Autocrítica liberal
Defender la democracia supone asumir también la responsabilidad que le corresponde al propio sistema en crisis


Es imposible combatir algo que no se comprende. Este principio básico, útil en casi todas las esferas de la vida, resulta ajeno a gran parte de la tradición liberal, ya sea de izquierdas o de derechas. Quienes defendemos las instituciones democráticas, el Estado de derecho, la limitación de todos los poderes y un arbitrio sensato y prudente de la opinión pública solemos lamentar el avance de los populismos como un agente patógeno y extraño a nuestra propia tradición. La pléyade de intelectuales que nos alerta sobre el deterioro de nuestras democracias suele construir argumentos eficaces para criticar al adversario, pero rara vez asume la cuota de responsabilidad que le corresponde al propio sistema en crisis.
Patrick J. Deneen es profesor en la Universidad de Notre Dame y uno de los pensadores más relevantes de lo que se ha dado en llamar posliberalismo. También mantiene cierta amistad con J. D. Vance, y hay quien afirma que ejerce una notable influencia sobre el vicepresidente. Este último detalle, lejos de invalidar sus propuestas, lo convierte en un intelectual especialmente interesante si queremos interpretar no solo lo que nos sucede, sino también el mundo que viene y por qué más de 70 millones de personas pudieron confiar en alguien tan extravagante como Donald Trump en las pasadas elecciones.
La tesis de este profesor es que el liberalismo no está sucumbiendo por la acción de sus enemigos, sino por el agotamiento de sus propios objetivos. Si Marx predijo el colapso autoinducido del capitalismo —con escaso éxito—, Patrick Deneen hace algo muy parecido al aplicar la autofagia del sistema al paradigma liberal. El patológico individualismo, el desmedido prestigio de las elecciones propias o la ruptura con la herencia y los lazos comunitarios serían algunos de los elementos que han acabado erosionando el modelo político que nos permitió soñar con el fin de la historia.
Autores tan sagaces como Alexis de Tocqueville o Giuseppe Tomasi di Lampedusa nos enseñaron que el curso de la historia es irreversible y que no existe restauración posible cuando un mundo se acaba. Deneen comparte esta intuición y nos acusa a quienes seguimos confiando en el viejo orden mundial de no ser más que unos nostálgicos. Según su diagnóstico, el marco liberal no podrá reconstruir las instituciones y los principios que él mismo ha destruido. Su percepción es letal, y me gustaría encontrar argumentos que demuestren de una vez por todas que está equivocado. Tal vez por eso resulta tan interesante leerlo.
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