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Columna
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Tiempo de Navidad, tiempo de coser los rotos

En estos días en los que tan fácil resulta volver a la infancia es cuando se descubren los desgarros a los que obliga la vida

'Descanso en la huida a Egipto', de Joachim Patinir, de El Prado.
'Descanso en la huida a Egipto', de Joachim Patinir, de El Prado.
José Andrés Rojo

En el Evangelio de san Lucas se cuenta que José y María subieron de Nazaret a Belén para empadronarse. Obedecían a un edicto del emperador César Augusto que aplicó en Siria el gobernador Cirino. María estaba embarazada y, cuando llegaron allí, “se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada”. El Ángel del Señor se ocupó enseguida de avisar a unos pastores que dormían al raso en las cercanías y que hacían turnos para vigilar al rebaño. Les anunció que les acababa de nacer un salvador y que lo reconocerían porque sus padres tenían a la criatura con pañales en un pesebre. Se produjo inmediatamente después un poco de barullo porque vino una “multitud celestial” a colocarse junto al ángel y alabar a Dios. Los pastores fueron a Belén, encontraron al niño, hablaron de lo que les había ocurrido y cuantos los escuchaban quedaban maravillados. Y así empezó más o menos todo, según una de las versiones.

Hay otras. En la del Evangelio según san Mateo se habla, en cambio, de unos magos de Oriente que llegaron a Belén para adorar a ese “rey de los judíos” que acababa de nacer. En esta versión se explica que era Herodes quien reinaba en Judea. Le llegaron noticias de lo que había ocurrido y no le gustaron, así que envió a que mataran a todos los niños de Belén y de la comarca entera. El ángel del Señor intervino con premura y se metió en un sueño de José para avisarle del riesgo que corría el pequeño. “Huye a Egipto”, le dijo. Lo hizo, y lo salvó.

Son días estos en que se recuerda y se celebra el nacimiento de Jesús, y menos mal que no se acude mucho a las fuentes, porque es fácil hacerse un lío y es complicado entender cómo ocurrían entonces las cosas. Nada se sabe del Ángel del Señor en el siglo XXI, nadie conoce su aspecto, y tampoco ha habido noticias de esa “multitud celestial” que lo suele acompañar en algunas ocasiones especiales para alabar a Dios. Hay mucha gente, de hecho, que desde el siglo XIX ha dado incluso por muerto a Dios. Otros, en esa misma época, se afanaron en cambio en estudiar al personaje histórico, al Jesús de carne y hueso que creció en Nazaret. Uno de ellos fue el historiador Ernest Renan. Fue el responsable de una misión científica que exploró en 1860 y 1861 la zona donde vivió Jesús. Habla con asombro de Nazaret, de ese “conglomerado de casas edificadas sin estilo” que presentan un “aspecto seco y pobre”. De los alrededores escribe que “son deliciosos” y afirma que “ningún otro lugar del mundo fue tan propicio para ensueños de felicidad absoluta”.

A cuantos hemos vivido en Occidente nos llevan desde hace siglos cocinando en una cazuela a fuego lento con los ingredientes de estas historias de Jesús. Forman casi parte de un paisaje interior y por eso todo el mundo se acuerda de las Navidades de su infancia. Luego, claro, vas creciendo. Y comienzan los desgarros. Estos días tienen a veces algo que ver con el afán de intentar coser esos rotos que se van arrastrando de cualquier manera, o por lo menos de hacerles algún apaño. Que tengan suerte, que les vaya bien en estos festejos. El ángel del Señor está desaparecido y corren tiempos difíciles.


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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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