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África y Rusia: poco comercio, mucha política

La seguridad alimentaria centra las inquietudes de los países africanos en la cumbre internacional que se celebra en San Petersburgo

Participantes en el Foro Económico y Humanitario Internacional organizado por Rusia, este jueves en San Petersburgo. Foto: VALERY SHARIFULIN / TASS HOST PH (EFE) | Vídeo: EPV
Raquel Seco

La misma semana en la que Moscú suspendió el acuerdo para la exportación de grano de Ucrania, el embajador de Rusia en Kenia, Dmitry Maksimychev, publicaba una tribuna en dos de los principales diarios del país. El título: ¿Quién está realmente usando la comida como arma? En ella, escribía que “Rusia ha estado entregándose a una causa global humanitaria” mientras que Occidente negaba la llegada de alimentos y fertilizantes rusos a los mercados globales, perjudicando, de paso, a África. Se justificaba así ante los 16 países africanos que, según la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), dependen de productos agrícolas de Rusia y Ucrania. El 30% del abastecimiento de grano de África depende de Rusia, según el Africa Center for Strategic Studies (centro africano de estudios estratégicos). Todo ello en un contexto en el que el hambre empeora: el año pasado, la cifra en África subió en 11 millones de personas, según el último informe mundial que publican anualmente varias instituciones internacionales.

La seguridad alimentaria (el término técnico para definir si una familia tendrá comida que poner en la mesa) es uno de los asuntos claves del Foro Económico y Humanitario Internacional que se celebra hasta este viernes en San Petersburgo. El fin de la Iniciativa Cereales del Mar Negro tendrá importantes consecuencias para la seguridad alimentaria del continente, advierten diplomáticos y trabajadores humanitarios. “Con escasez de comida, habrá estrés en sociedades en situación frágil”, explica John Stremlau, profesor honorario de Relaciones Internacionales en la Universidad de Witwatersrand (Sudáfrica).

La seguridad nacional es otro de los asuntos relevantes en esta cumbre, especialmente en relación con las operaciones del grupo ruso de seguridad privada Wagner en varios países de África. Los mercenarios están bajo sospecha de haber ejecutado a cientos de personas en Malí; han convertido a la paupérrima República Centroafricana en un laboratorio continental para la influencia rusa; y Bruselas y Washington aseguran que participan en la explotación de oro de Sudán, sumido en un conflicto desde el pasado abril. Rusia es el principal proveedor de armas en África: controla la mitad del mercado, según el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI).

El acuerdo del grano, asunto central

El presidente ruso, Vladímir Putin, anunció el jueves que regalará toneladas de grano a varios países africanos, según la agencia Reuters, y afirmó que Rusia espera una cosecha récord de trigo. “En tres o cuatro meses estaremos listos para proveer a Burkina Faso, Zimbabue, Malí, Somalia, República Centroafricana y Eritrea con entre 25.000 y 50.000 toneladas de cereales gratis para cada uno”, declaró. Aunque, como publicó en redes sociales un alto funcionario de Exteriores keniano la semana pasada, el fin del acuerdo de exportación del grano ucranio puede interpretarse como “una puñalada por la espalda” a África, la mayor parte de líderes del continente ha evitado pronunciarse oficialmente sobre el fin de un programa que benefició enormemente a Etiopía o Somalia. Rusia y Ucrania proveen el 80% del grano de una región como África del Este, que sufre con la subida de precios de los alimentos y la peor sequía en 40 años. “Putin preferiría que los países africanos dependiesen de Rusia”, opina Gilbert Khadiagala, profesor de Relaciones internacionales de la Universidad de Witwatersrand, en Sudáfrica. “Pero los países del continente preferirían la renovación para evitar depender exclusivamente de Moscú. Rusia ganaría muchos amigos en el continente si renovase el acuerdo e hiciese esfuerzos para acabar con la guerra”, señala.

