Dakar, la capital emergente del nuevo cine africano
Películas aclamadas en los grandes festivales del mundo, una explosión sin precedentes de series locales y la aparición de un puñado de salas consolidan a Senegal como la potencia en ascenso de la producción audiovisual del continente
El cine senegalés vive una nueva edad dorada. En febrero, la francosenegalesa Mati Diop se llevó el Oso de Oro en la Berlinale con el documental Dahomey, sobre el expolio de las piezas históricas en África. Era la misma directora que en 2019 se alzaba con el Premio del Jurado del Festival de Cannes con Atlantique, un largometraje con la emigración como telón de fondo grabado en Thiaroye, a las afueras de Dakar, de donde procedían casi todos sus actores. Pero es que el año pasado, la también francosenegalesa Ramata-Toulaye Sy, de 37 años, causó sensación en el Festival de Cannes con su primera película, Banel y Adama, una bella historia de amor con tintes de tragedia ambientada en el norte de Senegal y rodada en lengua pulaar con actores no profesionales. Sy y Diop son apenas dos ejemplos de la pujanza del nuevo cine senegalés.
Películas aclamadas en los grandes festivales del mundo, una explosión sin precedentes de series locales que atraen la atención de toda África y la aparición de un puñado de salas de cine en Dakar han convertido a Senegal en la capital emergente de la producción audiovisual africana. Los expertos coinciden en que la existencia de unas raíces muy profundas, la proliferación de centros de formación adaptados a las nuevas tecnologías, la voluntad política de apoyar a esta industria —con un fondo público de subvenciones de tres millones de euros anuales—, y la existencia de un talento casi natural convergen para explicar este fenómeno.
“Hay un nuevo impulso del cine senegalés, está claro”, asegura Ibrahima Wane, profesor de Literatura y Civilización Africana de la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar, “pero no es algo que surja de la nada. Hay toda una historia, una continuidad”. Desde la época de pioneros como Ousmane Sembéne, considerado el padre del cine africano, o el recordado Djibril Diop Mambéty mucho ha llovido, pero es posible seguir el hilo hasta hoy. “Directores como Moussa Touré, Moussa Sène o el documentalista Ousmane William Mbaye conectan a esta generación de ahora con los primeros cineastas”, añade.
El punto de inflexión llegó en 2013, cuando el realizador Alain Gomis se convirtió en el primer senegalés en ganar el gran premio del Festival de Cine de Uagadugú (Fespaco), la cita más importante del cine africano, con su película Tey (”hoy”, en wolof). Entonces, el Gobierno senegalés puso en marcha un fondo público para apoyar la creación audiovisual. “No era una gran cantidad de dinero, unos 1,5 millones de euros, pero hay que reconocer que fue algo único en África, nada banal: mostraba una voluntad política de apoyar el cine hecho en nuestro país. Marcó un antes y un después”, remacha Wane.
“Durante mucho tiempo estuvimos excluidos de la gran escena global”, tercia la directora senegalesa Fatou Kande Senghor, “nuestro cine evolucionó por sí mismo con un enorme talento distribuido de manera aleatoria. Hoy hay productoras suecas que vienen a buscar actores aquí o compañías alemanas interesadas en apoyar nuestros proyectos, que aportan un verdadero presupuesto. Se produce un auténtico diálogo intelectual. Nadie tiene que venir a decirnos cómo hacerlo, existimos y somos conscientes. No pasamos desapercibidos, nos quieran ver o no”.
Omar hace cola en la taquilla del cine Ousmane Sembéne, justo al lado del complejo recreativo Magic Land de Dakar. Aguarda con paciencia para ver en pantalla grande Banel y Adama, la cinta que está en boca de todos. Decenas de personas están ya sentadas en sus asientos. Hace apenas una década el panorama de salas de cine en Dakar, la capital senegalesa, era lo más parecido a un desierto. Tan solo el Instituto Francés contaba con un espacio donde proyectar las obras de los cineastas locales. Hoy, un puñado de multicines compiten por captar a un público ávido de ver producciones senegalesas y africanas. El Canal Olympia Teranga fue el primero en 2017, luego el Sembéne y hace dos años el cine Pathé, entre otros.
“Una parte del dinero del fondo creado por el Gobierno se destinó a apoyar la apertura de cines. Es una muy buena noticia, porque de lo contrario estaríamos haciendo películas para que otros las vieran. No se trata solo de que contemos nuestras historias, sino de contárselas a los propios senegaleses”, asegura Wane. Pero el bum de la creación y la difusión audiovisual no lo protagoniza solo el formato del gran metraje, las series también viven su particular auge en Senegal.
Apropiarse del relato
En un oscuro salón del recinto ferial de Dakar, Seydina Baldé, actor y excampeón de Europa de kárate, se prepara para rodar una escena de Pax Africana, la nueva serie de la productora senegalesa Keewu. Figurantes, decoradores, maquilladoras y asistentes de cámara corren de un lado para otro dando los últimos retoques y ajustes. “Hubo un tiempo en que la producción audiovisual estuvo adormecida, pero poco a poco resucitaron las ganas de hacer cosas”, asegura Bassirou Ndiaye, director de producción. En 2011, la serie Un café avec, difundida a través de Tele Futur Medias (TFM), del cantante Youssou N’dour, supuso el inicio de la edad de oro de las telenovelas made in Senegal que alumbró el nacimiento de productoras de referencia como Marodi.
“Desde la llegada de la televisión a Senegal los grupos de teatro populares encontraron su hueco. Un martes de cada dos se representaba una obra local con actores semiprofesionales, era teatro adaptado a la tele que resultó un éxito enorme. Se abordaban problemas cotidianos en wolof, conectaba con la realidad de la gente. Después llegaron las telenovelas sudamericanas, que eran muy seguidas. Yo soñaba con el día en que esos folletines fueran senegaleses, que contáramos nuestras propias historias. Me parece bien que haya un debate sobre la calidad, es legítimo, pero son series hechas aquí, por senegaleses, que cuentan nuestra realidad y que se ven en toda África. Nos hemos apropiado del relato, eso es lo importante”, comenta Wane.
A finales de los años noventa nacía en Dakar el Forut Media Center, un centro privado para la formación en diferentes oficios relacionados con el cine, lo que supuso un hito en la consolidación de toda una generación de creadores. A partir de ahí, surgirían decenas de academias hasta llegar al más reciente centro Yennenga, creado por Alain Gomis en el populoso barrio de Grand Dakar y especializado en montaje, mezclas y posproducción. En vistas de su éxito, el Fondo de Promoción de la Industria Cinematográfica y Audiovisual (Fopica) pasó en 2018 de 1,5 millones de euros anuales a tres millones. “Pese a todos los problemas de gestión, ha servido para impulsar muy buenos proyectos. Además, es una cuestión de dignidad. Puedes ir a buscar dinero fuera, pero si vas apoyado por tu Gobierno, todo es más fácil”, concluye Wane.
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