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El ingenio de las maestras paraguayas

Desde las clases de música para invidentes por internet y hasta por radio para los barrios sin recursos, las profesoras se las ingenian para mantener la escolaridad de sus estudiantes en un país que ya contaba con las peores tasas de matriculación antes de la pandemia

La maestra Luz Marina Giménez da una clase virtual a sus alumnos en Asunción, Paraguay, el 24 de marzo de 2021.
La maestra Luz Marina Giménez da una clase virtual a sus alumnos en Asunción, Paraguay, el 24 de marzo de 2021.Mayeli Villalba

Techos que caen sobre los alumnos, escuelas inundadas, falta de recursos humanos, de formación actualizada para el profesorado y de escuelas cercanas para los estudiantes. Todos estos problemas se han agudizado en Paraguay con la llegada de la covid-19. Si no hubiera sido por el compromiso y la inventiva de profesoras ―en su mayoría son mujeres―, directores y familias, toda una generación habría podido perder el año escolar.

Claudia Alonso de Franco es una de las docentes paraguayas que ha estado en la brecha, sin soltar a su alumnado ni a las familias de la Asociación Santa Lucía. Enseña música, percusión y canto a niños y niñas; y guitarra, flauta, piano y canto a adultos que, como ella, son ciegos o tienen alguna discapacidad visual. Hace todo lo que está en sus manos para que no lo dejen.

La deserción escolar en Paraguay en general es del 59%. En la Educación Primaria, alcanza el 40%. Es el país latinoamericano con peor tasa de matriculación, y es una verdadera tragedia, pues el 35% de la población, más de 2,4 millones de personas, es menor de edad.

“Tuvimos muchos problemas de accesibilidad, nuestros alumnos no tenían dispositivos, a veces ni teléfonos, y los que sí contaban con uno, igual sufrían muchas dificultades porque en Paraguay los contenidos que se suben a las plataformas del sistema educativo no son accesibles para personas con discapacidad visual”, cuenta Claudia desde su casa en el centro de Asunción, la capital de Paraguay.

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Por eso comenzó a ofrecer clases individuales a sus 39 estudiantes, también a sus familiares, para que sean estos quienes muestren a los niños la postura de la muñeca sobre el mástil de la guitarra o la combinación de dedos necesaria para empujar las teclas del piano mientras ella les dirige. “Falta el contacto físico con las personas y con los instrumentos. Es muy complicado remplazar eso”, reconoce.

El sistema educativo paraguayo se encuentra entre los peor valorados de América y del mundo según los informes del Foro Económico Mundial. Entre 2015 y 2016 el sistema de Educación Primaria estuvo en el último lugar entre 140 países, mientras que la Educación Secundaria y universitaria no está tampoco muy lejos, en el puesto 139, compartiendo la cola de la lista con Sudáfrica.

De tantas penurias que ya habían visto los profesores de Paraguay, ya estaban adiestrados para aplicar otro tipo de marco pedagógico

Como todo el profesorado, Claudia además ha tenido que aprender y al mismo tiempo enseñar tecnología a los estudiantes, así como tener mucha paciencia con las plataformas en línea del Ministerio de Educación. Algo parecido les ocurrió a Luz Marina Giménez y Fany Raquel Aquino, dos maestras de la humilde escuela Ever Faustino Beaufort de la ciudad de Villa Elisa, aledaña a Asunción, de unos 300 alumnos de familias dedicada a la pesca, la limpieza o la venta en el mercado. Hay muchos padres y madres que no saben leer y no pueden ayudar a sus hijos.

Luz Marina comenzó a usar nuevas tecnologías con la llegada de la pandemia. Se compró una computadora y un celular inteligente. Trabajó por primera vez en 20 años de carrera desde casa, con las clases virtuales e hizo llamadas grupales por WhatsApp para conocer mejor a sus estudiantes. “Con muchos niños no pude contactarme porque no tenían posibilidades, entonces imprimía las tareas y me comunicaba con los padres para que retirasen las copias de la escuela. Si no podían hacerlo, yo les llevaba a sus casas y ellos devolvían después de una semana”, explica la docente, de 41 años. De esta forma pudo llegar a todos. Fue un cambio total para ella. “Lo que más extraño es ver a los niños, el abrazo de ellos, sentir su cariño”, expresó.

A Fany le pasó lo mismo. Tuvo que aprender a usar Teams, Jitsi meet, el correo electrónico y las plataformas de aprendizaje en línea; también a grabarse con un teléfono. “Recibo numerosas preguntas por parte de los alumnos, que debo responder de manera individual a través de WhatsApp. Pero me siento feliz porque a pesar de la distancia puedo ayudar a mis niños”, afirma.

Ondas sonoras para todos los públicos

En otra zona cercana al río Paraguay, donde vive un cuarto de su población, en los barrios conocidos en Asunción como “bañados” porque se inundan cada año, las maestras de la escuela Caacupemí de Fe y Alegría han ideado una forma de mantener a sus estudiantes conectados, aunque no tengan forma de llegar a la escuela ni internet.

Debido a tantas inundaciones sufridas, o el problema cotidiano de falta de agua corriente, luz o internet, la directora de la escuela Selva Miranda aprovechó la pandemia para continuar con un programa que ya habían lanzado en 2019 para romper la brecha de exclusión de sus estudiantes: educación a distancia a través de la radio.

Recibo numerosas preguntas por parte de los alumnos, que debo responder de manera individual a través de WhatsApp. Pero me siento feliz porque a pesar de la distancia puedo ayudar a mis niños
Fany Raquel Aquino, maestra

Mientras los estudiantes asuncenos de clase media y alta que acuden a centros privados tienen wifi, varias computadoras en casa o juegan en internet a los mismos videojuegos que europeos y estadounidenses, a unos pocos pasos, gracias a la las ondas de Fe y Alegría de la congregación jesuita, hay unas 8.000 personas de 7.000 familias diferentes conectadas con 570 docentes y educadores de la misma ciudad.

“De tantas penurias, los profesores ya estaban adiestrados para aplicar otro tipo de marco pedagógico, por decirlo de alguna manera”, cuenta Selva. Desde entonces, cada semana se entregan cuadernillos con tareas y preguntas a las familias y se crean grupos con profesores. La pandemia evidenció muchas cosas, dice Selva. Por ejemplo, que en las familias hay mucha gente que ni lee ni escribe.

“Sigue fuerte el analfabetismo, gente que no lee mínimamente, entonces adaptamos todo a este formato de audios y cuadernillos”, explica. A eso les sumaron una tercera pata vital: el acompañamiento a uno de los familiares, una vez a la semana para enseñar al adulto a enseñar, a su vez, al niño. Y que aprendan juntos, al fin y al cabo. Selva destaca que desde que llegó la pandemia hay menos presupuesto, menos docentes y, sin embargo, más estudiantes. Pero aplaudió la labor de sus maestros, que “en ningún momento retrocedieron”.

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