Francia intenta reafirmar su presencia en África fomentando la cooperación ante su declive en el Sahel
París, necesitado de socios para mantener sus intereses políticos y económicos en el continente africano, responde al sentimiento antigalo en Malí, Burkina Faso y Níger firmando acuerdos de desarrollo en Mozambique, Malaui y Zambia
Los sucesivos traspiés de Francia en África, cuyos soldados han sido expulsados de países tradicionalmente aliados del Sahel en medio de un creciente sentimiento antifrancés —como ha ocurrido en los últimos tres años en Malí, Burkina Faso y Níger— han empujado al Elíseo a explorar nuevas maneras de relacionarse con el continente. La idea es poner el foco más en la cooperación al desarrollo que en el ámbito militar, y se dirige hacia zonas consideradas hasta ahora menos estratégicas para Francia, como la región austral, todo ello en un contexto de mayor protagonismo de potencias emergentes como Rusia, China, India o Turquía.
La aceptación de ese nuevo modelo no podrá conseguirse sin cortar de raíz con el anterior, opina Aurélien Llorca, investigador asociado del Instituto Universitario de Estudios Internacionales y Desarrollo (IHEID) de Ginebra. “Es obvio que la estrategia de la diplomacia francesa esconde algo, que no está implementando esa nueva política exterior por buenismo, sino para defender sus intereses nacionales. Aplicar un modelo basado en la cooperación requiere honestidad, transparencia y confianza, algo que Francia ha perdido en los últimos años”, explica a este medio.
Por razones históricas, París ha mantenido una política exterior muy activa y una mayor influencia en el Magreb y África occidental que en otras regiones africanas. En el terreno militar, la Operación Barkhane de lucha contra el yihadismo, que duró una década y llegó a tener más de 5.000 soldados desplegados en varios países del Sahel, era buena muestra de ese interés. Sin embargo, el terrorismo no solo no ha sido derrotado, sino que ha ido ganando terreno y provocando un auténtico éxodo de más de cuatro millones de refugiados y desplazados. Este fracaso, que las autoridades francesas no acaban de aceptar, está en el origen de un sentimiento antigalo del que Rusia, potencia rival, no solo se ha beneficiado, sino que ha estimulado.
El patrón se ha ido repitiendo en Malí, Burkina Faso y Níger. Tras sucesivos golpes de Estado entre 2020 y 2022 condenados con vehemencia por Francia, juntas militares llegan al poder y rápidamente las relaciones con la exmetrópoli se deterioran, incluso hasta la ruptura. Los militares expulsan a las tropas presentes en su territorio y giran entonces hacia Moscú como nuevo aliado, tanto en el terreno militar como en otros que tienen que ver con los recursos o la energía. Todo ello se produce en medio de manifestaciones en las que ondean las banderas rusas y las pancartas con la foto de Vladímir Putin.
Nicolas Dasnois, portavoz de la Embajada de Francia en Sudáfrica, menciona la voluntad de proyectar la imagen de “una Francia más modesta que la que se ve en África occidental, una Francia centrada en la reactivación de las relaciones diplomáticas y la cooperación cultural”
Pero Francia necesita socios para mantener sus intereses políticos y económicos en África y los está encontrando en varios países del sur del continente. La delegación diplomática enviada el pasado noviembre a Malaui, Mozambique y Zambia, liderada por la Secretaria de Estado responsable de Desarrollo, Francofonía y Asociaciones Internacionales, Chrysoula Zacharopoulou, así como la firma de numerosos acuerdos comerciales, evidencian esa línea: “Había un vacío enorme entre lo que la política exterior francesa decía y lo que hacía, y muchísimas formas de injerencia que no estaban alineadas con el discurso político. Creo que finalmente se pretende alinear lo que se quiere hacer y lo que se va a hacer, o al menos parece un intento por resultar creíbles de nuevo en África”, apunta Llorca.
Para Victor Chipofya, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Internacional de Blantyre (Malaui), “la política exterior francesa, históricamente, ha sido de explotación en la mayoría de países africanos aliados”. “Solo Francia se beneficiaba. Ahora la geopolítica en suelo africano está cambiando, en gran parte gracias al incremento de popularidad y presencia de los BRICS+ [las principales potencias emergentes: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y las recién incorporadas Arabia Saudí, Egipto, Argentina, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán]”, explica a este diario.
