Un día en el caos de Oncología del Hospital El Bierzo: “He tenido cuatro especialistas distintos en un mes”
La altísima rotación entre oncólogos, que se enfrentan a historiales desconocidos, y la falta de personal especializado afecta a los pacientes de cáncer
Casi siempre las mismas caras en la sala de espera de Oncología del Hospital del Bierzo (Ponferrada, León); casi siempre, caras nuevas en la consulta. Los pacientes acuden a este ala del hospital con la incertidumbre de quién los atenderá, si hay suerte y los ve un especialista: el departamento sufre una falta de oncólogos que ha propiciado cientos de reclamaciones. Los enfermos de cáncer denuncian la altísima rotación, con profesionales saturados que se enfrentan a historiales desconocidos, mientras la consejería de Sanidad de Castilla y León (PP) recluta a especialistas de otros hospitales. La Junta contempla mejorar las condiciones y lo achaca a la escasez generalizada de sanitarios. Estos revelan la desorganización del hospital mientras los afectados suspiran: “Los enfermos no tienen la culpa”.
Aarón Valbuena, de 29 años, resopla mientras el ascensor traquetea hacia el tercer piso del hospital. Hoy le toca tratamiento para el cáncer de testículo que le diagnosticaron tras notar un bulto el pasado 21 de mayo. Desde entonces, un carrusel de médicos en un proceso de evolución favorable. “Lo peor es no repetir oncólogo, he tenido hasta cuatro especialistas distintos en un mes”, lamenta Valbuena, recordando la diversidad de criterios: el primero le instó a una operación “inmediata” y el último sugería esperar. “¿De quién me fío? ¿Quién tiene razón?”, pregunta el afectado, antes de recitar episodios “surrealistas” que ha presenciado: cancelaciones de quimioterapias en festivos por no haber personal; un tratamiento frustrado a una anciana llegada tras hora y media de ambulancia “porque se estropeó la báscula”; escasez en la farmacia hospitalaria y retrasos en la aplicación de medicinas; mañanas de asistir a constantes llamadas telefónicas cancelando las citas de los pacientes por ausencia de médicos o un doctor que se equivocó y recetó un medicamento contraindicado. Por suerte, no pasó nada. Nada objetan a los oncólogos que tienen que leerse un amplio informe médico de una persona cuyos achaques desconocen: “Por muy bueno que seas, con 20 historiales distintos el seguimiento es imposible”. El Hospital sirve para toda la comarca de Laciana y El Bierzo, con unos 130.000 habitantes. De las cuatro plazas oncológicas, dos quedaron sin cubrir y hay uno de baja. El Defensor del Paciente ha denunciado esta situación ante la Fiscalía.
Valbuena, necesitado de ansiolíticos desde que conoció su enfermedad, agradece el acompañamiento de su pareja, Antonio Álvarez, de 39 años, y expone que personas más mayores, a veces solas o desconocedoras de las gestiones sanitarias, sufren más esta atención irregular. Álvarez reniega del cambio de gerencia, pues dimitió la anterior jefa y el nuevo, César Ortiz, planteó entre otras medidas un “segundo hospital de día”, algo innecesario según los pacientes porque “la infraestructura no está mal pero lo que necesitamos son médicos”. De hecho, en Ponferrada el sector de Oncología tiene un acceso independiente, no así en León.
También les han hablado de nuevos y más cómodos asientos: bagatelas para quien solo pide que las cuatro consultas del sector tengan inquilinos constantes. No gusta “el politiqueo carroñero”, pues los agraviados han montado la asociación OncoBierzo y se asombraron cuando el PSOE de Ponferrada, en la oposición, lució camisetas reivindicativas en el Pleno. Valbuena dice al respecto: “No nos preguntaron y en el Hospital no han puesto ninguna reclamación; tampoco nos gusta que algunos culpen al ‘sanchismo”.
Una valla publicitaria contratada por el grupo advierte a los conductores rumbo al centro sanitario: “Mañana a tu hija le van a diagnosticar cáncer y no tendrá oncólogos”. Ante la falta de oncólogos, la Junta pesca en otros centros y los destina a El Bierzo para parchear estas ausencias. El revuelo de estos meses ha propiciado que el consejero, Alejandro Vázquez, prometiera mejoras económicas y de traslado. Los potenciales beneficiarios critican que el Hospital, con problemas de personal y de organización en muchas áreas, no ofrece desarrollo profesional ni estabilidad laboral.
Varios especialistas de refuerzo en Ponferrada, que ruegan anonimato, piden cambiar el foco del debate ante tantas ausencias: “Lo importante es que la gente de allí se pueda quedar. ¿Por qué tenemos los demás que cambiar la vida?”. La saturación laboral exprime a los sanitarios paracaidistas, cómodos en sus hospitales habituales pero aterrizados en un cupo al que desconocen y al que no logran dar máxima certeza. “Los pacientes están muy agradecidos pero a veces hay malinterpretaciones y desconfianza, la medicina no es solo tratamientos, también es hablar y dar tranquilidad. No siempre es posible si no los conoces de nada”, coinciden los facultativos, profesionalmente desbordados y emocionalmente abrumados. “Con tanta presión podemos liarnos”, agrega. Los implicados aceptan la petición de Sanidad porque “si hay que ayudar, se ayuda”, pero llevan así desde primavera. Los jefes de sus departamentos no los obligan, pero lo hacen por compromiso y por ayudar a compañeros para que no doblen. Muchas veces, agotados tras jornadas eternas de comer rápido y varias horas de coche o taxi pagado por la Junta, en su mente solo cabe un “Madre mía”.
