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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez
Inmigración
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Chile tiene un problema con el nacionalpopulismo. Es el mismo que tiene España

El país sudamericano protagoniza un debate migratorio desinformado y agresivo que recuerda a los que se han vivido en Europa. La sociedad chilena no debería cometer los mismos errores

Migrantes Frontera Chile Perú
Un grupo de migrantes varados en la frontera entre Chile y Perú, el pasado abril, en la ciudad de Arica (Chile).PATRICIO BANDA (EFE)
Gonzalo Fanjul

Una frontera al rojo vivo, un movimiento nacionalpopulista que convierte a las migraciones en su caballo de Troya, un debate público profundamente desinformado y un Gobierno de izquierdas a la defensiva, justificando su existencia a base de convertirse en otros.

Con esta descripción podríamos estar hablando hoy de casi cualquier sitio. Pero el país al que me refiero es Chile, la “Alemania de América Latina” devenida en caos, mentira y enfrentamiento. El pasado mes de mayo tuve oportunidad de realizar una visita extremadamente ilustrativa e intensa a este país maravilloso que está en el origen de mi educación emocional y política. En ella pude comprobar que Chile se encuentra en un lugar por el que otras naciones ya hemos pasado. Que su sociedad se enfrenta a un dilema que en España, ay, estamos resolviendo de la peor manera. Y me gustaría poder decirles que no cometan nuestros mismos errores.

La situación que allí se vive parece casi de manual:

El Partido Republicano del ultraderechista José Antonio Kast y su ecosistema mediático han conseguido establecer un relato en el que la inmigración está directamente ligada con la inseguridad (real y percibida) de la población y las dificultades de las instituciones para responder de forma proporcional y ordenada. El asunto de la inseguridad es muy complejo y constituye una preocupación cierta para todas las clases sociales, pero las investigaciones hechas por medios y centros de investigación independientes niegan la mayor: primero, la tasa de criminalidad entre los extranjeros (venezolanos, mayoritariamente, pero también haitianos, peruanos, bolivianos y otros) está por debajo de la media. Segundo, en aquellos delitos donde prima la presencia de extranjeros —como el de la trata— las principales víctimas también son inmigrantes. Tercero, el carácter multinacional de bandas de crimen organizado como el narco tiene una naturaleza muy alejada de los flujos de trabajadores y asilados que recibe el país y de los desafíos que estos plantean.

El partido del ultraderechista José Antonio Kast y su ecosistema mediático han conseguido establecer un relato en el que la inmigración está directamente ligada con la inseguridad (real y percibida) de la población


Las migraciones son una vía eficaz para posicionarse en el debate público, pero los objetivos de los nacionalpopulistas van mucho más allá. Tras el fallido primer intento de reformar la Constitución heredada de Pinochet y la disolución de la primera asamblea constituyente, el Partido Republicano se ha hecho con la mayoría absoluta en la segunda. De la ilusión reformista de hace solo unos años, hoy queda un riesgo serio de estancamiento e incluso retroceso en un país definido por los principios neoliberales e hiperconservadores impuestos por la dictadura.

El Gobierno progresista de Gabriel Boric sufre en este asunto el mismo desconcierto paralizante de sus pares en otros países, como España. La izquierda no solo ha demostrado una incapacidad desasosegante para zafarse de la telaraña desinformativa de los antiimigración, sino que ha respondido a los matones demostrando que ellos también son capaces de la mano dura. La vergonzosa agarrada diplomática que protagonizaron Chile y Perú hace algunas semanas a costa de 300 personas en situación humanitaria crítica debería hacer saltar todas las alarmas. La consecuente militarización de la frontera es un peligroso modelo de gestión migratoria que rara vez tiene marcha atrás. Eso también lo sabemos aquí.

Las consecuencias de este proceso no son solo éticas y no están limitadas al corto plazo. Como buena parte de la región latinoamericana, Chile está pasando de la posición de emisor a la de receptor neto de migrantes. La transición demográfica del país sugiere que su economía necesitará en los próximos años un número creciente de trabajadores extranjeros, distribuidos en toda la escala de cualificación. Como señala el último Informe de Desarrollo Mundial del Banco Mundial, la mayor parte de los países de ingreso medio y medio-alto se encuentra en una transición demográfica derivada de la caída de la natalidad y el incremento de la esperanza media de vida. Chile no es una excepción a este proceso, que forzará a una carrera por el talento y la mano de obra incompatible con las tesis aislacionistas del Partido Republicano.

La izquierda chilena no solo ha demostrado una incapacidad desasosegante para zafarse de la telaraña desinformativa de los antiimigración, sino que ha respondido a los matones, demostrando que ellos también son capaces de la mano dura


La buena noticia para Chile es que aún están a tiempo de echar el freno y cambiar de rumbo. Algo de un nuevo relato, no reactivo, sino sustitutivo, pudimos ver en Boric tras la cumbre sudamericana de Brasil de finales de mayo. Afirmaciones honestas, basadas en los hechos económicos y en las obligaciones legales, además de los valores. Pero se trata de ir más allá y liderar un discurso alternativo al que se extiende como una mancha de aceite en todo el mundo. No es una quimera: con el Proceso de Quito, 13 países de la región —Chile, entre ellos— se han esforzado por coordinar la acogida de seis millones de venezolanos, compartir información y establecer criterios comunes de gestión de los flujos. No ha sido perfecto, pero en comparación con el modo en que la UE o EE UU gestionan sus propios desafíos migratorios, la respuesta latinoamericana podría figurar en los museos de políticas públicas.

El debate migratorio de Chile y sus implicaciones en otros campos es también un problema europeo. Precisamente porque el peligro del nacionalpopulismo es multipolar, la respuesta que le demos también debe serlo. Del mismo modo que Abascal, Orbán, Trump o Kast comparten recursos, experiencias y estrategia, el movimiento global por un modelo de movilidad humana más justo e inteligente debe unir fuerzas. Apoyemos a Chile con recursos narrativos, músculo político y alianzas innovadoras. Aprendamos de su experiencia —¡qué maravilloso Museo de la Memoria!—, protejamos su exigente debate público e inspirémonos con el anhelo de cambio de su sociedad. El frente amplio al que aspiramos en este caso no es partidista y, ciertamente, no es solo de izquierdas. Pero sí es profundamente político: la movilización de aquellos que creemos que el lugar en el que naces no puede determinar tus derechos de por vida.

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