Europa como peso muerto
El proyecto de Bruselas de reforzar el gasto militar no puede hacerse a costa de debilitar el Estado de derecho y las reglas de juego de la democracia


El Gobierno de Donald Trump deportó el sábado a más de 200 venezolanos acusados de ser terroristas a El Salvador a pesar de que un juez federal había ordenado paralizar la iniciativa, e incluso indicó que debía obligarse a los aviones a regresar a Estados Unidos si estaban ya en el aire para cumplir un cometido que consideraba dudosamente legal. No se le obedeció, y los supuestos miembros de la organización criminal Tren de Aragua terminaron en las cárceles de Nayib Bukele, donde se les aplicó el trato humillante que se ha convertido en el sello de la cruzada del líder centroamericano contra los que considera delincuentes. Trump ignoró la orden del juez, y algunos de los miembros de su Gobierno llegaron incluso a ridiculizarla, e hicieron chistes. De nada sirve ya la separación de poderes, al nuevo mandatario de Estados Unidos lo que le importa sobre todo es cumplir su agenda y si eso obliga a saltarse las reglas de juego, pues se saltan y ya está. Esa es la idea que alimenta cada uno de sus pasos, que las maneras de un Estado de derecho son lentas, engorrosas, y que complican su proyecto de recuperar la grandeza de América. Así que al basurero, ya no sirven.
Con líderes como Trump, los viejos valores que han sostenido la democracia se están yendo a pique y confirman lo que Ivan Krastev y Stephen Holmes observaron en La luz que se apaga (Debate) a propósito de un político como Viktor Orbán que entiende que “el poder blando” del que se ha servido Occidente ya no es sino “debilidad y vulnerabilidad en lugar de fuerza y autoridad”. Por ahí van los tiros de ese nuevo orden mundial que está configurándose con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. El hecho de que Ucrania quisiera construir una democracia más fuerte y acercarse a la Unión Europea es, en este contexto, irrelevante. Trump considera, de hecho, que fue Kiev la que provocó a la Rusia de Putin y está procurando que entre en razón. Es decir, que ceda los territorios que le interesan a Moscú y que deje de dar la lata.
Es ahí donde la Unión Europea quiere tener voz propia. Bruselas tachó de invasión la entrada de los tanques rusos en Ucrania y se puso de su lado frente al ejército de Putin. No es lo mismo que defiende ahora Trump, de ahí la enorme brecha con la gran potencia con la que Europa compartía valores semejantes. Y, por eso, el proyecto de la Unión de tener voz propia. Lo malo es que para tenerla necesita poder defenderse sola, eso que llaman autonomía estratégica. Significa rearmarse.
Y este es siempre un camino delicado, peligroso. Alemania ha dado un paso enorme al aprobar en su Cámara baja una reforma constitucional para poder gastar centenares de miles de millones en defensa. El conservador Friedrich Merz soportó pitos y gritos de la extrema derecha y de la izquierda de Die Linke y BSW al defender su proyecto, que fue apoyado por los socialdemócratas y Los Verdes, una vez que consiguieron que el plan reforzara también la agenda verde e incluyera ambiciosas reformas de infraestructuras anquilosadas. Si se trata de defender la democracia habrá que hacerlo teniendo en cuenta al Parlamento, es ahí donde las distintas opciones políticas pueden defender sus posiciones y dar cuenta de sus argumentos, y encontrar acuerdos sostenidos por una mayoría. El peligro que corre Europa es el de gastar y gastar en armas y alimentar una fuerza que puede caer como un peso muerto si no está sostenida en los valores y procedimientos que le dan de verdad sentido, los de la democracia.
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