El embudo de la escasez de vivienda en la España despoblada
La poca oferta, precios elevados y dificultad para alquilar lastran las opciones de recuperar los pueblos
La visita transcurre ante dos relojes parados: uno a las 11.12 horas y otro a las 4.30 de a saber qué día y año. El trabajador de la inmobiliaria muestra los 236 metros cuadrados: dos pisos, cinco habitaciones y patio en Fuentes de Nava (Palencia, 593 habitantes), todo ello a la venta por 8.500 euros negociables. Eso sí: “Tienes que hacerlo entero y verdadero”. La vivienda lleva años abandonada y requiere obra completa para remozar grietas, desconchones, limpiar el guano y acondicionarla. Los interesados saben hacer apaños y, barato, accederían a un hogar imposible en la ciudad. Prometen pensárselo. El vendedor enumera la complejidad de su oficio: poca oferta, precios inflados e ínfimo alquiler por la desconfianza y escasa rentabilidad. La crisis de la vivienda alcanza al medio rural, aunque en comunidades despobladas como Castilla y León, Asturias y Aragón abundan las casas vacías o infrautilizadas. En los pueblos pequeños la cifra supera la mitad del parque inmobiliario.
Los estudios más recientes del Instituto Nacional de Estadística (INE) plasman que en la crisis habitacional española hay dimensiones más allá de la urbanita. La media nacional de vivienda vacía o de uso esporádico alcanza el 23,8%; tres puntos más en Asturias y Aragón y hasta un 33,5% en Castilla y León, la que más. Ese parámetro incluye ciudades grandes o localidades turísticas, que vician la realidad, pero se multiplica al bucear sobre los municipios de menos de 1.000 habitantes de esas comunidades: más del 50% en Aragón y Castilla y León; el 62,2% en Asturias. Este dato haría pensar que con tanta vivienda vacía o escasamente usada sería sencillo instalarse en esos núcleos pequeños. Pues no.
Pablo Merino, gerente de UNIPAL Soluciones Inmobiliarias, especializada en compraventa rural, lleva cuatro años peinando Palencia ciudad y provincia y enlazando a oferentes y adquirentes. “En los pueblos hay un embudo, hay algo de trabajo, pero sin vivienda no hay quien se quede y no se puede atraer población”, destaca Merino. Fuentes de Nava ilustra parte de la oferta disponible: barata pero desvencijada. “Nómadas digitales hay uno en cinco años, ¿quién va a querer teletrabajar en Gatón de Campos? Es muy bucólico, pero vente y aguanta. El perfil es de gente con pocos recursos, migrantes o trabajadores del campo”, apunta el vendedor, que ha guiado unas 20 visitas al inmueble ayudado por Basilisa Aparicio, de 88 años. “Nos ponemos las vecinas en la puerta en verano y estamos divinamente… aunque de no usarla, se cae”, explica la aliada para seducir al cliente. El potencial comprador valora la propuesta junto a un mapa europeo de 1933: “Por este precio lo veo bien, nos han pedido 20.000 euros por casas destrozadas”. Al día siguiente, firman por 7.000.
Las inmobiliarias genéricas apenas trabajan el campo y rara vez los portales especializados plasman opciones rurales. “Con esta casa cobraremos lo mínimo y seguramente pierda dinero por la gasolina de 20 viajes y el tiempo, pero busco una buena reseña y recomendaciones boca a boca”, precisa Merino. Solo esa comunicación a pequeña escala aviva un mercado paralizado, emponzoñado por las altas pretensiones de algunos propietarios ―“hay quien cree que puede pegar un pelotazo”―; por las dudas hacia el alquiler ―“muchas viviendas se desgajan en herencias y por 50 euros mensuales, de dividir 300 entre varios, prefieren no tener problemas”―; y por un problema general que requiere pedagogía: “Muchos miembros de la generación boomer compraron muy caro y sienten que lo están regalando. ¿Cómo les hago entender que vale un cuarto de lo que piden?”.
La ruta lleva a Villalón de Campos (Valladolid, 1.600 habitantes), otrora cabeza comarcal y hoy también en declive. La industria alimentaria y una residencia de ancianos suponen dos ejes laborales donde se desempeñan los Ramos Bolívar, pareja venezolana con dos hijos. Los apellidos brillan en el buzón de una casa perteneciente a dos hileras construidas para la plantilla de una cooperativa en 1960. Leomarys Bolívar, de 31 años, lleva cinco en España y dos y poco en Villalón.
La sudamericana y su esposo han vivido lo que describe Merino: “Primero estuvimos tres meses de alquiler en Gatón porque aquí no se alquilaba nada, luego pasamos dos años pagando 300 euros mensuales y en mayo nos mudamos”. Pagaron 19.000 por el inmueble de fachada enladrillada y, según muestra el agente de UNIPAL en el vídeo de Instagram que convenció a los clientes, la vieja decoración de hace décadas. Ahora, tras meses de labor, habitan una casa modernizada, cuca y con mejoras pendientes en el patio. Bolívar lo tiene todo pensado: aquí un trastero, allá un merendero, acá un baño. “Por la misma casa, un poco más allá, piden 60.000″, se asombra. Merino celebra la sensatez del propietario, quien reclamaba 30.000 inicialmente pero aceptó un tercio menos. “Es difícil hacerles entender que vale mucho menos. Pierden dinero sin venderlo pronto porque se deteriora y van pagando IBI o derramas”, señala.
EL PAÍS ha recopilado otros testimonios de quienes buscan instalarse en pueblos que chocan con precios desmedidos o recelos. En Sayago (Zamora) hay una excepción. Una asociación local se ha movilizado para recabar casas en desuso y ofrecerlas por redes sociales, para que no entren en el mismo bucle de deterioro, ruina y olvido, mientras los interesados se frustran. Otro drama, las zonas turísticas o con fuertes focos de empleo pero poca oferta, como la Montaña palentina, con el gigante galletero Gullón. En Aguilar de Campoo (6.000 habitantes), Laura González y su pareja han pagado 600 euros mensuales durante tres años, sin alternativas porque “todo se vende sobre plano, obra nueva por 200.000″. “Por fin lo hemos conseguido, tras ver unas cosas, una casa a reformar y sin ascensor. Saben que se va a vender todo igual, por 120.000. ¡Más caro que en Valladolid, más obras!”, denuncia esta profesora de 33 años.
Juan Rodríguez obró el milagro de arrendar en Ranedo de Curueño, en la montaña central leonesa. Por 350 euros mensuales habita “muy a gusto” un casoplón con cuadras difícil de caldear, pero la única opción en la comarca, tras convencer a la hija de los propietarios. “La gente mayor tiende a ser más reacia, tuve suerte de que quien cogió el teléfono fue ella”, relata. Este trabajador de la Universidad de León lamenta el rechazo inicial porque luego los arrendatarios descubren el filón y el pueblo gana un empadronado. “Es una pena porque cuando ven que la cosa funciona están encantados de sacar partido a una vivienda que solo generaba dolores de cabeza”, lamenta. Un reciente comprador en Zamora provincia pide anonimato porque todo se sabe en los pueblos y critica la codicia del vendedor porque “o piden mucho pensando que como vienes de la ciudad estás forrado y ven el pelotazo, o no quieren vender por orgullo o el qué dirán”. Este hombre ve “increíble” que no detecten la pérdida de valor con cada año que pasa y reflexiona sobre ese egoísmo: “Si no viene más gente, el pueblo muere. No les importan los demás, el pueblo. No tienen convicción del bien común”.
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