La dolorosa elección de Fikile Hlabiso: pasar hambre o sucumbir a los estragos de la emergencia climática en Ciudad del Cabo
Miles de personas que viven en asentamientos informales llevan años yendo de un lugar a otro de la ciudad sudafricana buscando estar cerca de grandes fábricas que les contratan. Ahora deben alejarse de estas zonas, afectadas por inundaciones, vientos huracanados o incendios
“Nuestra vida es sencilla: cada vez que Coca-Cola, Pepsi o Volkswagen abren una fábrica en Ciudad del Cabo, trasladamos a nuestras familias, construimos nuestras chabolas de plástico cerca de ese almacén o fábrica y pedimos que nos contraten”, señala Fikile Hlabiso, de 58 años. Este sudafricano vive, como otras 900.000 personas, en su mayoría negras y mestizas, en los barrios marginales de Ciudad del Cabo, capital costera de Sudáfrica. Para estos habitantes, es habitual migrar dentro de la urbe y levantar su precaria vivienda de zinc o plástico junto a una fábrica gigante porque saben que esa proximidad puede proporcionarles trabajos ocasionales.
La vida de este sudafricano es un ejemplo perfecto de los traslados dentro de las grandes ciudades de millones de personas pobres que, desde principios del siglo XX, fueron una mano de obra barata y racializada para la industrialización colonial holandesa en los cultivos vinícolas, las minas de oro y los centros de fundición de hierro de todo el país. Sin embargo, el cambio climático está haciendo que los habitantes de los barrios marginales de Ciudad del Cabo se replanteen esta forma de vivir.
“Nuestra vida ya era lo bastante dura moviéndonos de un lado a otro en busca de trabajo y ahora el clima también se volvió contra nosotros”, cuenta Hlabiso. “Es un desastre”, asegura, refiriéndose a uno de los vendavales asociados al cambio climático, con vientos de 135 kilómetros por hora, que azotaron Ciudad del Cabo en abril, arrasando los barrios marginales y provocando un incendio que desplazó a 500 familias que vivían en asentamientos informales en el distrito de Strand, donde se encontraba su casa.
La familia de Hlabiso ha vivido en chabolas de zinc en Ciudad del Cabo desde 1980, alternando entre los distritos industriales en el este y los del sur, cerca del océano Atlántico, donde es posible encontrar puestos de trabajo en la hostelería y la pesca. Él y su familia estuvieron asentados en uno de estos distritos durante al menos cinco años, hasta que las empresas dejaron de necesitarlos para trabajos eventuales.
Para evitar las tormentas, los incendios y las zonas inundadas, tenemos que alejarnos 30 kilómetros de las fábricas. Pero si nos quedamos para trabajar, el clima nos matará antes que el hambreFikile Hlabiso, habitante de una chabola en Ciudad del Cabo
Pero el último lustro ha sido diferente, afirma. “Mi familia y 20 de nuestros vecinos de toda la vida nos hemos mudado dos veces en los últimos cinco años, ambas para escapar de asentamientos en distritos bajos donde las crecidas de los ríos y las tormentas marinas arrasan la tierra”, explica. “Pero además, para evitar las tormentas peligrosas, los incendios y las zonas inundadas, tenemos que alejarnos 30 kilómetros de las fábricas que pueden contratarnos. Pero si nos quedamos para trabajar, el clima nos matará antes que el hambre. Es una elección dolorosa”, se lamenta.
En toda Sudáfrica, país que celebrará elecciones generales el miércoles, viven unos cuatro millones de personas en estos asentamientos de precarias viviendas de madera, zinc o plástico, según explica Lebogang Maile, subsecretario de Vivienda en Gauteng, la provincia más industrializada del país. En estas barriadas, las personas carecen de conexión a las redes municipales de agua, alcantarillado o electricidad y en muchos casos, en su interior se concentran los peores casos de delincuencia violenta.
Sudáfrica es, según el Banco Mundial, el país más desigual del mundo, y dentro de ella, Ciudad del Cabo, donde vive la población blanca más numerosa y rica, es conocida coloquialmente como “la ciudad más desigual”, señala el economista Carter Mavhiza. En esta urbe, el 20,5% de sus 4,4 millones de habitantes viven en asentamientos informales, según un informe del Gobierno de 2020. Estos barrios de chabolas ocupaban 1.292 hectáreas ese año, lo que supone un incremento del 15% en terreno construido en dos décadas, según un estudio de 2023.
Peaje económico y social
Muchos de sus habitantes se replantean ahora adónde migrar en la ciudad. Después de sufrir algún fenómeno climático adverso, es cada vez más frecuente alejarse de la enfurecida costa atlántica, pero también tratan de evitar las colinas boscosas donde las crecientes olas de calor provocan incendios mortales, y de las zonas donde el desbordamiento de los ríos puede devorar los terrenos.
Shamiso Mupara, científico medioambiental y defensor de la reforestación, explica: “Las borrascas atlánticas de Ciudad del Cabo generan tormentas más feroces, aumentando la magnitud de las olas del océano y las crecidas de los ríos, que invaden más tierra. También las temporadas de incendios de la ciudad están variando y ahora los fuegos se producen en meses poco habituales”. Entre 2015 y 2017, Ciudad del Cabo registró sus precipitaciones más bajas, lo que provocó una grave escasez de agua potable y el temor al día cero, cuando se esperaba que la urbe se quedara sin agua, recuerda Mupara.
