La amenaza a Caracas
Resulta desolador que haya muchos venezolanos que puedan celebrar los movimientos de un político que tanto se parece a quienes los han masacrado durante estas últimas décadas


Muchos venezolanos miran con buenos ojos el despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe y se sienten reconfortados con la idea de que Donald Trump pueda empujar y facilitar la caída del régimen de Nicolás Maduro. Pero los movimientos de Washington en la zona son, en realidad, profundamente inquietantes y peligrosos ya que revelan un giro radical en sus políticas hacia el resto del continente. Trump ha desempolvado la doctrina Monroe, así que quiere una América para los americanos, y no tiene empacho en avisar de que intervendrá allí donde haga falta para asegurar sus intereses. Vuelta al siglo XX, al peor rostro de Estados Unidos durante aquella centuria, el que lucía cuando se sentía autorizado para meter las zarpas en su patio trasero si descubría algo que no le gustaba, organizando golpes militares y enredando con los manejos de la CIA para liquidar a sus enemigos. El actual inquilino de la Casa Blanca ya ha mostrado desde su regreso al poder su simpatía por las fuerzas de ultraderecha y les está echando un cable cuando lo necesitan, ahí está su apoyo con millones de dólares a Javier Milei, el de la motosierra.
Es difícil pronosticar lo que puedan hacer los buques de operaciones especiales desplegados por Washington en el Caribe, y los destructores de misiles guiados y algún submarino nuclear que pasan por allí, y los bombardeos B-52 que ya han sobrevolado la zona, y esos helicópteros y cazas y drones que asoman sus narices, etcétera. Igual están realizando simplemente ejercicios, como los que hacían las tropas rusas en la frontera con Ucrania en 2022. Ya se sabe que a Trump le gusta mucho el espectáculo, igual todo eso queda en nada.
Hugo Chávez, el líder bolivariano que puso los cimientos de la actual Venezuela, también era amigo de los teatrillos y de montar algún número. En 2006 dijo en la ONU que olía a azufre para recordar que por allí acababa de pasar George W. Bush, el demonio. En cuanto a Maduro, su heredero, tiene ademanes que sintonizan con los de Trump: a los dos les encanta amagar con sus bailecitos. Hay otras corrientes profundas que los emparejan, sus enfáticas proclamas patrióticas y sus discursos como líderes incombustibles de sus respectivos pueblos. Resulta desolador que haya muchos venezolanos que puedan celebrar los movimientos de un político que tanto se parece a quienes los han masacrado durante estas últimas décadas.
La respuesta quizá pueda encontrarse en un puñado de palabras que pronunció hace unos días en Oslo Jorgen Watne Frydnes, el director del comité noruego que otorgó el Nobel de la Paz a María Corina Machado, la figura más representativa de la oposición venezolana: “Bolsas de plástico apretadas sobre sus cabezas. Descargas eléctricas en los genitales. Golpes al cuerpo tan brutales que les dolía respirar. Violencia sexualizada. Celdas tan frías que provocan intensos temblores. Agua potable contaminada, llena de insectos. Gritos a los que nadie acudió para poner fin”. Describe así el tratamiento que las autoridades de Caracas dan a muchos de sus adversarios. Y resulta que Trump quiere ser el que acuda a poner fin a esos gritos. Es entonces cuando resulta inevitable preguntarse qué pasó con los demás. Por ejemplo, con la Unión Europea. ¿Cómo es que no estuvo ahí con firmeza? Dejó un inmenso hueco y ahora, ay, quiere ocuparlo Trump con las peores maneras.
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