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La infancia afgana no debe ser rehén de la política

Paloma Escudero, directora global de comunicación de Unicef, comparte sus experiencias tras su visita a Afganistán

Paloma Escudero (centro), directora de Comunicación Global de Unicef, sentada entre estudiantes de primer grado en la escuela Halima Khazan, en Afganistán, en abril de 2022.
Paloma Escudero (centro), directora de Comunicación Global de Unicef, sentada entre estudiantes de primer grado en la escuela Halima Khazan, en Afganistán, en abril de 2022.Omid Fazel (© UNICEF/UN0627659/Fazel)

En el primer aniversario de la llegada al poder de los talibanes en Afganistán, no puedo evitar echar la vista atrás. Al pasado mes de abril, cuando tuve la oportunidad de pasar unos días en el país, siendo testigo de la dura realidad que están viviendo los niños y de cómo Unicef trabaja para brindarles los servicios esenciales que tanto necesitan. Durante este año, la situación de la infancia afgana no ha hecho más que empeorar.

Tan solo unas semanas antes de mi llegada, Unicef había llevado a cabo la misión por carretera más larga de cualquier unidad de seguridad de la ONU en los últimos 20 años, abriéndose camino para llegar con equipos de salud, nutrición, agua, saneamiento y educación a los rincones más remotos de Afganistán.

Un equipo de 14 personas cubrió más de 2.000 kilómetros desde Kandahar, pasando por Urozgan, Helmand y Nimroz, cerca de la frontera con Irán. Dos mil kilómetros de aldeas, me dijeron, ahora accesibles para el personal humanitario, que nunca salió del país y permaneció proporcionando servicios esenciales a los niños de Afganistán.

Yo tuve la oportunidad de viajar por carretera al sur de Kabul, atravesando el paso de Tera, rodeada de montañas infinitas que se extendían hacia el cielo en todas direcciones. Esta tierra, durante miles de años, fue lugar de paso para viajeros de todo el mundo. Hoy, sin embargo, cuenta una historia muy diferente.

En las afueras de Kabul, nos cruzamos con muchos niños por las calles. Una niña muy pequeña mendiga dinero para su familia en mitad de la vía. Otro chaval trabaja duro cargando frutas y verduras en uno de los puestos del mercado que bordean la carretera. Estamos en la segunda semana del mes sagrado del Ramadán y las tiendas están a rebosar de frutas y verduras. Pero no se ven clientes en ningún mercado.

La crisis económica en Afganistán ha tenido un impacto devastador en la vida cotidiana de sus habitantes. Cuando, en 2021, se congeló la mayor parte de la ayuda exterior, los servicios básicos más esenciales se colapsaron y los ingresos de las familias desaparecieron. 24 millones de personas, más de la mitad de ellos niños, viven por debajo del umbral de la pobreza y necesitan asistencia humanitaria inmediata para sobrevivir. En Kabul y en otros lugares, los mercados están llenos de productos en abundancia que pocos afganos pueden comprar.

24 millones de personas, más de la mitad de ellos niños, viven por debajo del umbral de la pobreza y necesitan asistencia humanitaria inmediata para sobrevivir

Pronto nos dimos cuenta de que los puestos vacíos contrastaban con el sitio al que nos dirigimos después, tras un viaje de tres horas: el Hospital Regional de Paktya, en Gardez, donde decenas de familias llenaban una sala de espera a rebosar.

Ese hospital es una de las más de 2.300 instalaciones sanitarias en todo el país que Unicef, junto con la Organización Mundial de la Salud (OMS), está apoyando. Atiende a más de 75.000 pacientes en toda la provincia de Paktya. Como los combates en los últimos meses han cesado, hay más afganos que pueden buscar atención médica, lo que supone un gran alivio para los niños y para sus padres. Pero con el aumento tan reciente de la demanda, aumenta también la presión sobre un sector sanitario extremadamente precario. Para ayudar a evitar el colapso del sistema, Unicef y la OMS están proporcionando los suministros de material sanitario y medicinas, pagando los salarios del personal y la capacitación necesarios para mantener los servicios en funcionamiento.

