José Manuel Sánchez Ron: “Si no hemos aprendido nada de la pandemia, somos más estúpidos de lo que pensábamos”
El físico, historiador de la ciencia y académico José Manuel Sánchez Ron analiza en un ensayo los problemas que lastran la investigación en España, y a España misma, desde el siglo VII
“Necesitamos a la ciencia para ser mejores, más libres, y estar más informados y no pasar como meros transeúntes por ese azaroso viaje que es la vida”. La afirmación es de José Manuel Sánchez Ron (Madrid, 1949), físico, historiador de la ciencia y miembro de la Real Academia Española (RAE) desde 2003, y esa frase figura en el epílogo del último libro que acaba de publicar, que supone un alegato en favor de la investigación. El país de los sueños perdidos (Taurus), presentado en la sede de la RAE el miércoles pasado por el escritor y también académico Arturo Pérez-Reverte, es un ensayo de casi mil páginas que hace un minucioso recorrido por la ciencia española, pero también por la historia de España —económica, política y social—, “porque ninguna de las dos se puede comprender bien sin la otra”. Se trata de una radiografía histórica que detecta los grandes males que afectan a la ciencia en España y que quizá da las claves para lograr un futuro mejor, tal como cierra el epílogo: “Necesitamos de la ciencia, de la investigación científica, para ser algo más que un país de servicios, aunque sea un moderno y hasta cierto punto rico país de servicios. Nos va mucho en ello, porque no se trata solo de un problema de la ciencia en España, sino también, y acaso, sobre todo, del problema de España. Más aún para el futuro, que es lo verdaderamente importante. El pasado, pasado está. Aprendamos de él”.
PREGUNTA. ¿Este es quizá su trabajo más ambicioso?
RESPUESTA. Sí. He escrito algunos libros que me costaron mucho esfuerzo, pero este, aunque sea de un país en el que la ciencia no ha brillado tanto como en Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña… me ha costado mucho trabajo. Y probablemente sea el más ambicioso. En primer lugar, por el periodo que cubre, desde Isidoro de Sevilla en el siglo VII hasta la ley de la Ciencia en 1986. Y tenía también la intención, la ambición, de que aportase lo más posible a la historia de España, a secas, no solo a la historia de la ciencia. Creo que la historia de la ciencia en España ayudar a comprender el país. Dicho de otra manera, lo que ocurrió en la ciencia permite entender esta historia política, social, económica...
P. ¿Es la ciencia en España el problema de España?
R. Efectivamente, lo vemos ahora con una agudeza especial. Somos, y siempre lo hemos sabido, un país en el que una parte importante de su riqueza procede del sector servicios, el turismo. Si una parte importante de nuestra riqueza, como sucede en países pequeños, pongamos Holanda, proviniera del conocimiento, eso que se llama I+D+i, investigación, desarrollo e innovación, pues no seríamos tan frágiles ante situaciones como esta.
P. El problema se arrastra desde hace siglos. Usted apunta en el libro que desde el Descubrimiento de América.
R. Mantener un imperio tiene sus servidumbres, sus ataduras. En el XVI, el siglo de Felipe II, se crean instituciones orientadas a ofrecer conocimientos prácticos, por ejemplo, astronómicos, matemáticos, para que los pilotos encontrasen la derrota, el arte de marear, para llegar a América. Y luego, en el siglo XVII, el más importante para la Revolución Científica, el de Galileo y Newton, que es ir más allá de lo meramente aplicado, de encontrar las leyes que rigen el comportamiento de la naturaleza, la ciencia por sí misma, pues estamos todavía formando burócratas y navegantes.
