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Pasar la cuarentena en plena calle

El coronavirus puede hacer estragos en los barrios más pobres de Manila, la capital de Filipinas, pero los vecinos están más preocupados por no morirse de hambre. El presidente Duterte ha ordenado tirar a matar a quien desobedezca

Dos personas duermen en la calle, sobre una carretilla en el mercado callejero de Divisioria, en el distrito de Tondo, en Manila.
Dos personas duermen en la calle, sobre una carretilla en el mercado callejero de Divisioria, en el distrito de Tondo, en Manila.Alejandro Ernesto
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En las barriadas pobres de Manila la vida se hace en la calle. Las diminutas chabolas, apiñadas y apretadas, albergan familias numerosas en espacios mínimos y asfixiantes de escasos metros cuadrados, donde el calor del trópico suele ser insoportable. La calle es una extensión de su vivienda. En ella se bañan, cocinan, lavan los platos, juegan, pasan el rato o velan a sus muertos. Las casas se usan solo para dormir, hacinados en improvisados camastros o, directamente, en el suelo. A veces, el espacio es tan limitado que tienen que dormir por turnos.

En toda el área metropolitana de Manila, unos cinco millones de personas viven en estos asentamientos informales —conocidos como slums— o directamente en la calle. Para ellos la consigna de “yo me quedo en casa”, como medida primordial para enfrentarse a la expansión de la Covid-19, es imposible de cumplir.

El presidente filipino, Rodrigo Duterte, ordenó el pasado 17 de marzo el cierre por tierra, mar y aire de la isla de Luzón –—la mayor del país y enclave de Manila –— y puso en estricta cuarentena a más de 57 millones de personas. Se suspendieron las clases, el trabajo, el transporte público y se cerraron todos los establecimientos, a excepción de mercados y farmacias. La policía y el ejército están en las calles para hacer cumplir estrictamente el confinamiento y el toque de queda. Pero no lo logran, es imposible mantener a la gente pobre dentro de esas cajas de zapatos. Así, la última medida del presidente ha sido ordenar a las fuerzas de la ley que disparen a matar a aquellas personas que violen los requisitos de la cuarentena.

Los más desfavorecidos son también los más vulnerables a las formas de represión bajo el estado de emergencia. En algunos distritos de la capital, las autoridades han obligado a permanecer horas sentados a pleno sol o han encerrado en jaulas de perros a los infractores, como castigo por violar las medidas de seguridad.

Calcula el líder comunitario Jeff Geronimo que en Delpan, un slum ubicado en el distrito de Binondo, viven más de 7.000 personas en un enjambre de casuchas construidas con chapas de madera o metal, sin baño ni cocina, pegadas entre si como una colmena. Sin la posibilidad de cumplir con los requisitos de distancia social o de higiene personal, el riesgo de propagación del virus es enorme. En Manila la distancia social es un lujo que solo es pueden permitir las clases medias, o altas. Los pobres pasan a ser los principales candidatos a contraer la Covid-19. A día de hoy hay 3.500 infectados y 152 muertos por el virus en el país.

“Me preocupa que nos podamos contagiar, es difícil de controlar. Por suerte no tenemos ningún caso confirmado en la comunidad” dice Angelina Domingo, de 18 años. Domingo vive con sus padres, dos hermanos pequeños y su hija, una bebé de meses, en una diminuta chabola de madera, sin agua potable ni saneamiento, como ocurre en casi todas las viviendas de estos suburbios. Aquí, los habitantes viven al día, se mueven en la economía informal y la mayoría no ha pisado un hospital en su vida.

El precario sistema de salud de Filipinas ya está desbordado por la epidemia de la Covid-19 y se sospecha que miles de casos permanecen sin detectar por falta de medios. Menos del 1% de la población del país ha sido sometida a pruebas de diagnóstico, lo que convierte al coronavirus en una amenaza invisible para la mayoría de los filipinos, especialmente en los slums.

El jefe comunitario Jeff Geronimo cuenta lo complicado que es para sus vecinos acatar el confinamiento. “Es imposible realizar dentro todas las tareas del hogar, tienen que salir. Además las casas aquí están pegadas las unas a las otras y es imposible poder mantener los requisitos de distancia social”, explica.

Cerca de 2,5 millones de manileños viven en asentamientos informales, mientras que 3,1 millones no tienen hogar
Un hombre escarba entre la basura que cubre el agua de un río al fondo del slum donde tiene su casa, en Pritil, Estero de Vitas, en el distrito de Tondo, en Manila. En vídeo, declaraciones de Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas.Vídeo: Alejandro Ernesto

Como todos los barrios de Manila, Delpan permanece cerrado, custodiado por líderes vecinales que solo permiten salir a ciertas horas del día a una persona por hogar —debe estar autorizada y se han impreso pases para eso— para comprar lo necesario para toda la familia.

En lugares como Delpan, las familias buscan su sustento día a día. Con la actividad económica paralizada por la cuarentena, “muchos de los hombres de ese barrio, que encontraban trabajos temporales en el puerto cercano, se han quedado temporalmente en el paro” explica Jeny, de 26 años, sobre la situación que afecta a su esposo.

Metro Manila, centro de la vida política, cultural y económica de Filipinas, es una de las ciudades más densamente pobladas del mundo, superando a Nueva Delhi, París o Tokio. En ella viven más de 13 millones de personas. También está entre las primeras si hablamos de concentración de la pobreza: cerca de 2,5 millones de manileños viven en asentamientos informales, mientras que 3,1 millones no tienen hogar, según un reciente informe de la fundación UrbanisMO.

A pesar de los esfuerzos del Gobierno filipino para contener el avance de la epidemia, es muy probable que Metro Manila, epicentro del brote, se vea afectada por una oleada de casos en las próximas semanas, algo para lo que la ciudad no está preparada. Según datos publicados por el Instituto Asiático de Gestión, unos científicos filipinos estimaron en 26.000 los casos de Covid-19 en el país a fines de marzo, la mayoría en Manila. También se concentra aquí el número de fallecidos.

En Divisoria, distrito de Tondo, famoso por ser uno de los mayores mercados callejeros del mundo, miles de personas subsisten en las calles, entre desechos de comida podrida en condiciones de miseria extrema. Aquí también las autoridades controlan las entradas y salidas buscando frenar contagios.

“No tengo trabajo con la cuarentena” cuenta Alonto M. Mastura, conductor de un triciclo que opera en Divisoria, “Se han restringido tanto los movimientos de la gente que casi no hay clientes”, lamenta a la salida del mercado a primera hora de la mañana, cuando aprovecha para rascar algún pasajero que como él tenga un pase para poder salir de casa e ir al mercado.

Aunque el coronavirus podría hacer estragos en los suburbios—donde algo tan simple como lavarse las manos con frecuencia es un lujo— para la mayoría es difícil dimensionar la amenaza de ese enemigo invisible cuando están más preocupados por no morirse de hambre.

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