Fotógrafas marroquíes frente a espejos inmóviles
‘Mujeres fotógrafas’ es el nombre de la exposición que actualmente puede verse en el Museo Nacional de la Fotografía de Rabat, en Marruecos, y que reúne el trabajo de 24 artistas contemporáneas que no dejan de moverse para retratar su lugar y su época
Hay fotos que difícilmente se venderían en tiendas de souvenirs de un país tan turístico como Marruecos y, sin embargo, hablan con elocuencia de ese lugar. Lo hacen desde la pertenencia y el conocimiento profundo de una sociedad musulmana y africana, a la vez que mediterránea, en la que las mujeres siempre han sido fuertes y nada obedientes a la hora de emprender caminos de pensamiento único. Esto se constata en la selección de obras que integran la exposición Mujeres fotógrafas en el Museo Nacional de la Fotografía, en Rabat, Marruecos.
Se trata de 24 fotógrafas, nacidas entre la década de los sesenta y los años 2000, que exponen en el nuevo museo, inaugurado en enero de 2020 en el emplazamiento del fuerte Rottembourg —o Borj El Kebir—, en el popular barrio de L’Océan de la capital marroquí, a orillas del Atlántico. Ellas abonan la dinámica escena fotográfica nacional con registros, puestas en escena y reflexiones sobre esa vida invisible para los turistas occidentales que van en busca de folclore y paisajes humanos, quietos y reconocibles. En esta muestra, las obras se agrupan en secciones como La emancipación de la mirada del otro y la afirmación propia, Fotografía de la memoria, Poesía fotográfica, Masculinidad desde la mirada femenina, Evasiones experimentales y Creencias populares, entre otras búsquedas conceptuales.
Nos movemos, pero ¿los espejos permanecen inmóviles?, parecen preguntarse estas artistas que indagan, a través de fotos fijas o en cortos audiovisuales e instalaciones, en la trampa de un presente acelerado que superpone su paso con el de los mandatos de la tradición.
La obra de Khadija El Abyad, por ejemplo, establece un juego visual entre lo que es y cómo se refleja una mujer a través de una imagen que muestra unas piernas desnudas, decididas, caminando al frente, y que, no obstante, se reflejan en un espejo quieto, a ras de suelo, en la figura de una chica tapada con un niqab. En la misma línea de ideas, Fatimazohra Serri concibe a una mujer en un rincón, agazapada bajo una pila de objetos (bolsas, colchón, álbumes de fotos familiares, una silla y un barreño), ocultando su rostro, a la espera de poder revelarse.
Por su parte, la comediante y artista multidisciplinaria Fazou Lahouitar presenta una serie que habla de la doble pena impuesta a las mujeres (largamente recluidas en el espacio doméstico), durante los confinamientos, y Zainab Belayachi da cuenta de la existencia, pese a todo, de un espacio íntimo y gozoso de una mujer sola.
Quizá la fotografía más potente de este pasaje conceptual sea la de Madiha Sebbani, nacida en Salé, que retrata las sombras que eternamente opacan a la mujer, incluso a la más fuerte (o la que aparenta ser la más desafiante), en un cuadro en el que basta la manga de la camisa de un hombre para hacer un gran peso sobre la cabeza de ella, la protagonista.
A partir del propio cuerpo, con osadía, trabaja otra fotógrafa de Salé, Inès Bouallou, en su serie Obstáculos, con la cual, sin embargo, pretende ir más allá de la propia intimidad para hablar alto sobre las asignaciones, los prejuicios y los juicios sobre los cuerpos ajenos.
Luego están las habitaciones: las de la infancia, las de las casas viejas que siguen en pie, pobladas de mandatos sin nombres propios o impregnadas de nostalgia y contradicciones. También las ventanas y lo que se ve por ellas, con cortinas que ocultan y revelan todo a medias, a un lado y a otro de los techos, que son bosques de antenas parabólicas. En estos espacios, unas veces claustrofóbicos y, otras, conteniendo la melancolía del vacío habitado, se inspiran Salima Hamrini, Deborah Benzaquen y Yasmine Hatimi, entre otras. En este apartado hecho de muros y desprendimientos, cabe destacar la lente de la joven rabatí Hind Moumou, que resalta con elegancia las huellas de las decadencias que apenas se atajan, pero se decoran.
Por último, cabe señalar, asimismo, la exhibición de un fragmento de la excelente serie A 80 millas de la Atlántida, de Imane Djamil. Ella se atreve a narrar parte del misterio que embarga a la ciudad de Tarfaya, en el sur marroquí, donde el Sáhara se asoma al Atlántico, que deja ver vestigios de la Casa del Mar —parte de un enclave comercial inglés llamado Port Victoria—, frente a las islas Canarias. Sus protagonistas son los habitantes más jóvenes de esa pequeña ciudad en ruinas, que acceden a teatralizar situaciones frente al horizonte inmenso de un mar que bañó lo que en tiempos del Protectorado Español se llamó Villa Bens.
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