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Energía de un canto rodado

La vida es un oleaje que arrastra éxitos y fracasos, amores perdidos o saciados y otros materiales de derribo

Baile en el Centro Municipal de Mayores Juan Muñoz de Leganés.
Baile en el Centro Municipal de Mayores Juan Muñoz de Leganés.David Expósito
Manuel Vicent

Paseando una mañana por la playa, sin saber qué hacer ni qué pensar, vi que entre la arena había muchos cantos rodados. Los había de granito que eran blancos, con alguna veta azul; otros eran de basalto, muy oscuros. Solo por entretenerme escogí uno al azar y comencé a sobarlo de forma que su textura tan suave me extrajo de las yemas de los dedos un extraño placer al que no sabía dar nombre. Hace un millón de años ese canto rodado sería una pequeña roca informe, llena de aristas, vomitada desde el fondo de la tierra por algún volcán y ha sido el mar con el oleaje y la resaca, pasando sobre ella infinitas veces, el que la ha bruñido y cargado de una rara energía, que ahora desde la mano me subía por el brazo hasta un punto indeterminado del cerebro. Tal vez ese canto rodado había estado esperando a que yo lo eligiera desde que en el planeta había dinosaurios alados y los primates no habían bajado todavía de los árboles. Por encima de este canto rodado habían pasado todos los vientos de la historia. Pensé si sería posible convertir el tacto de este canto rodado en una conquista del espíritu. Sin duda la vida es un oleaje que arrastra éxitos y fracasos, sueños incumplidos, amores perdidos o saciados y otros materiales de derribo. En una terraza de la playa, un autobús había desembarcado una excursión de viejos jubilados. Estaban tomando el sol con los ojos cerrados. Imaginé que sobre ellos había pasado la vida hasta convertirlos en cantos rodados como el que yo llevaba en la mano, que después de acariciarlo por última vez como a un ser vivo que contenía toda la historia de la humanidad, hice con él lo que me gustaba hacer de chaval. “A ver si hay suerte y se produce un milagro”, me dije. Lo lancé al mar de forma que dio dos o tres saltos a flor de agua antes de desaparecer en el fondo y en ese momento en la terraza de la playa comenzó a sonar el bolero Reloj no marques las horas y todos los cantos rodados bien agarrados para no hundirse comenzaron a bailar.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.
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