Los vencedores también fuimos víctimas
Bastantes de los muertos conservadores en la Guerra Civil no eran fascistas —sino de buena fe, o por autodefensa, o porque les tocó ese lado—, sino republicanos moderados


Los vencedores de la Guerra Civil española, y sus descendientes, también somos víctimas de aquella catástrofe.
Porque tantos murieron en el frente, y no les conocimos. Porque en bastantes casos nuestros padres tampoco encontraron en las fosas los cuerpos vulnerados de sus mayores. Porque la carga moral de la victoria también puede ser dura. Porque sabemos, y duele, la asimetría entre los nuestros, que fueron recordados, y la condena a largo ostracismo aplicada a los perdedores que perdieron la vida en busca de dignidad.
Porque, además, bastantes de los muertos conservadores no eran fascistas —sino de buena fe, o por autodefensa, o porque les tocó ese lado—, sino republicanos moderados. O, ay, demasiado católicos para lo que convenía. O pasaban por allí, y les confundieron. Porque burgueses catalanes o vascos evitaron la matanza, pero perdieron durante años lengua y cultura propias.
El lector excusará este alivio, quizá sea útil. Se me encaramó ayer en un acto público insólito. La inauguración en el cementerio de Montcada, a la entrada de Barcelona, de una singular instalación-circuito permanente.
Consiste en media docena de placas informativas, escuetas y precisas, producto de un ingente trabajo de investigación e identificación, a cargo del Ayuntamiento (de mayoría PSC y minoría PP) e investigadores locales. Sintetiza la historia de sus 1.198 muertos, ejecutados ahí, sin juicio, por comités y patrullas bajo escaso control, en la retaguardia de la Cataluña republicana. Es su mayor concentración. Un 20% de los 8.400 que perdieron así la vida sobre todo entre el golpe de Estado del general Franco el 18 de julio y la recuperación del orden público interno, por la Generalitat de Lluís Companys, en mayo de 1937. Fue el único que abrió investigación judicial propia (no la hubo en zona nacional), que abocó a detener a 175 activistas.
La señalización es paralela a las de otros lugares de Memoria Democrática también recuperados por el empeño de la Generalitat, bajos los mandatos de Pere Aragonès y de Salvador Illa, que homenajean a los —hasta 50.000— republicanos asesinados después de la guerra por Franco.
Esta recuerda con respeto a un grupo carlista, a otro de Batea, a los militares del cuartel de Sant Andreu asaltado el 19 de julio, a vecinos montcadenses, a los de la fosa común que incluye a torturados en la checa de la calle Sant Elies… Con sencillez, descresta, contextualiza y resignifica democráticamente —sin derribarlos— los monumentos falseados y sectarios de homenaje a los caídos. Levantados por la dictadura, apropiándose también de víctimas que eran antigolpistas.
El conseller de Justicia, Ramon Espadaler (democristiano en el Govern socialista) brindó ayer el homenaje con una certera frase de Václav Havel: “No podemos cambiar el pasado, pero sí la forma en que lo interpretamos y en que lo vivimos”. “Hoy no reabrimos heridas, las cerramos para siempre”, concluyó.
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