De profesora universitaria a trabajar limpiando uvas de sol a sol: las afganas, atrapadas en sus casas, son explotadas por salarios miserables
Las mujeres del país, a las que los talibanes les han cerrado las puertas del mercado laboral y de los centros educativos, se ven obligadas a realizar agotadoras tareas manuales para poder comprar comida
Shaima Rastagar estaba convencida de haber encontrado su vocación cuando comenzó a enseñar informática. A esta joven de 26 años le encantaba salir de su casa cada mañana y dirigirse a su lugar de trabajo, la Universidad de Balkh en la ciudad de Mazar-i-Sharif, en el norte de Afganistán, donde ella misma había sido estudiante. Pero esos días y esa vida han quedado muy atrás. Actualmente, Rastagar (nombre ficticio como el del resto de mujeres de este reportaje) se dedica a recoger uvas con el fin de ganar algo de dinero para que su familia, compuesta por su madre, una hermana y un hermano, pueda comer. “Es extremadamente agotador. Me canso mucho y tengo dolores de cabeza, pero no tengo opción. Ganar dinero es complicado en estas circunstancias”, explica la mujer al medio local Rukshana Media, una web de noticias sobre Afganistán creada por mujeres y centrada sobre todo en cuestiones que les afectan.
“Empiezo a trabajar temprano y termino a veces a las 11 de la noche para ganar 100 afganis (1,3 euros). Con eso, puedo comprar algunas cebollas y patatas para que no pasemos hambre”, describe.
El antes y el después en la vida de Rastagar, y en la de millones de afganas, lo marcó el retorno al poder de los talibanes, en agosto de 2021. Desde entonces, los fundamentalistas han publicado más de 100 edictos que han ido borrando la presencia femenina del espacio público. Han cerrado las puertas de la educación a las mujeres de más de 12 años, una situación inédita en el mundo, y las han excluido de la mayoría de los puestos de trabajo y de los lugares de ocio. En los últimos meses, ha habido decisiones del gobierno de facto que hablan por sí solas: en agosto, un edicto les prohibió hablar en público, en diciembre se decidió que no podrían formarse para trabajar en el sector sanitario, uno de los últimos reductos profesionales que les quedaban. Esta decisión implica que muchas mujeres se verán privadas de asistencia médica porque en numerosos lugares un varón no puede tocarlas ni ver su cuerpo. Y la semana pasada, los talibanes prohibieron que los edificios que se construyan tengan ventanas con vistas a otras casas en las que vivan mujeres.
Empiezo a trabajar temprano y termino a veces a las 11 de la noche para ganar 100 afganis (1,3 euros). Con eso, puedo comprar algunas cebollas y patatas para que no pasemos hambreShaima Rastagar, exprofesora universitaria
“Cuando trabajaba en la universidad, la vida era muy buena. Ganaba alrededor de 6.000 afganis al mes (unos 80 euros)”, prosigue Rastagar. “También enseñaba matemáticas a niñas en una escuela privada y nuestros gastos básicos estaban cubiertos. Pero me quedé sin trabajo cuando cerró la universidad”, suspira. La chica habla pausadamente, pero se toca nerviosamente las manos delatando la angustia que arrastra. Es invierno no sabe cómo podrá calentarse su familia, que acumula retrasos a la hora de pagar el alquiler y la electricidad. Lo que ella gana con las uvas solo les llega para comer. Y eso cuando hay suerte.
Trabajar para no pensar
La ONU ha considerado que el régimen talibán ha instaurado un apartheid de género y una persecución contra las mujeres y Richard Bennett, Relator Especial de la ONU sobre la situación de los derechos humanos en Afganistán, ha recomendado que se reconozca este delito como un crimen de lesa humanidad. A mediados de diciembre, España denunció ante la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional (TPI) la vulneración de los derechos de las mujeres y niñas afganas por parte del régimen talibán.
“Mis hijas no tienen más remedio que hacer este trabajo para que podamos comer. Pero yo quiero que un día vayan a la universidad, encuentren buenos trabajos y no tengan una vida como la mía”, asegura Nilab, de 35 años, que se casó con 14 años y teme que sus hijas de 16 y 19 años, que eran estudiantes en 2021, corran la misma suerte.
Mis hijas no tienen más remedio que hacer este trabajo para que podamos comer. Pero yo quiero que un día vayan a la universidad, encuentren buenos trabajos y no tengan una vida como la míaNilab, madre de familia afgana
Las tres forman parte de un grupo de unas 20 mujeres y niñas que trabajan en un patio antiguo de Mazar-i-Sharif, cuyo suelo está cubierto con grandes plásticos. Todas separan y limpian pasas sin descanso antes de enviarlas a las grandes fábricas. Muchas son antiguas estudiantes y trabajadoras, que ahora se ven obligadas a vivir encerradas y a buscar sustento de manera desesperada. Esta región del país es una gran productora de pasas y frutos secos y, por ello, muchas afganas recurren a este trabajo manual después de que se les hayan cerrado todas las puertas profesionales.
“No pude estudiar y miren mi situación ahora. No sé hacer otra cosa que este tipo de trabajos. No quiero que mis hijas sean analfabetas como yo y terminen haciendo trabajos agotadores”, insiste la mujer, cuyo marido lleva tres años trabajando en Irán.
Para Arifa, la vida ya no era fácil antes del retorno de los talibanes. Esta joven de 22 años, madre de un niño, fue casada a la fuerza a los 15 y tuvo que dejar la escuela por decisión de su marido. Pero con la llegada de los fundamentalistas, su pobreza se multiplicó y los pequeños espacios de libertad se esfumaron de la noche a la mañana.
“Trabajar tantas horas al día por 30 afganis (0,4 euros) es realmente injusto, pero somos tres en casa y hay que comer. Mi esposo es jornalero y si encuentra trabajo gana unos 200 afganis (2,6 euros) a la semana”, explica, sin dejar de limpiar y separar las uvas.
Cuando los talibanes anunciaron en 2022 que las mujeres y las niñas no podían seguir acudiendo a las universidades públicas y privadas “hasta nuevo aviso”, Nargis estudiaba Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Balkh. La joven, hoy de 23 años, se hundió en una profunda depresión al darse cuenta de que tenía que aparcar por el momento su sueño de convertirse en fiscal.
“Constantemente me pregunto qué pasará con mi futuro, qué pasará con mi educación, qué pasará con mi vida y mis sueños. Pensar en todo eso aumenta mi ansiedad y cada día estaba más deprimida. Para salir de este círculo y para lograr algún ingreso, trabajo aquí, preparando pasas”, explica.
La joven limpia las uvas en un rincón de su casa. Pasa largas horas realizando esa tarea mecánica. “Trabajo día y noche para no tener que pensar en nada más”, explica, reconociendo que a veces, los recuerdos le vienen de golpe y piensa en sus estudios, sus clases, y su corazón se llena de dolor y nostalgia.
El informe de 2024 de la Misión de Asistencia de Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA, por sus siglas en inglés) concluyó tras entrevistar a 888 mujeres en 33 provincias del país, que el 68% describía su salud mental como “mala” o “muy mala” y atribuía su angustia a su desaparición “sistemática” de la vida pública por parte de los talibanes.
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