Odile Sankara continúa la lucha panafricana de su hermano a través del teatro
La dramaturga comparte su experiencia de trabajo con comunidades desplazadas por la violencia yihadista en Burkina Faso a través del arte
Resulta difícil disociarla del legado de su hermano mayor al oírla hablar. Odile Sankara (1965, Burkina Faso) transmite los mismos ideales de recuperación de la integridad e independencia de los pueblos africanos que promovió el revolucionario burkinés, Thomas Sankara, asesinado hoy hace 35 años y que sigue siendo un símbolo de la lucha anticapitalista y panafricana.
Su medio no es la política, es el teatro. Y prefiere hablar de eso. Es actriz, directora y dramaturga. Una de las figuras femeninas más importantes tanto de África como de la escena francófona, con una impecable carrera de más de tres décadas sobre las tablas. Su última visita a España fue el pasado mes de julio con motivo del Festival Grec de Barcelona. Allí presentó Parole Due, una pieza donde propone, a través de diferentes lenguas y músicas, la unión de la sociedad para conseguir un anhelo común de libertad, independientemente del origen, la lengua o la raza, con textos propios y del martiniqués Aimé Césaire.
Sentada en la terraza de un hotel de Dakar, en donde se encuentra de paso para participar en los Talleres del Pensamiento, reflexiona sobre su trayectoria militante y sobre el papel del teatro como herramienta para la cohesión social en un contexto complejo como el que está atravesando su país actualmente, víctima del avance yihadista en el Sahel.
Pregunta: Estos días, en los Talleres del Pensamiento se han reunido en Dakar más de 50 intelectuales, artistas e investigadores africanos e internacionales para reflexionar sobre la necesidad de construir comunidad. ¿Qué significa eso para usted?
Respuesta: Para mí, una comunidad es un grupo de personas que comparte el mismo espacio o que tiene un interés común en torno a un territorio legado por sus ancestros y sus antepasados. La tierra es una herencia pesada, no solo porque la puedas cultivar y explotar para alimentarte, sino porque tiene un poder espiritual: es un elemento sagrado, de comunión entre personas y con el medio ambiente, pero desgraciadamente estas nociones están perdiéndose.
El arte ha tenido siempre una función terapéutica en África
Sin embargo, la comunidad también puede debilitarse y perder sus valores, como está pasando actualmente en la zona del Sahel. En Burkina Faso casi dos millones de personas están huyendo de sus lugares de origen a causa de la inseguridad y del terrorismo. Estas personas ya no tienen territorio, son errantes. ¿Cómo permanecer íntegro cuando no has comido o tienes sed, cuando no tienes hogar y estás al borde del abismo cada día?
P: ¿Puede el teatro ayudar en la reconstrucción de la comunidad?
R: El arte ha tenido siempre una función terapéutica en África. El teatro puede ayudar a reconstruir porque toca los imaginarios compartidos y desde él pueden invocarse espacios que apelan a la unión. El pasado mes de enero, varios artistas estuvimos en Kaya, que es la ciudad de acogida de muchos de los grupos de desplazados internos entre las provincias del norte y la capital del país, Uagadugú, y trabajamos con ellos y con los habitantes locales. Elegimos la obra Terre Ceinte (Tierra cercada) del escritor senegalés [y reciente premio Goncourt] Mbougar Sarr, e interpretamos dos extractos en idiomas pular y mosi. Aquellas comunidades que creían que nunca podrían sentarse juntas para hablar, trabajaron conjuntamente durante tres semanas, interpretaron juntas, cantaron juntas… Fue muy emocionante. El arte consiguió lo que ningún discurso político o religioso pudo, porque pasa por las emociones, por el cuerpo. Se vieron como humanos, de frente, viendo cómo el otro está también como él: desamparado.
P: El Festival Récréâtrales, del que es usted presidenta y que este año cumple dos décadas como una institución de referencia en el continente, apuesta también por el trabajo con las poblaciones desde la base. ¿Por qué?
R: Efectivamente, aunque al principio el festival fue un proyecto de residencias panafricanas de escritura, de creación y de investigación teatral, desde el inicio ha tenido una vocación social. En la décima edición, en 2012, el proyecto dio un giro y se inscribió en un barrio de Uagadugú, Bougsemtenga, para democratizar el teatro y para estar con la gente, alimentar sus sueños, su imaginación, suscitar la esperanza… Llevarles la estética, lo bello... ¡Hacerles soñar! El arte es belleza, pero también es cuestionamiento, y este es fundamental para crear una ciudadanía activa y una cultura democrática. Además, se aprovecha para dar formación a los jóvenes que quieren comenzar en este oficio en diferentes ámbitos como escenografía, sonido, luces... La próxima edición será en octubre.
P: Hablando de hacer soñar, su hermano Thomas Sankara sigue siendo referencia para buena parte de la juventud africana, representando el sueño de un continente libre de ataduras y dueño de su propio destino. ¿Cómo se vive su legado?
Todos los mandatarios deberían recuperar el legado de Sankara para lograr una buena gobernanza
R: Thomas era una persona que iba por delante de su tiempo. El tiempo le ha hecho justicia, porque actualmente todo el mundo ha comprendido su misión y a dónde nos quería llevar, lo que no ocurrió del todo en su momento. Su herencia, aun ahora, nos construye como pueblo. Cada burkinés y burkinesa posee una parte de la herencia de Sankara. Los dirigentes africanos actuales deberían dejar a un lado su orgullo y tener humildad para recuperar su legado, ya que él había propuesto un plan de acción con una visión clara en todos los sectores que rigen la vida de un pueblo. Paul Kagame, el presidente ruandés, por ejemplo, no ha dudado en reivindicar la apropiación de muchas de sus ideas. Todos los mandatarios deberían recuperar el legado de Sankara para lograr una buena gobernanza, ya que, desde mi punto de vista, no hay experiencia más democrática que la revolución de Burkina Faso, en la que todo el mundo participaba en la toma de decisiones.
P: Desde su posición reconocida en su país, usted ha militado para facilitar a las mujeres el trabajo en el ámbito de la cultura a través de la asociación Talents de Femmes. ¿Ha mejorado la situación ahora?
R: Hace 30 años, a las mujeres que trabajábamos en el sector cultural de Burkina Faso nos lo ponían muy difícil. Teníamos que tomar decisiones individuales, estábamos continuamente de viaje, ensayábamos con hombres… Y las familias tenían miedo. Era comprensible, porque esas actividades no tenían el reconocimiento de un verdadero oficio. Por eso creamos la asociación, de la que fui fundadora: para favorecer el encuentro y el apoyo a otras mujeres, incluso en el medio rural. Aunque la situación ha cambiado mucho, el trabajo nocturno sigue estigmatizado, y se nos tacha de “mujeres de mala vida”. Sin embargo, a las matronas y enfermeras que también trabajan toda la noche, ¡no se les da esa mala reputación! Creamos también un festival para poner en valor el oficio entre mujeres que se dedican al teatro y talleres de escritura con chicas jóvenes por todo el país para promover que cuenten sus propias historias. Eso es el poder: delante de una hoja en blanco, hay un océano de libertad.
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