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Para millones de niños, ir a la escuela también significa esquivar el hambre

Es urgente reabrir las aulas en América Latina y el Caribe para preservar los avances educativos y alimentarios conseguidos hasta ahora

Tres niñas haitianas posan con sus platos de bulgur en su escuela. Foto: WFP | Vídeo: ANTOINE VALLAS/VIDEO: ALEXIS MASCIARELLI (WFP)

Los niños y niñas del planeta se enfrentan a una crisis sin precedentes a causa de la pandemia de covid-19, pese a ser quienes menos han sufrido el zarpazo directo de la enfermedad. Las consecuencias de esta sobre la educación y la nutrición infantil amenazan con causar daños irreversibles en las futuras generaciones.

Hoy, el hambre y la pérdida de acceso a la educación acechan a millones de niños. En muchos países, el colegio no es solo el lugar al que acuden a estudiar sino su principal o única fuente de alimentación. Según cálculos del Programa Mundial de Alimentos (WFP por sus siglas en inglés), en 2021 una de cada nueve personas en el mundo pasa hambre y al menos 34 millones están al borde de la hambruna. En zonas como Centroamérica, el hambre se ha multiplicado por cuatro y hoy afecta a ocho millones de personas frente a los dos millones de hace apenas dos años.

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Cuando hablamos de niños y niñas en edad escolar, las cifras también son dramáticas. En 2020 el cierre de las escuelas dejó a cerca de 1.500 millones de niños sin colegio y de ellos, 370 millones quedaron sin acceso a desayunos y almuerzos escolares, como indica el informe El Estado de la Alimentación Escolar a Nivel Mundial 2020 del WFP, publicado este mes. Para la mayoría, esa era su única comida del día. Y a pesar de que en muchos países los centros educativos han vuelto a funcionar, y que en otros han repartido entre sus alumnos la comida que no se pudo consumir en los comedores, aún hay 150 millones de niños y niñas esperando volver a las aulas. Y la mayoría, esperan con el estómago vacío.

En 2020 el cierre de las escuelas dejó a 370 millones sin acceso a desayunos y almuerzos escolares

Las consecuencias de la pandemia pueden ser particularmente desastrosas para América Latina y el Caribe, donde durante la última década los gobiernos habían dado pasos de gigante para acercarse al acceso universal a la educación primaria y se invertían 4.300 millones de dólares al año en alimentar a 78 millones de escolares.

En la última década, la inversión en programas de alimentación escolar en ese continente ha ayudado a promover dietas más sanas y nutritivas, prevenir problemas como la obesidad, el sobrepeso e insuficiencias nutricionales y mejorar los hábitos alimenticios de la población escolar. Al integrar estos programas en redes de protección social nacionales, los gobiernos comprendieron que invertir en capital humano es la mejor inversión en desarrollo que existe.

Es preocupante que parte de este progreso se haya perdido por la pandemia. Los alimentos que niños y niñas recibían en las escuelas también representaban un incentivo para que sus padres los enviaran al colegio. Al desaparecer ese aliciente, muchas familias, azotadas por la crisis, han optado por poner a sus hijos a trabajar, y cuánto más tiempo pasan sin ir a la escuela, mayor es la probabilidad de que nunca regresen.

El caso de las niñas es aún más grave, puesto que, frente a la crisis económica, las familias optan por casarlas más jóvenes. Además, el embarazo adolescente ha aumentado, así como la incidencia de abuso y violencia infantil.

Los beneficios de los programas de alimentación escolar no se limitan a garantizar el pleno desarrollo del potencial de niñas y niños: también sirven para activar las economías locales. La compra local de alimentos contribuye a los ingresos de productores y crea oportunidades de empleo para pequeñas empresas alimentarias. Los datos hablan por sí solos: por cada dólar invertido en alimentación escolar, al menos 10 dólares regresan a la economía. Dado el alto impacto de la pandemia en las economías latinoamericanas, reactivar los comedores escolares también serviría para paliar un poco el efecto de la crisis.

Es urgente volver a abrir los colegios para preservar los logros alcanzados y dar oportunidades a aquellos niños que viven en condiciones de pobreza, con discapacidades, en zonas rurales distantes, o provienen de comunidades indígenas, afrodescendientes y de familias migrantes. Es un imperativo a escala global, ya que para millones de niños y niñas ir a la escuela también significa esquivar el hambre y por tanto tener derecho a un futuro mejor.

El Programa Mundial de Alimentos, Premio Nobel de la Paz 2020, anunció recientemente la creación de una Coalición Mundial de Alimentación Escolar para apoyar el restablecimiento de todas estas políticas. Solo si estas redes de protección vuelven a amparar a las familias, y sobre todo a aquellas más golpeadas por la crisis, garantizaremos que la sombra de la pandemia no se alargue sobre las generaciones futuras.

Carmen Burbano de Lara es directora de Alimentación Escolar del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, Premio Nobel de la Paz 2020.

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