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Este centro de Barcelona quiere sanar a los defensores de derechos humanos del mundo

La Asociación Exil atiende psicológicamente a refugiados y migrantes traumatizados por la guerra, la tortura, la violencia sexual o la migración

Asociacion Exil Barcelona
Patricia Jirón, psicóloga y exiliada del Chile de Pinochet (al fondo) en un reciente encuentro grupal con defensoras de derechos humanos de diferentes países.Javier Sulé Ortega

Un trauma es una huella duradera, que un choque o impresión intensa negativa deja en el subconsciente de una persona y que esta no puede, o tarda, en superar. En diferentes lugares del mundo hay personas que ha vivido situaciones de violencia, a veces, inimaginables. Las consecuencias directas e indirectas en las víctimas y sus seres queridos son enormes en términos de tristeza, angustia, desaliento o miedo, que acaban dañando su dignidad y equilibrio emocional.

Superar esos traumas no es fácil. Pero en esa tarea se embarcó hace 40 años el neuropsiquiatra Jorge Barudy junto a Franz Baró, catedrático de psiquiatría ya fallecido. En 1976, con el apoyo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), crearon la Asociación Exil en Bruselas, la primera organización del mundo dedicada a investigar y ofrecer atención terapéutica a personas exiliadas y refugiadas políticas, muchas de ellas víctimas de tortura.

Barudy tenía 24 años y junto a su esposa había pedido asilo en Bélgica en 1974, tras sobrevivir al encarcelamiento y la tortura del régimen de Augusto Pinochet en Chile. “Cuando una persona a la que le pasó algo terrible lo transmite, cambia su perspectiva”, explica el director y fundador de Exil. “Quienes violan los derechos humanos lo hacen, no solo para propiciar daño, sino para que sus víctimas dejen de ser, para negar su existencia”.

En 20 años de existencia, el centro ha atendido a más de 3.500 personas provenientes de 70 países del mundo

Tras unos años en Bélgica, Barudy se trasladó a España, país que había vivido una Guerra Civil y una dictadura de más de 40 años. “La transición democrática aquí nunca planteó el daño que se había hecho a las víctimas de la guerra y el régimen. No había ningún programa para su reparación, por eso nos pareció importante abrir una sede aquí”, explica el doctor. Con el tiempo, empezaron a trabajar estrechamente con Amnistía Internacional, en programas de protección a defensores de derechos humanos.

Hoy, Exil lo forma un equipo de entre 12 y 14 especialistas en psicología, psiquiatría, educación social, terapias artísticas o animación sociocultural, entre otras disciplinas. Trabajan con solicitantes de asilo, infancia, víctimas de guerra, de malos tratos, de abusos, de violencia machista, migrantes y defensores de derechos humanos. En total, han atendido a más de 3.500 personas provenientes de más de 70 países del mundo.

“Cuando piden ayuda después de años, la persona puede responder positivamente, conseguir desbloquear esos traumas y ver una recuperación que le permita volver a tomar las riendas de su vida”, afirma Patricia Jirón, psicóloga en el Centro Exil de Barcelona desde hace más de 20 años. Su padre, Arturo Jirón, fue ministro de salud y médico personal del presidente chileno Salvador Allende. Además, fue una de las personas que estuvo junto al mandatario el día en que decidió quitarse la vida en 1973. “Lo que ha dado sentido a mi trabajo lo conecto con mi historia personal, por el hecho de haberme tenido que exiliar con mi familia durante la época de la dictadura”, explica. “Mi padre estuvo en un campo de concentración casi un año. Venezuela nos acogió, así como a muchas otras personas refugiadas que venían huyendo de las dictaduras militares de los setenta. Esa experiencia de exilio y acogida me ha servido para poder conectar y empatizar con las personas que atendemos aquí”

Miembros del equipo de Exil. De izquierda a derecha la psicóloga Patricia Jirón, el doctor Jorge Barudy, su asistenta Marina Más y el trabajador social y coordinador del Centro Bernat Aviñoa
Miembros del equipo de Exil. De izquierda a derecha la psicóloga Patricia Jirón, el doctor Jorge Barudy, su asistenta Marina Más y el trabajador social y coordinador del Centro Bernat Aviñoajuan camilo moreno

Exil intenta ayudar las víctimas de traumas a resignificar su historia, a desculpabilizarse y a no sentir vergüenza de lo vivido. “Es importante tomar en cuenta el contexto, saber su historia previa y actual. Otro elemento fundamental es el trayecto. Si la persona no tiene una sociedad de acogida saludable, lo más probable es que se quede fijada en el trauma”.