Tan pronto como llegamos al hospital, me guiaron hasta una sala de tratamiento para niños con desnutrición aguda grave. La primera niña que conocí se llamaba Rana, de seis meses, a la cual estaban ya evaluando.

Rana, de seis meses, está en brazos de su madre, Sayera, de 20 años, en el Departamento de Pacientes Externos del Hospital Regional de Paktya en la ciudad de Gardez.
Rana, de seis meses, está en brazos de su madre, Sayera, de 20 años, en el Departamento de Pacientes Externos del Hospital Regional de Paktya en la ciudad de Gardez.Omid Fazel (© UNICEF/UN0627073/Fazel)

La madre de Rana, Sayera, nos contó que su hija se negaba a tomar la leche de su pecho. El bebé no tenía apetito y había perdido demasiado peso en las últimas semanas. Una enfermera midió la circunferencia del brazo de Rana y confirmó lo que Sayera ya temía: su hija estaba gravemente desnutrida y necesitaba tratamiento inmediato.

Sayera me contó que su familia come pan y té para desayunar, y arroz y patatas para el almuerzo y la cena, los únicos alimentos básicos que pueden pagar. El suyo es parte del 90% de los hogares en Afganistán que no tienen lo suficiente para comer. Solo este año, se prevé que unos 3,2 millones de niños sufran desnutrición grave en todo el país.

Solo este año, se prevé que unos 3,2 millones de niños sufran desnutrición grave en todo el país

Mientras nos dirigíamos a otra parte de la sala, Niamatullah Zaheer, el director del centro sanitario, me contó que su personal estaba desbordado. El único pediatra del hospital examina regularmente a más de 100 niños al día. Incluso la unidad neonatal está saturada. Con demasiada frecuencia, el hospital se ve obligado a acomodar a más de un bebé por cama.

Llegamos a una zona del hospital reservada para niños con desnutrición aguda grave, sometidos a una observación intensa hasta que se encuentran lo suficientemente recuperados como para regresar a casa.

Fue allí donde me llamó la atención Basmina: una pequeña (me dijeron que tenía cuatro años) sentada en su cama, en la esquina de la habitación. Me acerqué a saludarla y me devolvió una sonrisa.

No era la primera vez que Basmina estaba en esta sala. Su hermana Jamillah, de 13 años, es quien la acompaña siempre que tiene que volver al hospital y quedarse ingresada. Las niñas perdieron a su madre y su padre se quedó sin trabajo. Después de algunas semanas de tratamiento en el hospital, Basmina se recupera lo suficiente como para volver a casa. Pero su familia tiene poco acceso a alimentos nutritivos y agua potable, así que, una y otra vez, la salud de Basmina se deteriora y Jamillah tiene que llevarla de nuevo al hospital.

Mientras escuchaba la historia de estas hermanas, una realidad que las enfermeras presencian todos los días, el director me pidió que transmitiera un mensaje a mi regreso a casa: lo que el personal del hospital está haciendo por estos niños no habría sido posible sin el apoyo de la comunidad internacional.

Pero las necesidades no hacen más que crecer.

En mi segunda mañana en Afganistán pude hacer una visita que había esperado durante mucho tiempo. Visité la escuela Halima Khazan, también en Gardez, donde asisten a clases unas 2.000 niñas y 460 niños. El edificio era imponente y llevaba el nombre de la primera mujer graduada en la escuela de secundaria de la provincia, Halima Khazan, que asumió posteriormente la responsabilidad de los asuntos de la mujer en Paktya y utilizó su cargo para promover la educación de las niñas.