P. ¿Por qué España no se subió al tren de la Revolución Científica? ¿Fue la religión un freno?
R. Sí. Pero no es el único. A veces se ha dicho que, si no hubiese existido la Inquisición, otro gallo nos cantaría, pero creo que es una reconstrucción muy parcial. Pero, desde luego, la expulsión de los judíos en 1492 por los Reyes Católicos, eso ya no ayudó. Ni la Inquisición, con actuaciones como la persecución de Olavide, que intentó mejorar la enseñanza en la Universidad de Sevilla, o de Odón de Buen por defender la teoría de la evolución de Darwin, por supuesto… Desde luego, eso de “salvar tu alma” y además de una manera excluyente y brutal en ocasiones, eso no ayudó ciertamente.
P. Usted habla del “expolio científico” provocado por el exilio tras la Guerra Civil. Pero también ahora hay una fuga de cerebros.
R. El caso más conocido es Severo Ochoa. Hay un exilio, por supuesto, muy importante durante la Guerra Civil por razones políticas, que socava lo que se había hecho antes —aunque algunos (Blas Cabrera, Ignacio Bolívar) ya habían dado todo lo que podían en ciencia—, pero la fuga de cerebros más importante es la de los jóvenes que se han formado bien, que tienen un gran potencial y que se van fuera para ampliar sus estudios, pero luego, ante las dificultades, se quedan ahí fuera.
P. Gente culta se excusa sin sonrojos en ser “de letras” cuando no sabe hacer una regla de tres. Parece que la ciencia no sea Cultura con mayúsculas.
R. Eso es un problema que en España adquiere particular intensidad. Parece que la cultura tiene como componentes principales el cine, el teatro, las exposiciones de pintura, la música, la literatura… No digo que no tengan que serlo. Pero ¿y la ciencia? La ciencia está en inferioridad de condiciones.
P. Además existe un sesgo por género.
R. El 51% de la población mundial lo forman las mujeres. Hemos perdido, por consiguiente, la mitad de las posibilidades para hacer ciencia en general. Eso es una tragedia, que no se ha limitado a España. En mi libro, por ejemplo, soy consciente de que aparecen muy pocas mujeres. Pero no puedo cambiar la historia. Si en las próximas dos décadas la situación no es radicalmente diferente, pues es que lo hemos hecho muy mal y somos además indignos de atributos como la justicia, la moralidad y la ética que nos atribuimos. Si no hay igualdad, esos atributos son gratuitos.
P. ¿Terraplanistas, conspiracionistas…, negacionistas en general?
R. Me preocupan y sobre todo me desmoralizan, como científico y como ciudadano. Que esto suceda en el siglo XXI, después de todo lo que sabemos, del conocimiento contrastable y contrastado, esto es terrible. Que 70 millones de estadounidenses hayan votado a un personaje que ha hecho gala durante sus cuatro años de presidencia de ese negacionismo manifestado sobre todo en la presente pandemia, pues es desmoralizador. Desde luego, ha producido en mí tener menos fe en la naturaleza humana. Somos una especie capaz de lo mejor, pero a la vez somos capaces del egoísmo, de la crueldad, de la ignorancia, del orgullo de la ignorancia.
P. ¿Se ha aprendido la lección con esta pandemia?
R. Todos sabíamos, por ejemplo, que se contrataba a médicos por horas para hacer guardias. Bueno, pues ese tipo de recortes es evidente. Sabido está, pues que se implementen los medios para que no se vuelvan a repetir esas soluciones. No sabemos ni cuándo ni qué tipo de pandemia puede volver. Si no hemos aprendido nada es que somos más estúpidos de lo que pensábamos.
P. En su libro destaca a un científico español por encima de todos.
R. El único nombre, y en esto creo que hay consenso, que figura en la historia de la ciencia universal con letras de oro es Santiago Ramón y Cajal. Ahora bien, Cajal tuvo maestros, como Aureliano Maestre de San Juan, que le enseña las técnicas microscópicas, o Luis Simarro, las de la tinción en histología… No olvidemos que era médico, y la medicina es una disciplina que ningún Estado puede marginar.
El país de los sueños perdidos. José Manuel Sánchez Ron. Taurus, 2020. 1.152 páginas. 34,90 euros.