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Despedirse de la bulla de la ciudad para vivir en el silencio del campo

La historia de cinco familias que, en plena pandemia, recogieron sus cosas y empezaron una nueva vida en pueblos rurales

El 21 de junio se terminó el primer estado de alarma. A los cinco días, Alona y Alberto se subieron a su furgoneta de camping y dejaron su adosado de alquiler en la sierra de Madrid para comenzar una nueva vida en una antigua casa campesina en Muras (Lugo), un Ayuntamiento de 642 vecinos que desde mediados del siglo XX ha perdido un 80% de población. Una historia similar es la de la familia de Héctor, que se mudó de un décimo piso en Alcorcón a Ollauri, un pueblo de 320 habitantes en La Rioja. Verónica y Santiago también decidieron irse, en su caso desde la costa levantina hasta El Frago, un pueblo de 50 habitantes en Aragón.

En el mundo urbano, irse al campo siempre ha sido un ideal de fuga hacia la buena vida, y nunca la ciudad nos había apresado tanto como durante la pandemia del coronavirus. Hay indicios puntuales que apuntan a un mayor interés ciudadano en dejar la urbe por el campo. El aumento de búsquedas de vivienda en municipios de menos de 5.000 habitantes registrado por Idealista, por ejemplo, muestra un aumento del 14,8% del total en noviembre pasado frente al 10,1% de enero de 2020.


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