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Lula y la escalera de Trump

Al tiempo que el presidente de EE UU dinamitaba en la ONU el multilateralismo desde dentro, el mismo podio acogió al brasileño, la antítesis perfecta 

Máriam Martínez-Bascuñán

La escalera mecánica se averió cuando Trump y Melania iban a ser trasladados hasta el salón de la Asamblea General de la ONU. El presidente, visiblemente molesto, describió el “accidente” como una metáfora de la institución: disfuncional, obsoleta, hostil. En verdad, sólo mostraba su nihilismo geopolítico, una filosofía simple y brutal: si el mundo es lucha por el poder, no finjamos que actuamos por principios universales. Pero hay algo que nuestra nostalgia europea nos impide ver. Trump no es inconsistente o irresponsable, implementa una estrategia de transición hacia la hegemonía unilateral: destruir las instituciones que no controla para imponer poder directo. Hard power. Olvida que el poder sin legitimación se devora a sí mismo. Al eliminar las instituciones que, como la ONU, hacían el dominio estadounidense más aceptable, acelera la multipolaridad que dice combatir, pues el poder desnudo genera más resistencia que el legitimado. Pero al tiempo que Trump dinamitaba el multilateralismo desde dentro, el mismo podio acogió la antítesis perfecta.

Lula subió a la tribuna ofreciendo una alternativa: “El siglo XXI será cada vez más multipolar. Para seguir siendo pacífico, sólo puede inscribirse en una lógica multilateral”. Durante décadas, EE UU fue el director único de la orquesta mundial, decidía qué se tocaba y cómo. Pero China, India o Brasil han crecido tanto que quieren dirigir también la partitura. Lula recordó que el mundo ya no tiene un solo jefe, pero si todos tocan su propia canción sin coordinarse, el resultado es puro ruido. Trump solo quiere a la banda americana, aunque no haya público suficiente, pero frente a crisis como Gaza o el clima, en lugar de que Washington decida en soledad, otras capitales se sentarán a la mesa como iguales para buscar soluciones. Fue un diagnóstico implacable: “El derecho internacional humanitario y el mito de la superioridad ética de Occidente están sepultados bajo toneladas de escombros”. Lula, como uno de los portavoces del Sur Global y de los más de 140 países que han reconocido Palestina, demostraba que su legitimidad no viene de la fuerza. Donde Trump ve competencia de suma cero, Lula propone cooperación multipolar, aunque lo haga envuelto en una contradicción. Al denunciar el genocidio en Gaza, al afirmar que “el autoritarismo no es inevitable”, el multilateralismo de Lula sigue dependiendo de criterios normativos universales. Su problema no es técnico sino filosófico: ¿quién define las reglas en un mundo verdaderamente multipolar? No hay multilateralismo sin hegemonía normativa.

Entre ambos, la imagen de un Macron atascado en la calle por el despliegue de seguridad de Trump fue la metáfora perfecta de la parálisis del liberalismo europeo. Francia reconoció el Estado palestino, criticó un poco a Israel y evitó cualquier sanción real. Habló de un “camino hacia la paz” mientras Gaza sigue bajo las bombas, ejemplificando el colapso moral disfrazado de diplomacia sofisticada: el universalismo sin poder es mera retórica. La crisis global se resume en tres imposibilidades: el poder puro se devora a sí mismo; el multilateralismo sin hegemonía normativa es inviable; el universalismo sin poder es mero parloteo. No pueden funcionar, y quizás por eso presenciamos el agotamiento de las categorías políticas que ordenaron el mundo desde 1945. Pero quizá sea eso lo que necesitamos: comprender de una vez el mundo para empezar a imaginar uno nuevo.

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Sobre la firma

Máriam Martínez-Bascuñán
Profesora de Teoría Política de la Universidad Autónoma de Madrid. Autora del libro 'Género, emancipación y diferencias' (Plaza & Valdés, 2012) y coautora de 'Populismos' (Alianza Editorial, 2017). Entre junio de 2018 y 2020 fue directora de Opinión de EL PAÍS. Ahora es columnista y colaboradora de ese diario y pertenece a su comité editorial.
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