Jongile Mbuzana, que trabaja por temporadas separando uvas cada vez que se amplía o abre una nueva fábrica de vino en Ciudad del Cabo, asegura que el peligro del clima es doble. “Al principio temíamos que las frecuentes tormentas se llevaran nuestras casas mientras dormíamos; ahora, los incendios provocados por las olas de calor han quemado mi cubículo de plástico, obligándonos a mí y a mi familia a trasladarnos a una zona menos boscosa de la ciudad, porque creemos que allí los incendios no serán tan fuertes”, cuenta, explicando el peaje económico y emocional que supone andar siempre de un lado para otro.
Estos fenómenos meteorológicos extremos asociados al cambio climático exigen a decenas de miles de habitantes de los barrios marginales de Sudáfrica tomar duras decisiones, según Tapiwa O’Brien Nhachi, un veterano experto en medioambiente que trabaja para organizaciones y consultoras en toda la región del sur de África. “Para los habitantes de los suburbios, trasladarse a terrenos más elevados para escapar de las furiosas crecidas de los ríos significa a menudo abandonar sus trabajos en fábricas por salarios mínimos, con los que mantienen a raya el hambre. Es un callejón sin salida”, señala.
Problema político
Las inundaciones, las granizadas o los incendios provocados por el cambio climático hacen que los presupuestos municipales se queden cortos en esta zona de la costa sudafricana y al mismo tiempo, provocan un amargo cisma entre las autoridades y los millones de habitantes de chabolas como Hlabiso y Mbuzana, que quieren que las ciudades compensen sus pérdidas o rehabiliten sus viviendas ilegales, a pesar de no pagar impuestos.
“El cambio climático está desgarrando la fibra política y financiera de ciudades costeras vulnerables como Ciudad del Cabo”, añade el experto medioambiental Nhachi. “¿Cómo es posible controlar y gestionar a miles de habitantes de asentamientos ilegales que migran dentro de la ciudad como refugiados climáticos?”, se pregunta.
Los habitantes de asentamientos informales están abandonados a su suerte y al clima, porque se les considera ocupantes ilegales y no pagan impuestosPanele Mbatha, miembro de Abahlali Base Mjondolo, movimiento de presión popular en defensa de los chabolistas
Panele Mbatha es secretario de organización de Abahlali Base Mjondolo, el mayor movimiento sudafricano de presión popular en defensa de los derechos de los chabolistas, en Khayelitsha, uno de los municipios más grandes de Ciudad del Cabo, en el que proliferan los asentamientos informales. Critica que tras las tormentas que azotaron la urbe en abril y provocaron voraces incendios, las iniciativas de recuperación se centraron principalmente en las zonas residenciales blancas más ricas. “Los habitantes de asentamientos informales están abandonados a su suerte y al clima, porque se les considera ocupantes ilegales y no pagan impuestos”, afirma Mbatha.
JP Smith, jefe del Comité de Seguridad y Vigilancia de la Alcaldía de Ciudad del Cabo, coincide en que los migrantes internos de la ciudad se desplazan y “se asientan cada vez más en terrenos inhabitables, propensos a las inundaciones y no aptos para asentamientos humanos”. Sin embargo, niega que la ciudad muestre parcialidad y deje a los habitantes de los barrios marginales a merced de las catástrofes climáticas, o que se incline por desplegar los equipos de vigilancia y recuperación frente a tormentas o incendios en los suburbios blancos más ricos. Como ejemplo, explica que Ciudad del Cabo identifica cada invierno los asentamientos improvisados de riesgo y aplica medidas preventivas, como la excavación de zanjas o el despliegue de máquinas para elevar la altura del suelo y de lonas para absorber el agua de las tormentas.
“Animamos a las comunidades a trasladarse a terrenos más altos. Los asentamientos de baja altitud, por ejemplo, los que están en zonas de captación de agua, como estanques, humedales y llanuras aluviales, han sido los más afectados y siguen anegados debido a los altos niveles freáticos y las constantes precipitaciones. Esto supone grandes riesgos para la salud y la seguridad”, afirma.
Rob Quintas, responsable del Comité de Movilidad Urbana del Ayuntamiento de Ciudad del Cabo, culpa a los habitantes de los barrios marginales de obstaculizar las iniciativas para mitigar los desastres climáticos. Dice que cuando los migrantes de los asentamientos ilegales se instalan en las épocas secas en estanques de retención, cometen un gran error. Esos estanques están hechos específicamente para contener la escorrentía de las aguas pluviales. “En la época de lluvias, durante el invierno, los que vivan ahí sufrirán inundaciones “, advierte.
Hlabiso replica indignado: “Somos migrantes climáticos que vivimos en su ciudad y somos negros. Existimos. Si nos trasladan a casas construidas en terrenos más altos, nos alejarán de las fábricas que pueden darnos empleo y llevar comida a la mesa”.
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