Tres millones de niños sin acceso a la educación en Filipinas por la brecha digital
El curso escolar comenzó con cuatro meses de retraso, tras el anuncio del presidente Duterte de que no habría clases presenciales hasta tener vacuna contra la covid-19. Un modelo a distancia y ‘online’ que ha sacado a la luz la desigualdad en el país
En casa de Nida Iliena, al sur de Manila, se reúnen diariamente unos 30 alumnos organizados en dos turnos, los pequeños en las mañanas y los mayores después del almuerzo. Con mucho esfuerzo esta ama de casa consiguió ahorrar 6.000 pesos (unos 105 euros) para comprar un teléfono móvil y que sus seis hijos pudieran comenzar el curso escolar, que en Filipinas es totalmente a distancia debido a la amenaza de la covid-19.
En el barrio de Soldiers Hill pocos pueden permitirse comprar un teléfono para que sus hijos estudien, así que Iliena y su familia decidieron compartir el móvil con los vecinos para las clases online y el resultado es esta pequeña e improvisada escuela con muchos niños y sin maestros que ahora funciona en su hogar.
Estudian todos en una sala diminuta y mal alumbrada, tan abarrotada de muebles, trastos y garrafas con agua de coco, que deben hacerlo casi sentados unos sobre otros o en las escaleras. “En general se portan bien, pero hay que tener mucha paciencia porque son muchos niños y lo que quieren es jugar todo el rato”, cuenta Iliena.
El pasado cinco de octubre se inició el curso escolar 2020-2021 en Filipinas, con cuatro meses de retraso, después de que el presidente Rodrigo Duterte anunciara que no habría clases presenciales hasta que la vacuna contra la covid-19 esté disponible en el país. Como consecuencia, se ha impuesto un modelo de enseñanza exclusivamente a distancia en que se han matriculado 24,6 millones de estudiantes, pero que ha dejado al margen de la educación a 3 millones de niños este año.
“Estamos sufriendo mucho con la covid-19. Apenas nos alcanza para comer, por lo que no puedo gastar un peso para las clases online”, indica Ángel Cristino, que este año no ha podido matricular a dos hijos de 8 y 6 años en la escuela Vicente Lim, la más cercana a Happyland, la barriada de chabolas en la que viven. Cristino solía ganarse la vida con trabajos temporales como estibador en el cercano puerto de Manila, pero la pandemia y el frenazo económico que supuso lo tienen desempleado.
Estos menores están en riesgo de permanente abandono escolar, un problema especialmente grave en Filipinas, donde 3,8 millones de niños no cursan enseñanza alguna y solo el 30 % de las personas en los barrios más pobres tienen estudios secundarios, según un informe del Banco Mundial sobre la pobreza en el país.
Estamos sufriendo mucho con la covid-19. Apenas nos alcanza para comer, por lo que no puedo gastar un peso para las clases ‘online’Ángel Cristino, padre de dos hijos de 8 y 6 años
La mala conectividad y la falta de dispositivos son una seria traba para el aprendizaje a distancia, que va a ahondar la brecha digital en Filipinas. En un país donde más del 16% de las familias viven en condiciones de pobreza extrema, millones de hogares no pueden permitirse el lujo de conectarse a Internet, a veces ni de un modesto televisor. Filipinas tiene la conexión más precaria y cara del Sudeste Asiático y ocupó el puesto de 107º de los 139 países que se sondean en el Speedtest Global Index de 2020, que mide la velocidad de la conectividad.
“Las nuevas modalidades no pueden reemplazar completamente el aprendizaje cara a cara, especialmente dado el atraso tecnológico del país y la pobreza generalizada”, lamentó la Alianza de Maestros, el mayor sindicato de profesores del país.
Por esa razón, al no poder depender únicamente de Internet, se ha optado por un sistema mixto, que combina la distribución de material impreso, con clases online dos veces por semana como mínimo y lecciones impartidas en la televisión pública.
