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COLUMNA
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Sanidad para todas

Nuestro sistema sanitario necesita una transfusión progresista de dinero público, pero también una dieta liberal

Hospital de la mujer del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla
Víctor Lapuente

La comunidad autónoma que demuestra el éxito de la sanidad pública española es la que formamos los tres millones de residentes en el extranjero: no he conocido jamás a un compatriota que, ante la disyuntiva de ser tratado de una dolencia (leve o grave) en España o en otro país (sea Brasil, Dinamarca, EE UU o Países Bajos), no prefiera el nuestro. Si pudieras elegir, vendrías siempre a España: por la calidad y calidez de los profesionales, por la agilidad y rapidez de la asistencia.

¿Rapidez? ¡Pero si hay que esperar varios días para conseguir una cita!

Quizás. Pero en otros países, más. Mucho más. Y despídete de pruebas para descartar nada —a no ser que sea absolutamente imprescindible—.

Con un gasto medio, España obtiene un resultado médico extraordinario. Una persona nacida aquí tiene la esperanza de vida más alta de la UE: 84 años (ocho años más que Bulgaria).

Pero, como señalaron los expertos del Foro de Sanidad reunidos por la Cátedra Carlos I de la Universidad de Granada en el Ministerio de Sanidad, los buenos datos contrastan con las malas percepciones. Cunde una sensación de deterioro del sistema sanitario.

Crisis como la de los cribados en Andalucía, además de revelar fallos humanos, ponen de manifiesto la tensión bajo la que trabaja el personal sanitario. Jornadas maratonianas por sueldos (y condiciones) muy inferiores a las de sus correligionarios europeos.

Los progresistas tienen razón en un punto crucial: hay que dedicar más dinero a la sanidad, porque ahora no podemos retener a los profesionales y cubrir plazas, sobre todo en el entorno rural. Como subraya Sergi Jiménez (UPF y FEDEA), la sanidad no es un gasto, sino una inversión muy productiva porque, por cada vida salvada (y se salvan muchas en España), la sociedad siempre gana más de lo que cuesta.

Pero el aumento de los recursos, aun siendo necesario, no es suficiente. Hay que redistribuirlos mejor. Es decir, hay que recortar en algunos sitios —por ejemplo, en un gasto farmacéutico muy por encima de la media europea, o en una densa e insostenible red de hospitales comarcales— para concentrarse en los retos de una población envejecida, la cronicidad y unos tratamientos y tecnologías punteras que son tan eficaces como caras.

Nuestra sanidad necesita una transfusión progresista de dinero público, pero también una dieta liberal, incluyendo más, no menos, colaboraciones con el sector privado y la flexibilización de una gestión muy burocratizada. Algunas reformas molestarán a algunos. Pero sin bisturí ninguna operación es exitosa.

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