José Luis, de Valencia
Acabarán diciendo que el Peugeot era un blablacar al que se iban subiendo los demás, compartían alguna chanza, se repartían el bocadillo y paraban a mear en los polígonos


“Yo tenía una confianza política en Ábalos, pero desde el punto de vista personal era un gran desconocido para mí, yo desconocía estas facetas suyas”, le dice Pedro Sánchez a Gemma Nierga. Es una frase, desde luego, poderosa. Sánchez se afana en separar al artista de la obra atacando al artista, “un gran desconocido”, y diciendo que confiaba en la obra, que es la razón que ha llevado a la cárcel a Ábalos: la obra, la confianza política, no “esas facetas suyas”. Hay razones poco escrupulosas por las que Pedro Sánchez se siente preparado para pronunciar esa frase así. Tiene que ver con el caldo de cultivo que compañeros de Gobierno y de partido, militantes de base y periodistas de cuerda, han generado en torno a él: se le ha disculpado todo, empezando por lo más marciano que dijo que nunca haría (amnistía, indultos, pactos), así que por qué no iba a conocer ahora a Ábalos. Se lo comprarán los acríticos, aquellos para los que el líder siempre tendrá razón hasta que desaparezca la amenaza de la ultraderecha. Hay que callar para no hacerles el juego, ya saben. Dirán que el Peugeot era un blablacar al que se iban subiendo los demás (“soy José Luis, de Valencia”), compartían alguna chanza, se repartían el bocadillo y paraban a hacer pis en los polígonos. Decir “un gran desconocido para mí” de su número 2 es subir la apuesta del “ese señor del que usted me habla” de Rajoy sobre su tesorero, y que Sánchez pueda pronunciar esa frase sin asomo de ironía implica que el vínculo de confianza entre gobernante y gobernado (el suyo, el adepto) ya no se sostiene en la verdad, sino en la necesidad. No importa si es cierto que no conocía a Ábalos: importa que lo debamos creer para evitar algo peor. El escenario es interesante por grave: la política ya no se discute en términos de hechos, sino de miedos. Si el miedo elige, la realidad será siempre un detalle prescindible. Y sin realidad, o con ella alterada, el menor problema que tendrá la izquierda es creer o no que, para Sánchez, Ábalos era un extraño.
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