Tondo, tablets e Internet gratis para todos
Ynna Andrhea Roflo, alumna de 10 años con predilección por las matemáticas, usó por primera vez una tablet el primer día del curso, dispositivo que le asignó gratuitamente su escuela en el distrito de Tondo, el más pobre y densamente poblado del país.
“Yo trabajo todo el día como conductor de triciclo y repartidor de comida, por lo que no podré estar con ella durante las clases”, cuenta su padre, Ryland Roflo, que no está muy ducho en nuevas tecnologías. Ynna tiene suerte, ya que con ellos vive su tío Elton, que estudia empresariales en la Universidad de Manila y “sabe de ordenadores”. Será él quien le ayude con las clases a distancia y el manejo de la nueva tablet.
El reparto de tablets entre alumnos y ordenadores para los profesores ha sido una de las medidas más aplaudidas en el arranque del curso escolar, aunque solo ha llegado a algunos distritos de la capital, como Tondo, donde se ha prohibido el uso del karaoke en horario diurno para facilitar la concentración de los alumnos.
Todavía en las primeras semanas del curso, en la escuela elemental Gregorio del Pilar, donde estudia Ynna, decenas de adultos hacen cola, todos con mascarillas, pantallas y manteniendo la distancia social. Son padres que acuden a matricular a sus hijos y a recoger los materiales que les entrega el colegio: una tablet, tarjetas de conexión a Internet, folletos, libretas y hasta vitaminas para los niños.
“Para nosotros este curso es un gran reto. Ojalá podamos volver pronto a las clases presenciales. Estamos rezando para que las cosas mejoren”, cuenta Guida Morris, la directora de ese centro escolar, que ha perdido este año a un par de veteranas maestras, que decidieron adelantar su jubilación al no sentirse capacitadas para impartir clases por Internet.
Pero el analfabetismo digital entre los docentes no es el único problema. “Ciencias es una asignatura sobre hacer experimentos y aprender procesos”, lamentó Naomi Santos, profesora que este año tendrá que prescindir de las prácticas en el laboratorio para explicar esa materia. Para la maestra, la falta de interacción entre los alumnos impedirá que estos aprendan valores de respeto y convivencia, otra valiosa lección que enseñan en las escuelas.
En su humilde casa de Tondo, su compañera Elizabeth Abaya, maestra de Inglés y Literatura, afronta con ilusión el nuevo curso, que ve como “una oportunidad para todos de actualizarnos en nuevas maneras de enseñar más acordes al siglo XXI”.
Sin embargo reconoce los “enormes desafíos” que conlleva en Filipinas este curso, que “va a ser un agujero en la formación de muchos alumnos”. “En este barrio muchos niños tienen padres que ni siquiera saben leer o escribir y es difícil que encuentren en casa los estímulos para estudiar, además de que muchas familias no tienen los medios para ello”, explica.
“Me gusta estudiar desde casa. Es una forma nueva de aprender, aunque prefiero las clases cara a cara para estar con mis amigas”, cuenta a su hija Dana, de 9 años, mientras termina en su ordenador un ejercicio de literatura de la clase que imparte su madre y maestra en el escritorio de al lado.
Call-center de profesores
En Taguig, al otro extremo de la capital, en puestos de trabajo separados por plásticos, unos 70 profesores pasan el día frente a un ordenador respondiendo las dudas de los estudiantes. Se trata del programa Tele-Aral, que funciona como un enorme call center, pero educativo.
“Inicialmente el proyecto estaba concebido para ayudar a padres y alumnos de nuestro distrito en este nuevo curso, pero ante la avalancha de consultas, el Departamento de Educación nos pidió que atendamos dudas de estudiantes de todo el país”, señaló George Tizon, jefe de la Oficina de Educación de Taguig.
Manila es conocida como la capital mundial de los call centers y la mayoría de los jóvenes maestros contratados para Tele-Aral, trabajaron antes en ellos por lo que tienen experiencia en atención al cliente por teléfono o Internet, una iniciativa que busca mitigar la brecha digital en la educación de la nueva normalidad.
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