Homero y la inteligencia artificial
Confiar la invención a las máquinas reduce nuestra facultad de inventar, ya acorchada por la incapacidad para concentrarnos, deslumbrados por las pantallas


La descripción del escudo de Aquiles fue la primera inteligencia artificial. Y nos enteramos ahora. Homero dedica en la Ilíada un buen segmento de su relato a narrar cómo era ese escudo y lo que en él aparecía representado en relieve; figuran estrellas, emboscadas, ciudades, asambleas, personas que desempeñan profesiones, campos de cereales en los que ocurren escenas costumbristas y hasta elementos que difícilmente podrían estar plasmados en el escudo si este hubiera existido: ganado mugiendo, un niño que canta con delicadeza... En el escudo de Aquiles parecía haber toda una representación del cosmos entonces conocido. Para el lector de la Ilíada, en medio de un relato de ardores guerreros, la descripción de cómo era ese escudo grande y pesado forjado por los dioses como una obra de arte era una especie de respiro narrativo.
El pasaje fue muy bien recibido en la tradición posterior y dio lugar a todo un género en la escritura: la descripción de obras artísticas, lo que las retóricas y los tratados llamaron con la voz griega écfrasis. La écfrasis es la representación de una representación, la versión en palabras de una obra artística: el poema que versifica sobre un cuadro, la pieza literaria que alaba una escultura... No se describía un paisaje o una persona, sino la forma en que la obra artística los representaba. Distinta de la paráfrasis y menos conocida que ella, la écfrasis fue también un ejercicio retórico de escuela: los estudiantes tenían ante sí una obra que habían de convertir en palabras con la indicación precisa de que, para que la tarea fuera exitosa, tenían también que interpretar, sacar fuera aspectos de la obra artística y sumar a ellos su propia visión. Odas a urnas griegas o relatos breves sobre una escultura de Apolo son productos verbales nacidos de piezas artísticas, en algún caso con resultados memorables que han pasado a la historia de la literatura.
La inspiración de este movimiento estuvo en el escudo de Aquiles, que quizá nunca existió, pero que terminó siendo creado, primero con palabras y luego con materia. Porque la celebridad de ese pasaje de la Ilíada hizo tentador recrear el antecedente de la descripción, seguir los datos de Homero como si fueran instrucciones y esculpir escudos de Aquiles en cerámica (algunos se exponen hoy en museos) o pintarlos en escenas mitológicas para imaginar cómo quedaría en los brazos del héroe tan bello instrumento.
El camino inducido por la Ilíada fue que de la palabra se llegó a la imagen, en una especie de écfrasis inversa. Y eso es lo que hoy, en versión simple y automática, tenemos a nuestra disposición con algunas herramientas de inteligencia artificial. Sí, podemos pedir a una aplicación que genere una imagen donde, me excuso, Cleopatra esté sentada a los pies de las ruinas incas de Machu Picchu acompañada del primer ministro británico actual comiendo ambos gofio canario. Y la imagen sale. Y podemos instar a que en ella aparezcan enfadados, o sorprendidos porque ha empezado a nevar, o leyendo EL PAÍS. Y la imagen, de nuevo, saldrá. Podemos sugerir un escorzo, un encuadre determinado, una paleta cromática específica... Y si seguimos empeñados en hacer proliferar este uso de la inteligencia artificial, ya no será el mejor artista quien diseñe o pinte bien, sino quien mejor hable, quien mejor describa, quien más atinadamente sepa dar instrucciones con palabras a la máquina robótica que crea.
Si antes, en la écfrasis que practicaban nuestros antepasados, la creación visual era previa a su representación con palabras, el procedimiento automático actual se levanta a la manera homérica: primero se explica y después se recrea visualmente, en un proceso que relega al autor en favor de la herramienta. Se describe para crear, y esto tiene consecuencias. Porque ante estas aplicaciones que crecen veloces y que nos hacen temer estafas, sesgos y malversaciones éticas, estamos cediendo la interpretación de nuestras palabras y la creación final a la máquina. Nos limitamos a describir.
Confiar la invención a las máquinas hace decrecer nuestra facultad de inventar, ya acorchada por nuestra incapacidad para concentrarnos, deslumbrados ante el brillo de las pantallas. Han crecido la escolarización, la educación, la lectura y el número de países que declaran ser democracias. Pero ha menguado nuestra disposición para interpretar, diluida entre consignas y mensajes simples, maniqueos, fáciles de entender. Ya no estamos en la época de Homero, pero nuestro cosmos, siendo mayor, parece no haber engrandecido nuestras posibilidades. Se ha rebajado nuestra capacidad de abstracción, de figuración, de reflexión profunda sobre las emociones, los problemas o las debilidades que no se pueden describir si no es interpretativamente. ¿Se le ocurriría a una máquina representar todo un microcosmos en un escudo, como hizo Homero? ¿Cómo se representan la turbación, el hastío o la renuncia? Miedo me da pedirle a la aplicación que me genere una imagen de chantaje o de desfachatez o de falta de escrúpulos. Temo obtener una foto de la política española de estas últimas semanas. Y sería una imagen real, no inventada.
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