Las madres de la inmigración también concilian
A uno y otro lado del mar, o del desierto, las mujeres africanas deben renunciar a demasiadas cosas, tanto si son ellas las que parten o si les toca quedarse. Un ciclo de cine documental recoge sus historias a cargo de cineastas del continente
La palabra resiliencia está a punto de convertirse en una de esas que, de tan usadas, pueden perder alcance, o consistencia de verdad. Sin embargo, cualquiera sea el término que la designe, nadie podrá negar que los migrantes de las rutas africanas poseen esa capacidad de adaptación que activa la recuperación, a pesar de la calamidad o la sucesión de calamidades sufridas. Cuando se habla de madres que ven partir a sus hijos o que deben dejarlos en otras manos para marcharse, esa capacidad excede lo imaginable. Es resiliencia en mayúsculas, tal como la describen algunas de las 20 historias de 16 países africanos, agrupadas en la colección de cine documental Generation Africa. Relatos de la migración de Arte.TV, cuya plataforma online ya las ha puesto a disposición del público en versión original subtitulada.
Las películas –cortos, medios y largometrajes de no ficción– llevan la firma de autoras y autores del propio continente, que pueden hablar con sus protagonistas en sus lenguas maternas y conociendo de cerca esas geografías, mandatos sociales y maneras culturales de expresar las emociones. En todos los casos, los rodajes datan de 2021 y 2022, por lo que la carga testimonial y de actualidad resulta una de las virtudes compartidas de estos filmes y reportajes.
Uno de esos audiovisuales imprescindibles es La decisión de Fati, de la realizadora ghanesa Fatimah Dadzie, que bien podría llevar como subtítulo “todos saben lo que es mejor para ella”, ya que nadie respeta la opción de esta madre: volver a Ghana porque prefiere criar allí a sus hijos, en lugar de vivir sin ellos la aventura europea. Fati, quien en un primer momento había acudido al llamado de su marido desde Libia, dejando a los niños con sus suegros, consiguió continuar con él hasta Italia, pero una vez alcanzada la supuesta meta del bienestar, la distancia de los pequeños se le tornó insoportable y escogió la vuelta, sin garantías y con dignidad. Al repudio de su marido y la incomprensión de sus vecinos y familiares, que la acusan de desaprovechar tanto sacrificio, Fati opone voluntad y amor infinito, que se traduce en el cuidado de los niños y las ganas de salir adelante. Sola, pero libre.
Otra madre que elige conciliar, con su hijo a cuestas, es la joven periodista que ilumina el relato de La radio de Mary Monday, de Ochan Harrington. Mary es reportera de radio y trabaja, cada día, en el campo de refugiados sudaneses de Bidi Bidi, desde el que informa, sobre todo, de las carencias de otras madres, a las que les falta casi todo lo esencial. Lo hace apenas con un teléfono móvil (con cargador solar), con el que graba y edita, para presentar por las noches su programa, porque sabe que no habrá otras personas tan involucradas con esas historias como ella, que habla el mismo idioma que el resto de los desplazados.
La madre que queda lejos es posiblemente la razón principal por la que hay que mantener la fortaleza, en el exilio, aun entre lágrimas que anudan la garganta
Hay más relatos escritos en femenino que se centran en otras mujeres supervivientes; en este caso, jóvenes que intentan resguardar esa cuota de ilusión, y que también deben ir de país en país, cruzando fronteras del mismo continente, para no perderla. Precisamente, en busca de alivio viajan las protagonistas del cortometraje Préstame tu voz, de la realizadora ruandesa Claudine Ndimbira, y el personaje central del corto ¡Sigue en pie!, la sensible directora burkinabesa Aissata Ouarma. En el filme de Ruanda, Akili –una refugiada congoleña en Burundi– encuentra en el boxeo la posible catarsis a sus pesadillas pasadas. En el documental de Aissata Ouarma, la joven maliense Mariam afronta el trauma de las violaciones que ha sufrido a través de la danza, en un taller de coreografía, en Uagadugú, Burkina Faso. Paralelamente, en un pueblo de Nigeria, Mercy sueña con reunirse con su prometido –que vive en Dubai–, pero antes tienen que desenredarse las negociaciones que mantienen las dos familias, sin intervención de los novios. Entre la expectativa del amor y las decepciones transita este otro cortometraje llamado El precio de la novia, y que firma Chioma Onyenwe.
En Regreso al país de mi madre, la realizadora keniana Akuol de Mabior evoca las esperanzas de una política que, junto a sus hijas, retorna a su país, Sudán del Sur, en un breve paréntesis de estabilidad. Y el nigeriano Ike Nnaebue vuelve sobre las largas caminatas que atraviesan el continente con su filme Lagos-Tánger, solo ida.
Otros trabajos se dedican a la madre que queda lejos (en aquel lugar de infancia que se ha abandonado), ya que ella es posiblemente la razón principal por la que hay que mantener la fortaleza, en el exilio, aun entre lágrimas que anudan la garganta. Estos sentimientos guían a la cineasta Rumbi Katedza en Dinero para mamá (con producción sudafricana) y al artista maliense Seydou Cissé en Taamaden, un documental que muestra la espiritualidad íntima y las tribulaciones a pie de calle de tres inmigrantes de diferentes países de África Occidental, en Alicante. Alguno se sienta a contemplar el mar cuando no sabe adónde ir ni cómo seguir y juntos reflexionan sobre las ayudas del día a día y las de los amuletos, comprendiendo que nacieron para ser aventureros, incluso cuando “Europa no es el paraíso” y “el paraíso ya no existe”.
En El precio para quedarse, Babucarr Manka cuenta la vida cotidiana de otro grupo de jóvenes, en Gambia: mientras unos preparan la segunda travesía a Europa, tras un intento fallido y una devolución, otro tiene suerte con la inversión del dinero recibido de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), ya que su negocio prospera. En este caso, también es inmenso el valor del registro de esas charlas de la vuelta, llenas de cavilaciones, entre gente que conoce las dos existencias y los dos pesares, a una y otra orilla.
Se trata, en fin, de empezar de cero, cada día, con la perseverancia de una madre, y este es el común denominador de todas las vidas de la migración.
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