sindicatos, sin tener el impacto de las más sonoras del pasado, levanta acta de que la arrogancia de un Gobierno que pretende saber lo que les conviene a los españoles e imponérselo sin atender a razones y la estrategia de la conmoción no son suficientes para que reine la resignación absoluta. Hasta el día de hoy, ningún Gobierno ha salido indemne de una huelga general. El escenario ha cambiado. La sustitución de la democracia por el despotismo tecnocrático no será tan fácil como algunos soñaban. Los primeros signos de desgaste le llegan al Gobierno cuando crece en la opinión pública —incluso en sectores económicos— la incomprensión por unas políticas que solo dan estancamiento y desesperación. ¿Seguirá el Gobierno exigiéndonos sacrificios en nombre de nuestros nietos?

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