Manual para el periodismo de jaleo
¿Quién quiere malvivir buscando la verdad cuando puedes hacerte famoso acosando a políticos o a otros informadores en el Congreso?


Cuando eres periodista y un dron de vigilancia enviado por el presidente de tu país se cuela en el salón de casa, quizás ha llegado el momento de decidir si merece la pena permanecer en este oficio. El salvadoreño Carlos Dada pensó que sí. En 2023, trasladó desde El Salvador a Costa Rica la sede legal y administrativa de El Faro, un medio de investigación creado en 1998 y cuyos trabajos sobre crimen organizado, corrupción y violencia en la era Bukele son una referencia del periodismo en español. La semana pasada, Dada compartió algunas reflexiones con los alumnos de un máster de reporterismo internacional organizado por RTVE en Madrid y se mostró honestamente crudo con ellos. Les habló del acoso del poder, del exilio, de las inseguridades económicas y de lo frustrante que resulta convivir con la sensación de que tanto trabajo no cambia las cosas, al menos a corto plazo. Para Dada, el periodismo es una carrera de fondo y un compromiso especialmente necesario ahora que los regímenes autoritarios buscan cualquier manera de apagar las voces que van a contracorriente.
EDITORIAL | Un problema recurrente de gobiernos autoritarios y dictaduras es que, cuando los intereses del gobernante no coinciden con el interés público, se imponen siempre los del dictador. https://t.co/oJFW5myei0 pic.twitter.com/7VO99mZ84e
— El Faro (@_elfaro_) September 2, 2025
Mientras el baño de realidad se incorpora a los planes de estudio del ejercicio clásico del reporterismo, cabe preguntarse si no habría que actualizar los temarios en las facultades para enseñar también todos los sucedáneos del periodismo que viven hoy en España una edad de oro y que hemos normalizado como válidos o incluso deseables. El periodismo opinativo o polarizador en las redes sociales, la desinformación o el periodismo de jaleo han emergido de manos de las plataformas digitales y configurado un catálogo de opciones profesionales que resultan más atractivas a ojos de muchos jóvenes con ganas de dedicarse a la comunicación. ¿Quién piensa en malvivir buscando la verdad entre bulos cuando puede hacerse famoso y ganar dinero acosando a políticos o a otros periodistas con una acreditación del Congreso de los Diputados colgada al cuello?
El periodismo de jaleo da para una asignatura cuatrimestral. Empezaríamos con un tutorial para instruir a los alumnos y que sepan cómo cargarse el principio de independencia y aniquilar la necesidad de respetar algunos valores. El periodismo de jaleo responde a una causa ideológica que necesita adhesión inquebrantable y busca nuevos evangelizadores. Asentado el marco cognitivo, pasamos a la teoría y práctica de la puesta en escena digital, que precisa conocimientos de marcaje en corto, grabación al personaje enemigo y hostigamiento verbal disfrazado de pregunta incisiva. Sigue la clase con los fundamentos del uso del agravio como contenido periodístico: “No me responden”, “no me dejan pasar”, “el resto de periodistas me mira mal”. Contrariamente a lo que sucede con las normas del oficio clásico, donde el periodista nunca es noticia, el periodista de jaleo lo es siempre: él y sus desventuras son la noticia.
Existen dos enseñanzas clave que habrá que integrar en nuestra nueva asignatura. La primera es el uso avanzado del teléfono móvil. Un periodista de jaleo sin su celular en la mano, no es nada. Con él puede grabarse en cualquier momento y difundir rápidamente sus contenidos de este “nuevo periodismo” e integrarlos en el engranaje ideológico que combina cuentas reales y automatizadas. Un agitador disfrazado de periodista necesita un móvil y un conocimiento profundo de las redes sociales. Son su ventana al mundo y el canal de conexión con sus espectadores. Y acabaremos la asignatura con el bloque dedicado al uso de la desinformación, la descalificación, el insulto, la ridiculización y el odio, es decir, los nutrientes que harán viral e impactante cualquier contenido de un periodista de jaleo que se precie. Tampoco olvidaremos las nociones necesarias de marketing digital sucio, con las que el profesional parecerá haber alcanzado audiencias aún mayores.
Y ahora, a practicar. Ya sólo nos queda impulsar un programa de becas en colaboración con instituciones como el Congreso de los Diputados, donde en los últimos tiempos el periodismo de jaleo ha firmado algunos de sus episodios más gloriosos.
Ojalá toda esta reflexión fuera sólo una ocurrencia, pero no lo es. En medio de esta ceremonia de la confusión entre el periodismo y el paraperiodismo, algunos profesionales del jaleo ya imparten charlas en universidades y reciben galardones por su buen hacer.
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