Parque temático del franquismo
Hay que retirar los honores al dictador y trasladar el cadáver de Franco lejos de los restos de sus víctimas
Más de cinco millones de teselas componen la inmensa cúpula de la basílica del Valle de los Caídos. Los presos republicanos tardaron cuatro años en colocarlas. Entre otras imágenes, podemos ver en ellas a falangistas de camisa azul y pelo en pecho, requetés de camisas beige y boina roja, curas con sotana y santos españoles. La bóveda, como todo el siniestro edificio, es un relato franquista de la guerra y de la dictadura, es una foto de la mentalidad del dictador y del régimen nacional católico que él inauguró, fusilando, en 1936, y que terminó, fusilando, en 1975. Estéticamente, Cuelgamuros es irrecuperable para la democracia, pero al menos se debería establecer un sistema para que los turistas que visitan el templo y los españoles que tengan ganas de verlo puedan saber que en España hubo una dictadura que duró 40 años de miedo y que un dictador, Francisco Franco, dio un golpe de Estado para derrocar el democrático Gobierno republicano y procedió al exterminio sistemático de todos aquellos que se opusieron a él.
Franco ideó el Valle de los Caídos como un homenaje berroqueño y perpetuo a su propio régimen, como una inmensa tumba para alojar a los mártires que combatieron en el llamado bando nacional, en lo que el dictador definió como Cruzada, también como un mausoleo para él mismo. Ante la falta de quórum —muchas familias de franquistas se negaron a trasladar a Cuelgamuros los restos de sus muertos—, Franco rellenó el Valle con cadáveres de republicanos muertos en el frente o fusilados, en muchos casos exhumados de cunetas y fosas, desde luego sin el consentimiento de sus familiares. De manera que en aquel lugar siniestro tenemos enterrados una mayoría de españoles del bando nacional y, hacinados y sin identificar en su mayoría, una porción de republicanos. Todos ellos —más de 33.000 registrados y otros tantos sin identificar— presididos por el dictador responsable de los fusilamientos de algunos de los enterrados.
No parece sostenible desde el punto de vista democrático que un dictador que se mantuvo en el poder durante 40 años, con sus días y sus noches, permanezca entronizado como un héroe. No lo están sus conmilitones, Mussolini y Hitler. Pero resulta además un escarnio que ese dictador comparta lugar con aquellos a los que ordenó asesinar. De manera que me parece bien que se exhumen los restos mortales de Franco y se le entierre lejos de sus víctimas, y me parece bien que los restos mortales de José Antonio, víctima de la guerra, sigan enterrados allí, pero sin el trato de favor que hoy tienen.
La resolución de los expertos dice que la eventual exhumación de Franco deberá contar con la aquiescencia de los monjes benedictinos que regentan el siniestro lugar. No creo exagerar si digo que esos monjes son más franquistas que el propio Franco. He asistido a alguna misa en ese templo, misa preconciliar —pero no anterior al Concilio Vaticano II, no; anterior a Trento— y he podido comprobar el carácter profundamente reaccionario de sus homilías y los motivos por los que mandan rezar, todos los días en misa de once de la mañana, a los pocos fieles españoles y extranjeros que asisten a la ceremonia. En los días previos al último 20 de noviembre, los monjes benedictinos hicieron guardia bajo los luceros para impedir una supuesta exhumación de los restos de Franco, presuntamente urdida por el Gobierno de Rodríguez Zapatero como traca de despedida. No me imagino, por tanto, a los monjes permitiendo la salida de los restos de Franco, pero es que no parece que entre las cien medidas que pueda tomar Rajoy, si es que algún día toma alguna, esté el traslado del féretro de Franco en cumplimiento de la recomendación de los expertos.
El Valle de los Caídos es un parque temático del franquismo. El horripilante conjunto fue construido en un país que se moría de hambre, de miedo y de frío, el dictador gastó en la erección de su megalómano delirio más de 1.000 millones de pesetas del año 59, cuando se concluyó la obra, después de 19 años de trabajos forzados de presos republicanos, en régimen de esclavitud. Solo dos de aquellos sobreviven hoy. Una cruz de 150 metros de alto, con brazos de casi 50 metros que tienen una anchura que permite que dos hileras de coches puedan ser aparcados en paralelo en su interior, una altura entre el suelo y la cúpula de dimensiones inhumanas, capillas dedicadas a las vírgenes patronas de los que contribuyeron a la victoria franquista en la guerra, una estética terebrante, un edificio que da miedo.
Cuelgamuros es la prolongación del franquismo por otros medios y no hay otra forma de corregir esa anomalía, impropia en un sistema democrático, de retirar los honores al dictador, que trasladar el cadáver de Franco lejos de los restos de sus víctimas.
José María Calleja es periodista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.