El efecto pandemia se desinfla: la vivienda rural no despega
El confinamiento impulsó la búsqueda de casas en pueblos, pero cuatro años después su uso sigue siendo de segunda residencia por los mayores costes de la reforma y el transporte
Antonio, de 84 años, decidió despedirse de sus vecinos en un pequeño municipio de la montaña asturiana en septiembre de 2021. Dejó el pueblo de 30 habitantes para mudarse a una residencia en un municipio mayor, a unos 30 kilómetros. La falta de servicios en la zona rural, la ausencia de transporte público que limita la posibilidad de desplazarse y las condiciones duras del invierno en los Picos de Europa le hicieron tomar la decisión. En 2022, Rocío Meiriño (29 años) se compró una casa para reformar en un pequeño municipio gallego. Ahora comparte con su más de medio millón de seguidores de Instagram la evolución de la reforma y, también, las particularidades de la vida en un pequeño pueblo: “Mi pareja y yo queríamos irnos a vivir juntos, pero los alquileres están carísimos y era inviable. Vimos por casualidad la casa anunciada en un pueblo… Estaba derruida, pero tenía posibilidades y nos pareció un chollo”, explica.
Pero el relevo habitual de vendedores no suelen ser jóvenes que se instalan, sino personas de mediana edad que buscan una casa para veranear o huir del bullicio durante unos meses. “Yo entiendo que la gente tenga que ir a la ciudad por las oportunidades laborales, pero nosotros tenemos la inmensa suerte de poder trabajar aquí”. Meiriño reconoce que su caso no es muy habitual, y explica que compraron la casa porque tenía un precio “muy reducido” y porque podrían reformarla ellos mismos.
Alguien que conoce bien historias como la de Antonio y Rocío es Manuel Arias, gerente de Arias-Martín Inmobiliaria y presidente de la Asociación de Inmobiliarias de Salamanca. Explica que quienes suelen comprar casas en municipios pequeños buscan espacios de recreo y precios asequibles. “Se vende mucho a personas de fuera de la provincia. Suelen venir de grandes ciudades y buscan algo muy económico, un lugar donde disfrutar al aire libre, hacer barbacoa o venir a las fiestas del pueblo”, cuenta.
Arias detalla que no hay demanda en las franjas de edad más bajas: “Hubo un pequeño tirón después de la pandemia, por el teletrabajo, pero el perfil de comprador es más de personas de mediana edad que buscan una segunda residencia”. El principal problema, señala, son las comunicaciones y los servicios: “Muchos municipios no disponen siquiera de buena conexión a internet o cobertura y eso complica mucho la venta a personas en edad de trabajar”, concluye.
Herencias
Quienes venden sus casas, en cambio, suelen huir de las incomodidades de la vida rural o de inmuebles que les pueden suponer un gasto: “El 95% de las personas que venden aquí han recibido el bien de una herencia y lo ponen a la venta, ya sea porque no tienen ningún arraigo o porque quieren quitarse el problema de una casa en ruinas que puede caerse”, indica. Eso hace que los precios sean muy bajos y atraigan a compradores en disposición de invertir parte de sus ahorros sin necesidad de financiación. “Generalmente, son compradores que llegan con cantidades para invertir en torno a 40.000 euros y que buscan un espacio para veranear”, remata.
La inmobiliaria de Juan Carlos Prada se ubica en Villaviciosa, un concejo de la costa asturiana con 14.400 habitantes, repartidos en 41 parroquias. “Estamos teniendo un incremento de compradores de fuera de la comunidad y también de no residentes, principalmente ingleses, franceses y argentinos”, señala. Prada explica que actualmente los precios en este municipio costero han aumentado, pero que es posible adquirir una casa cerca del mar por precios que rondan los 100.000 euros. El perfil de comprador más habitual en los pequeños núcleos rurales donde trabaja esta inmobiliaria es una pareja en torno a los 50 o 60 años que quiere invertir parte de sus ahorros: “Con la pandemia aumentaron las ventas, pero ahora muchas personas vienen escapando del calor. Suele ser gente que ha vendido una propiedad en Madrid o en el sur y que viene con bastante dinero para comprar aquí, porque la costa asturiana sigue siendo de las más baratas de España”, explica.
Otra cosa es colocar el ordenador frente a una ventana con unas vistas idílicas. Esto sigue siendo cosa de muy pocos. Pese a los chollos que se puedan encontrar en la España rural, los jóvenes no terminan de acceder. “Es un mercado que está absolutamente roto respecto a las demandas actuales”, afirma Luis Camarero, catedrático de Sociología de la UNED. “Comparativamente, las casas son más baratas, pero la inversión que requieren en muchos casos [para reformarlas] y los gastos de transporte que hay que añadir hace que no sean tan asequibles”. Camarero explica que no hay gran diferencia entre el coste medio que supone al mes una vivienda en zona rural y una vivienda en zona urbana, porque el transporte —para trabajar o acceder a los servicios básicos como médicos o supermercados— es casi el doble que en las ciudades.
Todo esto se traduce en grandes dificultades a la hora de fijar población o de dar vivienda a los profesionales que trabajan en estas zonas. “En muchos casos, no hay forma de arraigar a gente que va a trabajar en servicios sociales, en medicina o en educación porque en los núcleos rurales no existe una disponibilidad de vivienda bien equipada para alquiler”, explica.
“En España tenemos un grave problema con los movimientos migratorios desde el ámbito rural a las principales ciudades. Esto está haciendo que la presión de la demanda de vivienda sea imposible de absorber, especialmente en alquiler, en las grandes ciudades”, explica José María Alfaro, presidente de la Federación Nacional de Asociaciones Inmobiliarias (FAI). Para paliarlo, apunta, se requieren políticas de regeneración que tengan en cuenta el perfil de los posibles compradores: mayores, jóvenes, nómadas digitales…
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