Omar, de seis años, se sienta con sus compañeros de clase en su aula de primer grado en la escuela Halima Khazan en la ciudad de Gardez.
Omar, de seis años, se sienta con sus compañeros de clase en su aula de primer grado en la escuela Halima Khazan en la ciudad de Gardez.Omid Fazel (© UNICEF/UN0627661/Fazel)

Esa “antorcha” que ella encendió en el colegio, ahora la sujetan 40 maestros, casi todas mujeres, y una directora extraordinaria, llamada Nisreen, que nos contó: “Muchas de las maestras son madres. Necesitamos una guardería para sus hijos, o tememos perderlas. La escuela también necesita un pozo para que los estudiantes puedan beber agua potable”.

Nuestros especialistas en educación tomaban notas sobre las necesidades que sabemos que podemos ayudar a aliviar. Unicef ha pasado décadas brindando agua limpia y saneamiento a los escolares de todo el mundo, y nuestra programación educativa se extiende también al apoyo a los maestros, especialmente a las mujeres.

Nisreen nos llevó a las aulas para niñas de sexto curso, que recibían una lección de arte justo en ese momento. Les pregunté qué era lo que más les gustaba dibujar: “¡Caballos!”, dijeron. ¿Y su asignatura favorita?: “¡Escritura!”.

Dos alumnas se colocaron delante de todo el mundo para mostrarnos lo que habían aprendido ese día en clase. Su alegría por poder ir a la escuela y poder aprender era tan palpable que me dejó sin aliento. En ese momento no sabíamos si esas maravillosas y estudiosas niñas podrán pasar al séptimo grado. A día de hoy, seguimos sin saberlo.

Dos estudiantes de primer grado se sientan en clase en la escuela Halima Khazan.
Dos estudiantes de primer grado se sientan en clase en la escuela Halima Khazan.Omid Fazel (© UNICEF/UN0627657/Fazel)

Después de estar con ellas, fui a otra zona de la escuela. Los estudiantes de primer grado estaban aprendiendo el alfabeto y los números. Me senté en la clase de las niñas y les pregunté: “¿A qué soñáis con dedicaros cuando seáis mayores?”. Una de ellas nos sorprendió a todos gritando con ambición: “¡Quiero ser mujer policía!”. Todos los que estábamos allí reímos de alegría y aplaudimos su entusiasmo. Ese entusiasmo y esa esperanza todavía me acompañan.

No podemos abandonar a ninguno de estos niños. Las escuelas son mucho más que lugares para aprender: en estos tiempos tan difíciles en Afganistán, constituyen también un espacio seguro en el que acceder a una comida saludable al día y a agua potable. Son un refugio frente a la calle, frente a la violencia.

Las escuelas son mucho más que lugares para aprender: en estos tiempos tan difíciles en Afganistán, constituyen también un espacio seguro en el que acceder a una comida saludable al día y a agua potable. Son un refugio frente a la calle, frente a la violencia

Unicef lleva más de 70 años en Afganistán, siempre presente, nunca se ha ido del país y no ha dejado de prestar ayuda. Ahora más que nunca. Seguimos apoyando las escuelas comunitarias y los salarios de los maestros. Seguimos proporcionando millones de libros de texto y material escolar a los niños. Estamos brindando programas de nutrición y garantizando el acceso a agua limpia y segura para los trabajadores de la salud y los escolares.

Pero todo lo que Unicef hace es con el apoyo continuo de la comunidad internacional. Y ese apoyo está en peligro.

La infancia de Afganistán no debe ser rehén de la política.

Las autoridades de facto y las comunidades de donantes deben encontrar formas de trabajar juntas.

Por eso insto a la comunidad internacional a que conceda a Unicef y a las organizaciones que trabajamos en Afganistán la financiación que necesitamos para seguir proporcionando ayuda vital, para que podamos seguir apoyando los tratamientos contra la desnutrición, la educación de las niñas y el acceso a agua potable.

Urgimos a las autoridades de facto a cumplir sus promesas de proteger los derechos de los niños, niñas y mujeres, y garantizar el derecho a la educación de todos los niños en Afganistán.

Las acciones que pongamos en marcha hoy determinarán el futuro de millones de infancias en Afganistán, determinaran su supervivencia y su acceso a una vida digna, creciendo sanos, educados y seguros.

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