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Columna
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Una familia, una casa

Que tu familia se adueñe de varios pisos es un coste para otras familias, pero en España esto ha sido promovido

Víctor Lapuente

Si eres creyente, cuando dudas en un asunto, te planteas: ¿Qué diría Jesús?; si eres ateo: ¿Qué opinaría Hannah Arendt, el Dalai Lama o Marx?; pero, si eres aragonés, te preguntas: ¿Qué pensaría Labordeta? Su espíritu, inquisitivo y bonachón, hace mucho que abandonó el purgatorio del hemiciclo y ascendió a los cielos. Pero hete aquí que, en ocasiones, parece que se reencarna en Gabriel Rufián. Te gustará o no su estilo, comulgarás más o menos con su ideología, pero Rufián tiene, como Labordeta, la virtud de —cuando todo el mundo anda distraído con dimes y diretes, mentiras y mentirijillas— poner sobre la mesa la cruda verdad.

El diputado de ERC anda, siguiendo más su instinto moral que su ideología política (como Labordeta) en la quijotesca cruzada de centrar el debate público, monopolizado por las tres plagas populistas (la corrupción sistémica, la inmigración invasiva y la guerra cultural), en el problema fundamental de nuestro país: la vivienda. Nuestros jóvenes sufren económica y psicológicamente, permaneciendo en casa de sus padres hasta bien cumplidos los 30, y perdiendo una década de emancipación en relación a sus correligionarios europeos. Estamos robando diez años de autonomía plena a las nuevas generaciones. ¿Y nos quejamos luego de que tengan tal o cual opinión antisistema? Cobran 1.300 euros, encuentran pisos de alquiler por 1.600 ¿y van a agradecernos lo bien que va España?

La escasez de vivienda es, además, el principal motor del populismo. Los estudios son claros: allá donde aumentan los alquileres, se dispara el voto a la extrema derecha entre las personas con menos ingresos.

En las soluciones, Rufián también da con una clave oculta: el “una familia, una casa”. Es increíble que no hayamos debatido esta anomalía de nuestro país: en Europa, sobre todo los Estados de bienestar que queremos imitar, la gente invierte sus ahorros en fondos, acciones, o criptomonedas; no en propiedades inmobiliarias. La inversión en ladrillo, más allá de tu vivienda habitual, está naturalmente desincentivada: que tu familia se adueñe de varios pisos es un coste para otras familias. Pero en España, invertir en (otras) casas no sólo no ha sido frenado, sino promovido.

Para resolver el problema de la vivienda necesitamos esta política muy de izquierdas de Rufián y la muy de derechas (o así es vista, erradamente) de Jorge Galindo: construir Tres Millones de Viviendas. Mucha intervención del Estado y mucha acción del mercado. Difícil, pero el objetivo vale la pena: levantar una casa para todos.

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