En estos años, Jirón ha acompañado a muchos defensores de derechos humanos (mayoritariamente de Colombia y México) que están en riesgo por su activismo y que, durante seis meses o un año, reciben protección en España. “Este tiempo les sirve para replantearse su vida y ver si la van a enfocar al retorno o al no retorno”, señala la psicóloga.

Diana Martínez es una de ellas. Lideresa y comunicadora social en medios alternativos rurales en Colombia, ha estado acogida durante seis meses en el Programa Catalán de Protección de Defensores y Defensoras de los Derechos Humanos. “Si estamos defendiendo los derechos humanos, es fundamental enfocarnos en el cuidado y el bienestar como persona. Para poder atender las demandas de las comunidades, es esencial estar sana en todas las dimensiones”, reconoce. “Antes de venir aquí nunca me lo había planteado, también por la falta de recursos”.

“La entrega de la mayoría de las y los defensores de derechos humanos es tan grande que suelen descuidar su propio autocuidado emocional”
Patricia Jirón, psicóloga en el Centro Exil de Barcelona

Al igual que Martínez, Ana Lilia Prado también fue acogida por el Programa Catalán y atendida por Exil. Es defensora de la comunidad de Nahuatzen, en la región mexicana de Michoacán. Para ella, que Jirón fuese migrante fue muy importante para sentirse comprendida y sobrellevar la situación. “Al estar lejos de mi comunidad, la terapia me hizo ver la lucha desde afuera, tanto la colectiva, como la personal. Fue muy importante para reflexionar y buscar posibles soluciones”.

En el caso de los defensores de derechos humanos, Jirón afirma que las terapias colectivas propician un acompañamiento mutuo en el dolor. Algo especialmente importante para personas que se suelen mostrar como fuertes ante los demás.

Además de esta atención psicosocial, es importante que las personas defensoras integren el autocuidado día a día, tal y como comenta la psicóloga. “El activismo social requiere de un gran compromiso que implica invertir tiempo y correr riesgos. La entrega de la mayoría de defensores de derechos humanos es tan grande que suelen descuidar su propio autocuidado emocional. Una persona que no se cuida a sí misma no puede entregarse a los demás y a su forma de estar en el mundo. Es un desgaste constante, un estrés acumulativo con secuelas nefastas”.

Y en el caso de las mujeres defensoras, el desgaste es todavía mayor. “Más allá de la labor que hacemos, donde nos enfrentamos todos los días al machismo y los estereotipos de género, se nos ataca en nuestra vida personal por ser lideresas. Y no solo son ataques físicos, golpes… sino también psicológicos que afectan a nuestra autoestima”, critica la colombiana Diana Martínez.

El poder del perdón

Hay quienes hablan del poder del perdón para sanar. Durante mucho tiempo, incluso hoy en día, libros de autoayuda y profesionales de la psicología insisten en que el perdón alivia el dolor. Desde Exil lo cuestionan. “El tema es personal y está permeado por las creencias y la tradición religiosa”, apunta el neuropsiquiatra Jorge Barudy. “Trabajamos más con el tema de la exoneración: hacer todo lo posible para que quienes hicieron daño no determinen la vida de la persona que sufrió el trauma. El objetivo es reparar el daño, no preocuparse del que dañó, que en muchos casos ni siquiera se arrepiente”, apunta. Jirón opina lo mismo: “No es verdad que si no perdonas no te puedes recuperar. ¿Cómo puedes perdonar a alguien que te ha torturado, que ha querido destruirte? Aquí transmitimos a los pacientes que son libres de perdonar o no. Que se coloquen en un plano horizontal, no tanto de víctimas, sino de supervivientes, y ahí decidan”.

Para Jirón lo esencial es que las personas defensoras, así como toda la ciudadanía, tome conciencia de sus hábitos y de la importancia del autocuidado. “Es bueno reconocer que no somos robots. Es necesario buscar qué cosas nos hacen desconectar de tanto sufrimiento e injusticia. Si no somos conscientes de los momentos que nos hacen fortalecernos, nos vamos debilitando, nos volvemos muy frágiles y nos enfermamos. Porque lo que tu boca no habla, tu cuerpo lo enferma”.

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