Pero el experto recomienda prudencia antes de valorar este acercamiento de Francia: “Es muy importante analizar el historial que los franceses han tenido en el pasado. Personalmente, sigo sin confiar en si Francia realmente ha cambiado su política exterior hacia una línea más de cooperación o si ese acercamiento viene a raíz de la pérdida de influencia en África Occidental”, plantea.
Nuevas alianzas diplomáticas
El nuevo perfil que Francia pretende proyectar ahora en África puede observarse, por ejemplo, en el reciente acercamiento a Malaui: tras más de 20 años sin presencia diplomática en el país, el pasado 14 de noviembre recibió a Zacharopoulou quien, además de anunciar la apertura de un nuevo centro de la Alianza Francesa (la organización que promueve el idioma y la cultura francesas en el mundo) en Blantyre, asumió una serie de compromisos clave en materia de agricultura, seguridad alimentaria, comercio, sanidad pública y cooperación cultural: “Francia ha vuelto”, publicaba la embajada en su cuenta de X (antes Twitter). Nicolas Dasnois, portavoz de la Embajada de Francia en Sudáfrica, resume a este medio el espíritu de la visita como “principalmente político” y con la clara voluntad de proyectar una imagen de “una nueva Francia, más modesta que la que se ve en África occidental, una Francia centrada en la reactivación de las relaciones diplomáticas y la cooperación cultural”.
Varias de las alianzas firmadas entre Francia y Malaui irán destinadas a aliviar la pobreza en el país africano. Una de las más destacadas ha sido el acuerdo comercial de 10 millones de dólares (9,29 millones de euros) entre Proparco y Ecobank con el que se pretende facilitar la importación de fertilizantes, alimentos básicos y materias primas, y contribuir además a la mejora de la seguridad alimentaria en un momento en que las cifras del hambre empeoran en el país africano. En plena temporada de escasez de alimentos, fruto de las sequías y los frecuentes desastres naturales asociados al cambio climático, medidas como la firma de estos acuerdos o la última contribución de un millón de euros al Programa Mundial de Alimentos (PMA) podrían amortiguar el revés sufrido en esta pequeña economía. Actualmente, 4,4 millones de personas, el 22% de la población, se enfrentan a inseguridad alimentaria aguda en Malaui.
La visita de la secretaria de Estado francesa a Mozambique y Zambia también trajo consigo la firma de acuerdos que trazan la línea de esa nueva diplomacia basada en el poder blando o, como algunos expertos la han apodado, de “sutil persuasión”. En materia de cooperación con la excolonia portuguesa, Francia anunció una inyección de 4,5 millones de euros para ofrecer apoyo humanitario a las personas afectadas por el conflicto en Cabo Delgado y otra de 10 millones de euros para facilitar el acceso al agua. No obstante, París no ha dejado de lado sus intereses comerciales y ha anunciado que el gigante energético EDF, propiedad del Estado francés, liderará el consorcio para construir y operar un gran proyecto hidroeléctrico en el río Zambezi: una presa de 4.500 millones de euros con la que pretende incrementar la capacidad de producción eléctrica en Mozambique en más de un 50%.
En Zambia, país aliado con el que Francia mantiene estrechas relaciones bilaterales en materia política, económica, de defensa y de cooperación desde su independencia en 1964, los nuevos acuerdos irán dirigidos a aliviar las tensiones macroeconómicas que ahogan al país africano, con una crisis de la reestructuración de la deuda que ha paralizado inversiones y crecimiento. El país galo se ha comprometido a fortalecer sus lazos mediante un desembolso de 23 millones de euros para aliviar la deuda, destinados principalmente a la lucha contra la inseguridad alimentaria, la gestión sostenible de los recursos forestales y los servicios de acceso al agua. Para Llorca, “si Francia quiere ser percibido como que ha cambiado su enfoque y promover cooperación real entre socios iguales, tiene que ser coherente y sistemático. La confianza es algo muy difícil de conseguir y muy fácil de perder”.
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