Brañosera, el pueblo más antiguo de España, confía en la inmigración para volver a sus fueros
El municipio palentino cumple 1.200 años, desde la carta puebla que lo constituyó, amenazado por la despoblación
En una plazoleta de Brañosera (Palencia, 250 habitantes) hay cuatro gatos, literalmente. Dos blancos, uno pardo y otro gris se orean al sol otoñal ante la quietud del pueblo, en la Montaña Palentina, rodeado de bosque y falto de almas. Cerca, en un rótulo de madera con grabados sobre los paisajes locales, destaca un Welcome y un número presente en varios adornos de Brañosera: 824. El 13 de octubre de ese año se firmó el fuero por el que el rey astur Alfonso II concedió la creación del denominado ayuntamiento más antiguo de España. Entonces, con los musulmanes expandiéndose, supuso un empeño por asentar núcleos al sur de la resistencia tras las montañas. Hoy, por el contrario, se buscan vecinos y los extranjeros refrescan el censo ante las razias de la despoblación.
La efeméride enorgullece a los paisanos. El cántabro Román Herrera patea con bastón, 67 años y tres bypass coronarios, entre las cuestas palentinas para respirar el aire fresco prescrito por su médico. Aquí lleva dos años “de maravilla”, por la gente, los paisajes y la tranquilidad. El aniversario, con homenajes y ferias, da vidilla entre esas casas cuidadas, de piedra, pero con demasiadas persianas bajadas. Andrés Sardina, de la misma edad que Herrera, ha conducido desde Elche para comprobar si la vivienda aguantaba tras las tormentas recientes y, de paso, saludar y disfrutar de los actos.
“No solo tenemos un fuero sino un privilegio, aunque estemos fuera, amamos y cuidamos al pueblo”, ensalza quien marchó por el tándem de trabajo y amor. La melancolía embarga a quienes conocieron el lustre de Brañosera y alrededores, cerca de Aguilar de Campoo e hija financiera de las minas del contiguo Barruelo de Santullán. Había cines, teatro, baile, carnicerías, colmados, escuelas, restaurantes… “¡Lo que no está escrito!”, casi todo cerrado ahora, salvo alguna tiendita.
El hito aporta pedigrí al pueblo, donde los lugareños departen sobre Alfonso II y los condes Munio Núñez y su esposa Argilo, agraciados con aquel mandato real. “¡Esos condes eran unos lumbreras!”, aplaude Sardina. La catedrática en Historia Medieval de la Universidad de Valladolid Maribel del Val adjudica esta política a las incursiones musulmanas mientras los reinos cristianos buscaban afianzarse al sur: “Establece una nueva villa con personalidad jurídica y una asamblea vecinal con cinco vecinos y sus familias: Valerio, Félix, Zonio, Cristóbal y Cervelo”.
El monarca otorgó a estas “personas libres, no vasallos” obligaciones y derechos entre ventajas como “suprimir obligaciones militares, una iglesia con terreno ―dextrum― para la salvación de las almas, pastoreo libre, cobro de impuestos al ganado foráneo y pagar tributos según sus capacidades”. Paralelismos históricos: los partidos de zonas despobladas también piden beneficios fiscales e incentivos para el renacer rural.
La carta puebla supone a grandes rasgos ese “primer pueblo de España”, aunque entonces no existía España ni nada parecido. No constan municipios con tal estatus, tampoco en los núcleos carolingios del este. El documento original desapareció y una copia de principios del siglo XII se guarda en el monasterio de San Pedro de Arlanza (Burgos).
El alcalde, Jesús Mediavilla (PSOE), ensalza el pueblo como “origen de los ayuntamientos y del incipiente reino de Castilla y de España, la historia favorece el turismo, que sostiene los alrededores junto a la industria de Reinosa (Cantabria) y Aguilar”. La pandemia desbarató la pujante gastronomía local y solo aguantan el restaurante San Roque y uno mexicano abierto por inmigrantes, que “han sintonizado con la población”. “España siempre fue un país de acogida y el fuero, un escueto documento, inspira ideas de libertad, igualdad y fraternidad”, añade, recordando que Brañosera acogió a muchos forasteros cuando funcionaba la mina y que muchos marcharon a zonas industriales cuando esta cerró.
Un monolito en una plaza recoge el texto completo. “En el nombre de Dios, Yo, Munio Núñez y mi mujer Argilo, buscando el Paraíso…”, reza la carta frente a la que pasea Emilio Adán, de unos 94 elegantes años con camisa y corbata, cayado y perra fiel, Bora, de 11 cansados años pero alerta para perseguir gatos. Él pasa temporadas en Brañosera y meses en Madrid con una hija. “Una señora decía que esto es el paraíso y que Madrid es el infierno, pues yo prefiero el infierno porque allí hay más comodidad, al lado de casa tengo supermercado y médico, además al paraíso solo van los cristianos buenos y al infierno los artistas y quienes han vivido de puta madre”, reflexiona.
El anciano, de mente y mirada brillantes, recuerda las huidas entre la nieve en la Guerra Civil, la boyante minería, los tiempos “sin una zarza”, gracias a cientos de vacas y ovejas en los hoy no rumiados montes y los “70 mozos y mozas” de la escuela. Adán agradece la savia extranjera: “He oído a Felipe González decir que somos un país de acogida, es verdad”.
La chimenea de la casa de Elvis Martínez y Heilimar Mujica, venezolanos de 19 y 20 años, humea mientras la preparan para el frío. Ella también define a Madrid como “el infierno”, caldera de donde escaparon hace cinco meses y adonde no quiso volver ni en una reciente excursión a la Biblioteca Nacional. “Nos tratan bien, tenemos algún amigo, nos gustan el clima y la tranquilidad”, recita. A su pareja se le ha pegado el nativo “majos” para definir a los acogedores brañoserenses: “Primero pensé ‘¡dónde estoy!’ y ahora estamos genial”.
Ojalá, añaden, sus familias puedan venirse, pues ven oportunidades. Cinco meses llevan en Palencia gracias a Heriberto García, de 52 años y que lleva casi uno en la localidad: mariachi de oficio, vio la oferta del bar en Brañosera y lo convirtió en un mexicano en cuanto a decoración, música y carta. “Alegramos el pueblo, es una pena que la gente se vaya a las costas y a las grandes ciudades”, cree García, con una guitarra en un rincón, sopesando que si su familia logra venir desde Venezuela, donde se encuentran, puedan abrir una tienda. El cocinero, Kevin López, colombiano, también está feliz y deseoso de traer a los suyos.
Dos jubilados se apostan en la barra a por un verdejo y recelan de unos pimientos de brillo amenazador. “¡Para cocinar esto necesitas licencia de armas!”, bromea Miguel Arce, de 69 años, que descubre que ese demonio se llama escorpión. Por algo será. “Los autóctonos no estamos acostumbrados a trabajar, tienen que venir los de fuera y lo hacen bien, nos mantienen”, esgrime Arce. Su amigo y él nacieron en Brañosera, pero migraron al cerrar los pozos mineros. “Los inmigrantes hacen los trabajos que los españoles no queremos, es gente ni mejor ni peor, igual”. Ya pocos jóvenes quieren vivir en el medio rural, condenado a geriátrico. Elvis y Heilimar no temen al renegado invierno de los pueblos de montaña: por fin verán la nieve.
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