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Elogio de José, el carpintero

La figura intrascendente del padre de Jesús dice mucho de las dificultades de cada día y de la vida que queda en nada

'Descanso en la huida a Egipto', de Joachim Patinir (1518-1520; óleo sobre tabla), de la colección del Museo del Prado.
'Descanso en la huida a Egipto', de Joachim Patinir (1518-1520; óleo sobre tabla), de la colección del Museo del Prado.
José Andrés Rojo

Cuenta Mateo, el evangelista, que un día José recibió la visita del Ángel del Señor y que este le dijo que siguiera adelante con María, su mujer, que estaba encinta sin que hubieran tenido relación carnal, pues iba a alumbrar a un hijo que “salvará a su pueblo de sus pecados”. Así lo hizo. Se trasladaron a empadronarse a Belén, explica Lucas, otro de los evangelistas, y la criatura nació allí en un pesebre, pues no quedaba sitio en ninguna posada. Llegaron unos magos de Oriente que les regalaron oro, incienso y mirra, luego tuvieron que huir a Egipto. El Ángel del señor le dijo, poco antes, que Herodes había ordenado matar a su hijo. Hicieron un hatillo con unos cuantos bártulos, se pusieron en camino. Ya no regresaron hasta que el peligro pasó, con la muerte de Herodes, y se instalaron en Galilea, en Nazaret. José siguió trabajando.

Por lo que más adelante se escuchó entre las gentes de las primeras comunidades cristianas, José había sido carpintero y le enseñó el oficio a Jesús, su hijo. Pasaba muchas horas en su taller, con la escuadra y el cincel, los serruchos y el mazo y el martillo, con las limas. De vez en cuando se daba un descanso, salía a conversar con otros artesanos, compartía con ellos el agua de su botijo, igual les contaba algún chiste. El tiempo pasaba con lentitud, el muchacho crecía. José es un personaje secundario en esa gran historia que por entonces se gestaba, un tipo del montón, casi una nota a pie de página. Ni siquiera llegó a vivir el tiempo suficiente para asistir en primera línea a los dramáticos hechos que protagonizó su hijo. O, por lo menos, nadie reparó en él. Lo que le tocó fue simplemente estar ahí. No entendía mucho ni del pecado ni de la salvación, es posible que ni siquiera supiese de los grandes planes que elaboraba un Dios en las alturas y en los que María y, sobre todo, Jesús tendrían los papeles estelares.

José le echó alguna vez unas cuantas horas para construir una mesa. La hizo con mucho primor pues alrededor de ella iban a reunirse los suyos a compartir el pan de todos los días y las alubias o los garbanzos. En verano partían una sandía, y aquello era una fiesta; hablaban de las cosas que pasaban en los alrededores, de chismes, alguno de los que allí se juntaban era muy hábil para narrar prodigios y entretenía a los demás con sus exageraciones y sus chanzas. La vida corría, se disolvía y quedaba en nada, José procuraba simplemente hacer bien las cosas.

Igual que el carpintero que no pintaba nada, tampoco pintan nada los que caen destruidos por las bombas que se precipitan desde el cielo arrojadas bajo la bandera de una causa, de una religión, de la mera ambición territorial de las patrias y los imperios. En este elogio de José, una hipótesis: nadie es culpable. La culpa la inventan los que inventan el pecado y la salvación, y los que construyen una trama que al final termina en un desiderátum, o estás conmigo o estás contra mí. En esa escena del portal de Belén, tan familiar estos días, aparece también José, el más intrascendente de todos (junto a los animales). Nada que ver con su hijo, que después multiplicó peces y panes, caminó sobre las aguas, echó a los mercaderes del templo. Grandes hazañas, tan grandes si cabe como el enorme sufrimiento de su madre cuando clavaron a Jesús en la cruz. En esa historia mayúscula el carpintero no es nada más que un pegote, pero por ser un pegote se parece demasiado a nosotros mismos. Verlo llevando a los suyos camino de Egipto quizá sirva para hacernos cargo de lo que se nos viene encima. Felices fiestas.


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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.
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