Valbuena ensalza al personal médico, de enfermería, residentes y cualquiera que intenta aliviar las penas de Oncología: “Los oncólogos no están haciendo magia, lo que les piden es inviable, no tienen tiempo ni para escuchar”. “Siempre los vemos con mucha prisa pero nos tratan con amabilidad”, señala Valbuena antes de caminar hasta el final del pasillo, donde durante aproximadamente una hora recibirá tratamiento. Cuando termina, sonríe a su marido y regresan al ascensor. Hoy él no tenía consulta, pero detrás queda más de una docena de enfermos anhelando escuchar su nombre por megafonía. Casi todos llevan papeles con sus convocatorias, análisis previos y documentación suministrada durante su periodo con cáncer. Una de ellas, anonimizada en nombre e historial para no ser identificada, accede a que los periodistas la acompañen dentro de la sala durante su cita para comprender cómo se sienten ante los nuevos rostros con bata blanca. Mientras, otra compañera de espera se queja de la tardanza: “Jolín, estoy endemoniada. ¡Que tengan consideración, que no es una enfermedad cualquiera. Es Oncología!”.
Pronto cumplirá cuatro años desde su diagnóstico. Al principio, a menudo la atendía el mismo doctor. Últimamente, hay cambios constantes. “Hoy no sabemos a quién traen”, dice. Su hija la acompaña y recita “excusas” que la intrigan, ejemplo de la desconfianza que acarrea tanto cambio: “Mi madre un día no recibió una sesión de quimioterapia porque le dijeron que tenía las defensas bajas… ¡Ella nunca, nunca, las había tenido bajas”. La mujer cuenta oncólogos con los dedos y cita con cariño a una, con quien casualmente coincidieron en dos ocasiones, suficiente para congeniar más que con quienes solo trata un día. “Entiendo que se quieran ir a otros lados, tienen sus vidas”, reconoce, pues la médica marchó sin retorno.
La espera transcurre entre testimonios dispares. Un hombre se despide con un: “Esta consulta es muy jodida… Que vaya todo bien”. Una mujer llama a un familiar pidiéndole paciencia porque no sabe a qué hora saldrá y otra, nerviosa porque a su marido lo citaron hace dos semanas para darle unos resultados, exclama al salir: “¡Está bien! ¡Cuánta alegría!”. Normal: es el tercer cáncer que atraviesa. En el primero siempre lo veía el mismo oncólogo; últimamente, “cada vez que venimos es uno distinto, los enfermos no tienen la culpa”. Las prisas se notan con los llamamientos a los pacientes. Los altavoces, impacientes, repiten el nombre de una mujer mientras ella, armada con un bastón, camina despacito sobre los brillantes suelos del piso.
Por fin llega el momento de la mujer que franquea el paso a la consulta. En la estancia impera el blanco y primero sorprende la falta de adornos: apenas una planta rompe con la homogeneidad del espacio. Tiene lógica, pues no hay regularidad de personal como para que nadie se anime a poner una foto de familia o un dibujo de sus hijos. La oncóloga, forastera, saluda a la paciente y a sus acompañantes, se presenta, ojea los informes extendidos sobre la mesa y le pregunta por sus dolores. La mujer responde y le plantea preguntas que la experta responde con precisión pese a las horas de atención acumulada. Por fin algo de distensión.
-¿Puedo ir a un balneario?-, pregunta la señora. “¡Claro!”, le responde la doctora entre sonrisas, pues el asunto no reviste tanta gravedad como para impedirle una escapadita. Pasan los minutos y toca despedirse, todas contentas. La próxima cita, en unas semanas.
-Y… ¿Seguirás tú?-. A la doctora le cambia la cara. Suspira y niega con la cabeza. “No… No lo sé”, y mira el calendario de sus desplazamientos forzosos a Ponferrada. No, no coinciden, y pese a buscar apaños, asumen que difícilmente volverán a verse. “Es que va una conociendo a tanta gente…”, susurra la mujer ante la resignación de la especialista, consciente del problema aunque sin tiempo para consolarla: aún quedan visitas.
Una puerta de cristal separa la sala de espera del ascensor. Allí han pegado decenas de papelitos de colores con diversos mensajes. “Dios todo lo cura” al lado de un “+Investigación, +Financiación, +Contratación +Fondos +Infraestructuras”. “Salud y felicidad =)” bajo un “GRATITUD PARA LOS QUE NOS CUIDAN SIEMPRE”. Otros ruegan “¡RECLAMA! #SanidadDigna”, alguno anhela “PAZ”, cerquita un “Paz + Oncólogos por favor”. En un lateral, la denominación del mural. “El árbol de los deseos”, pone en grande. En pequeño, sobre “Deseos”, un apunte: “Un cambio en la gerencia del Hospital”. Debajo, quizá más realista: “Que me toque el Euromillón”.
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