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tribuna
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Argentina, el rescate pendiente es político

El salvavidas de Washington le da a Milei la oportunidad de reconstruir puentes con sus aliados políticos y convocar un pacto mínimo con la oposición que ofrezca previsibilidad

En cuestión de semanas, la Argentina pasó de ser vitrina de un programa económico que parecía finalmente encaminar al país hacia la estabilidad, a protagonista de otra sacudida de los mercados financieros. El dólar trepó al techo de la banda de flotación, el riesgo país saltó a niveles de pánico y la Bolsa se desplomó. Todo después de que el oficialismo de Javier Milei se viera envuelto en un escándalo de corrupción que golpeó en el corazón de su narrativa anticasta y debilitó su capital político, y de que sufriera una dura derrota el pasado 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires, en las elecciones para renovar la mitad del legislativo provincial y los concejales.

Estos traspiés terminaron revelando algo más profundo: la fragilidad política de un plan que, hasta hace poco, era celebrado como un éxito. El plan Milei impulsó un feroz ajuste fiscal y un ambicioso programa de reformas, logró estabilizar el valor del dólar —el termómetro de la salud del paciente en Argentina—, reducir con rapidez la inflación y, después de una contracción inicial, iniciar un proceso de fuerte recuperación de la economía. El sacrificio que se le pidió a la ciudadanía empezaba a rendir frutos y la promesa de tiempos mejores parecía al alcance de la mano. Faltaba un paso clave: cerrar un acuerdo con el FMI para reforzar las diezmadas reservas del banco central, levantar el cepo cambiario sin sobresaltos y recuperar acceso al mercado global de bonos. Tras arduas negociaciones, el acuerdo con el FMI se firmó en abril. La expectativa era clara: llegar a las legislativas de medio término en octubre con un triunfo que diera al oficialismo músculo parlamentario para blindar el equilibrio fiscal y avanzar con su agenda de reformas promercado.

Ese libreto se quebró de golpe. La derrota política en la provincia de Buenos Aires fue apenas el síntoma más visible de un proceso que se venía gestando desde el invierno del sur: ruptura con el PRO —el partido del expresidente Macri— y con los gobernadores provinciales que habían sido aliados clave del Gobierno, vetos del presidente con el objetivo declarado de preservar el equilibrio fiscal revertidos por amplias mayorías legislativas, y la sombra de la corrupción proyectándose sobre las altas esferas del gobierno. El mercado percibió que no se trataba de una derrota coyuntural, sino de la erosión del capital político del presidente y de la coalición política que sostenía el plan económico.

Las consecuencias fueron inmediatas: corrida cambiaria, desplome de los bonos globales, tasas de interés que alcanzaron el 70% anual y un clima de incredulidad sobre la capacidad del Gobierno para sostener el equilibrio fiscal y llevar adelante su agenda de reformas. El fantasma de una nueva crisis volvía a instalarse, y Milei parecía encaminado a un mal resultado en las elecciones legislativas de mitad de mandato el 26 de octubre.

Cuando todo parecía perdido, apareció un salvavidas inesperado: el Tesoro de Estados Unidos anunció —entre otras formas de apoyo— un swap por 20.000 millones de dólares, equivalente al tamaño del propio programa con el FMI. No fue un mero gesto financiero, sino una jugada geopolítica: Donald Trump buscó apuntalar a un aliado afín en la región y, de paso, marcar presencia fuerte frente a China.

La operación de swap cubre los pagos de interés y vencimientos de deuda en moneda extranjera hasta finales de 2026 y refuerza las reservas internacionales conjuntas del banco central y del Tesoro hasta niveles que otorgan a la Argentina un escudo envidiable frente a la volatilidad de los mercados. El anuncio inicial y la ratificación posterior esta semana, con detalles más específicos y acciones concretas, como la venta de dólares por parte del Tesoro de Estados Unidos en el mercado de divisas argentino —una operación sumamente inusual—, procuran estabilizar el tipo de cambio dentro de la banda de flotación y propiciar, posiblemente vía recompra de bonos globales argentinos, una reducción del riesgo país hasta niveles que alienten la posibilidad de un regreso de la Argentina a los mercados internacionales.

Muchos en Buenos Aires evocaron a Mario Draghi y su célebre whatever it takes que salvó al euro en 2012. Salvando las distancias, el anuncio del Tesoro norteamericano operó como aquel cortafuegos de Draghi: un golpe de efecto que cambió de inmediato las expectativas.

Pero el auxilio de Washington, por más contundente que sea, no resuelve los frágiles cimientos políticos sobre los que se asienta el programa económico de Milei. La liquidez que aporta el Tesoro puede calmar las aguas, pero no crea gobernabilidad por arte de magia.

El crédito al soberano en los mercados internacionales y la inversión de largo plazo en sectores estratégicos —la que realmente puede sacar al país de su ciclo de crisis recurrentes y estancamiento— no se activa sólo con dólares frescos. Requieren previsibilidad, horizonte y reglas estables. Ahí está el talón de Aquiles de la Argentina.

El swap despeja toda duda inmediata sobre la capacidad de la Argentina de cumplir con los acreedores en los próximos 15 meses. Ese respaldo es decisivo para bajar la fiebre cambiaria, reducir el riesgo país y darle al gobierno un balón de oxígeno. También permite, junto a la inyección de reservas del FMI, preservar la estabilidad del tipo de cambio, incluso si se decide flexibilizar el régimen actual de banda cambiaria.

Pero más allá de esta operación de rescate del Tesoro y el respaldo del FMI al programa económico del Gobierno, hay un desafío que sigue intacto: el político. Como mínimo, Milei necesita recomponer después de la elección de octubre una coalición política capaz de blindar el equilibrio fiscal y avanzar con su programa de reformas para impulsar la inversión. Pero aun si lo logra —y podría lograrlo— persiste un problema de horizonte temporal. La posibilidad de un regreso kirchnerista en 2027, con un modelo económico de signo opuesto, actúa como un potente freno a cualquier apuesta de largo plazo, sea de crédito o de inversión de capital productivo.

El salvavidas de Washington le da a Milei la oportunidad de jugar una carta distinta: reconstruir puentes con sus aliados políticos y convocar a la oposición a un pacto mínimo básico que ofrezca la previsibilidad que el país necesita para dejar de vivir al borde del abismo. La pelota está en su cancha.

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