“El interés de Rusia con África es político, no económico”, señala Joseph Siegle, director de investigaciones del Africa Center for Strategic Studies, con sede en Estados Unidos. Los 54 países del continente constituyen el mayor bloque de voto en la Asamblea General de Naciones Unidas, y su voz se hizo escuchar en la resolución de condena de la ONU a la invasión de Ucrania, en marzo del año pasado: de los 35 miembros que se abstuvieron, 17 eran africanos. “Rusia ha ganado influencia en el continente en los últimos años con distintas estrategias: desinformación, despliegue de mercenarios... no con la economía”, subraya Siegle en una conversación telefónica.

Un flujo comercial estancado

África y Rusia están unidas por una compleja maraña de intereses geopolíticos actuales y un pasado compartido. La Unión Soviética fue clave en el periodo poscolonial africano, aportando entrenamiento militar, recursos y apoyo político en países como Angola, pero su influencia continental se desmoronó con la caída de la URSS. Y, aunque el interés diplomático de Moscú en el sur se ha reavivado en los últimos tiempos, la relación de los dos gigantes no se caracteriza por un gran flujo económico. Si el comercio internacional de China y África se situó en 255.000 millones de euros el año pasado, el que se produce con Moscú se ha quedado estancado en 12,6 millones de euros. Eso a pesar de que Putin prometió, en la cumbre de 2019, que llegaría a los 36.000 millones. La inversión extranjera directa rusa representa apenas el 1% del total del continente, según el informe de inversiones mundiales de 2022 de la ONU. Y se concentra, principalmente, en solo cuatro países (Sudáfrica, Marruecos, Egipto y Argelia). En total, África importa siete veces más de Rusia que su contraparte, de acuerdo con datos de 2022 de la Organización Mundial del Comercio.

El interés de Rusia con África es político, no económico
Joseph Siegle, Africa Center for Strategic Studies

Gilbert Khadiagala, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Witwatersrand, matiza: “La mayor parte de países africanos se han beneficiado durante mucho tiempo de intercambios científicos y técnicos con Rusia, quien, por ejemplo, ha ofrecido formación a ingenieros y médicos, y todavía puede proporcionarle a África colaboración en el área científica que los países africanos necesitan”. Moscú puede proveer a sus socios, además de cereales, tecnología o maquinaria agrícola muy necesaria para países en vías de desarrollo.

En su primer saludo a los participantes, el miércoles a través de un comunicado, Putin calificó a África de “uno de los polos del mundo multipolar emergente”. Esta segunda edición de la cumbre internacional no ha tenido el mismo éxito de convocatoria que la primera, celebrada en Sochi en 2019. Entonces acudieron 43 jefes de Estado africanos, mientras que en esta participan, según la organización, 49 delegaciones de países africanos y 17 líderes de Gobierno. Theo Neethling, jefe del Departamento de Estudios Políticos y Gobierno de la Universidad Free State (Sudáfrica), predice: “Entre Rusia y África hay problemas a corto plazo, como el de la exportación de grano, pero existen asuntos políticos aún más grandes sobre la mesa. Especialmente, el papel de África entre el Este y el Oeste globales”. Algunos líderes africanos, apunta Joseph Siegle, ven una oportunidad en esta cumbre: creen que, amenazando con acercarse diplomáticamente a Rusia, podrán negociar de alguna forma con Occidente.

Analistas como Patrick Maluki, director del Instituto de Estudios Diplomáticos e Internacionales de la Universidad de Nairobi, defienden la celebración de esta cumbre como “espacio de diálogo”. “La guerra ha afectado a la economía y el bienestar de los africanos”, explica por teléfono. “Este foro será una oportunidad para hablar con Rusia y proponer formas de resolver el conflicto”. Una misión de paz liderada por representantes de seis países africanos viajó el mes pasado a Ucrania y Rusia para intentar impulsar una salida a la guerra, sin resultados tangibles.

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Sobre la firma

Raquel Seco
Periodista en EL PAÍS desde 2011, trabaja en la sección sobre derechos humanos y desarrollo sostenible Planeta Futuro. Antes editó en el suplemento IDEAS, coordinó el equipo de redes sociales del diario y la redacción 'online' de Brasil y trabajó en la redacción de México.

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