¿Y después del 20-N, qué?
Si algo nos demuestra el auge de la extrema derecha en el mundo es que defender la democracia es una tarea diaria que nos incumbe a todos

Pasó el 20-N y con él, ríos de tinta. ¿Había realmente algo que conmemorar? ¿Se está instrumentalizando el pasado? ¿Tenemos sobredosis de memoria o más bien déficit?
Pasó el 20N y con él, ríos de tinta. ¿Había realmente algo que conmemorar? ¿Se está instrumentalizando el pasado? ¿Tenemos sobredosis de memoria o más bien déficit?
El pasado 19 de noviembre, en este mismo periódico, Aroa Moreno publicaba un pertinente artículo titulado “Los tres silencios”, en el que identificaba tres vacíos que explicarían por qué seguimos haciéndonos estas preguntas cincuenta años después. Un silencio familiar-social, fruto de la represión franquista y el miedo; un silencio “de las escuelas”, con una dictadura convertida demasiadas veces en elipsis dentro de las aulas; y un silencio político que no comenzó a enmendarse hasta las primeras exhumaciones e identificaciones impulsadas por las asociaciones memorialistas a comienzos del siglo XXI y las leyes de memoria de 2007 y 2022. Investigar las causas y consecuencias de esos silencios es una tarea compleja pero necesaria en la que, desde la universidad, el periodismo y las asociaciones, se lleva trabajando desde hace años.
¿Qué hacemos con todo ese conocimiento en un momento en que las encuestas nos dicen que un porcentaje importante de la sociedad, especialmente jóvenes, ve con simpatía la dictadura franquista? La respuesta no es sencilla, pero parece claro que hay que seguir trabajando en esos niveles: el familiar, el social, el educativo y el político.
Como ciudadanas y ciudadanos, hemos de llevar la conversación sobre la memoria democrática (y sobre la democracia en sí misma) a las calles, al trabajo, a las redes sociales, a las cenas de Navidad, a las cenas diarias en casa. Como académicas y académicos, hemos de buscar alianzas que nos permitan traducir nuestras investigaciones a otros lenguajes, ya sean estos el del arte y la cultura o el de YouTube y TikTok. Como docentes, hemos de colaborar con nuestras y nuestros colegas para ir mucho más allá de lo que marca la LOMLOE o la Ley de Memoria Democrática como contenidos curriculares y desarrollar proyectos de centro, que se apoyen en el conocimiento de nuestro pasado reciente para desarrollar el pensamiento crítico y la imaginación política, promoviendo debates sobre derechos y libertades. Como instituciones, hemos de continuar impulsando políticas públicas de memoria que den a conocer las atrocidades franquistas y que sirvan para entender y poner en perspectiva los avances experimentados en los últimos cincuenta años sin caer en triunfalismos nos; políticas públicas que nos permitan, también, debatir sobre todo lo que nos queda por conseguir.
Si algo nos demuestra el auge de la extrema derecha y de los regímenes iliberales en el mundo actual no es solo que la democracia tiene que defenderse día a día. La desafección política, especialmente entre la juventud, nace de la desigualdad, de la corrupción, de la injusticia, de la ‘cultura del zasca’ y de la falta de políticas públicas efectivas para cuestiones tan acuciantes como el acceso a la vivienda, la consolidación de la igualdad de oportunidades o las condiciones laborales dignas. También del pesimismo y de la falta de proyectos que consigan ilusionar, movilizar. Haremos bien en refutar mil veces los bulos sobre la dictadura franquista en TikTok, pero sin espacios para imaginar un futuro mejor, y sin herramientas para construirlo, el esfuerzo será insuficiente.
Porque si algo nos demuestran las movilizaciones de la ciudadanía durante la Transición es que cuando existe un compromiso con la libertad y la democracia extendidos socialmente, cuando la valentía supera a la apatía y el miedo, los avances son imparables.
Por eso es necesario volver a recordar que no, que la democracia no fue fruto de la valentía de tres o cuatro hombres el 23F de 1981, sino del entendimiento de todas -sí, de todas- las fuerzas políticas que portaban la pancarta “Por la libertad, la democracia y la Constitución” en la manifestación de repulsa al intento de golpe de Estado cuatro días después, así como de los cientos de miles de personas anónimas que abarrotaron las calles de distintas ciudades aquel 27 de febrero para mostrar su apoyo a la democracia.
Por eso es necesario acabar con las herencias del franquismo que se han mantenido de un modo estructural en la administración pública desde la Transición y que se han convertido en un elemento que supone un déficit democrático en nuestro sistema constitucional.
Por eso es necesario insistir en que, según el artículo 27.2 de la Constitución, uno de sus objetivos esenciales es “la educación en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales”.
Por eso la conmemoración de los 50 años de España en libertad era necesaria, y por eso no termina aquí. Queda mucho por conocer, por celebrar, por conversar. Y queremos hacerlo en plural, en colectivo. Porque si algo hemos aprendido desde el Comisionado que coordino a lo largo de este año es que, cuando hablamos de la promoción de los valores democráticos, trabajar juntas, coordinados, en red, es la única manera.
El reto es grande, pero si conseguimos que se hable de democracia con ilusión, entre amigas y amigos en un banco del parque, entre risas y móviles, nuestro trabajo habrá merecido la pena.
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