Sé rebelde y lee un libro difícil
La física cuántica es el fundamento del transistor y del circuito integrado y por tanto es el fundamento de la tecnología que sostiene el mundo actual

Te voy a hacer una buena pregunta: ¿cuál es el problema más difícil de nuestro tiempo? La pregunta es buena porque hay un montón de candidatos a ese puesto de dudosa fama. Sí, están Donald Trump y sus enredos arancelarios, Elon Musk y sus cohetes explosivos, un par de guerras abiertas y una invasión de los ultracuerpos que amenaza con arruinar los principios más elementales de las democracias europeas. Pero estos no son problemas verdaderamente difíciles, puesto que se explican por las causas más ramplonas y paleolíticas que han conocido los milenios: el miedo y la ignorancia, la vanidad y la codicia, el racismo y el fanatismo. Contra la estupidez, dijo Schiller, los propios dioses luchan en vano.
A lo que me refiero con mi pregunta es a los problemas difíciles de verdad, los que no tienen una explicación obvia, los que nos enfrentan al abismo absurdo de nuestra existencia, los que ponen nuestro sentido común al borde de la desintegración, como hizo Arnold Schönberg con la música culta, John Coltrane con el jazz, Vasili Kandinsky con la pintura figurativa. Estos desafíos artísticos siempre han señalado, y siguen señalando, el camino hacia el final del túnel, donde mora una luz movediza y esquiva. El progreso del conocimiento consiste en restar dificultad a los problemas difíciles. Resolverlos es demasiado pedir a esta especie de primates cabezones a la que pertenecemos, pero acercarse a la luz es el imán que atrae a las mentes inquietas, y la única vía de progreso que conocemos, y que conoceremos.
Bien, entonces volvamos a mi pregunta: ¿cuál es el problema más difícil de nuestro tiempo? Si eres como yo —y si has llegado a este párrafo tienes muchas papeletas—, tu respuesta habrá variado con el tiempo. Pero una buena opción ahora mismo es la física cuántica. Sí, ese cosmos tan extraño que ni se les había ocurrido a los poetas místicos, un mundo en que una partícula puede estar en dos sitios a la vez, o en dos estados a la vez, violando nuestras intuiciones más automáticas. Y, sin embargo, ese mundo es nuestro mundo. Todos somos el gato de Schrödinger, ese gato que está vivo y muerto a la vez hasta que abres la caja.
El físico e historiador de la ciencia José Manuel Sánchez Ron acaba de publicar el primer volumen de su Historia de la física cuántica (Crítica), una obra que promete ser monumental cuando alcance en tercer volumen. El primero tiene ya 600 páginas y me acabo de zambullir en él. No voy a engullirlo, ni a leerlo en diagonal, ni a destrozarlo con una lectura ansiosa e impaciente. Voy a leerlo como se leían antes los libros, con paz interior, la atención absorta y dejando volar la mente cuando el párrafo lo estimule.
Estoy tan confundido con la mecánica cuántica como cualquier ciudadano informado, y quiero entender de dónde vienen esas ideas radicales, aparentemente absurdas pero certeras en la predicción del mundo físico con un montón de decimales. La física cuántica es el fundamento del transistor y del circuito integrado, también llamado chip cuando es lo bastante pequeño, y por tanto es el fundamento de la tecnología que sostiene el mundo actual. Me ha encantado ver que el libro de Sánchez Ron empieza nada menos que por comparar la luz del sol con la de un mechero Bunsen, dos cosas que uno no suele asociar al mundo de la computación y los ordenadores cuánticos. Pero así empezó todo en el siglo XIX. Quiero saber qué ocurrió después para llegar hasta aquí.
El físico Richard Feynman dijo que si crees entender la mecánica cuántica es que no la has entendido en absoluto. Pero conocer la historia es también una forma de entendimiento. Y ahora adiós, que tengo que leer.
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