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tribuna
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Las leyes marciales y la vida humana

No sé cuántos ucranios se han visto obligados a ir al frente, y cuántos han estado dispuestos a arriesgar todo para contribuir a un futuro libre de su patria

Ukrainian Armed Forces
Un soldado ucranio de la 24 Brigada Mecanizada dispara un obús hacia posiciones rusas cerca de Chasiv Yar, en la región de Donetsk, en noviembre pasado.Foto: 24th Mechanized Brigade (EFE)

“Mi hijo se encuentra muy mal” suplica una mujer subiendo por la famosa escalera de Odesa, con un niño sin vida en sus brazos. Alza el pequeño cuerpo ante los soldados, que avanzan con fusiles aplastando a todos que encuentran a su paso. La escena es recogida en la célebre película El acorazado Potemkin (1925) de Serguéi Eisenstein, pero se basa en los hechos históricos reales: la implacable intervención del ejército ruso ante una protesta popular. Pero lo que el cineasta soviético realizó por encargo del poder comunista ruso, con el fin de recrear la fallida rebelión social de 1905 y mostrar la crueldad del poder imperial del antiguo régimen, hoy miramos en una clave más amplia: ¡qué poco valen las vidas humanas propias y ajenas en un país como Rusia, con su voluntad de poder y expansión sin límites!

Esta asociación cobra un sentido aún más alarmante ante la noticia de los nuevos “matices” en la doctrina nuclear rusa. Putin ya cumple su amenaza de responder con creces a misiles de largo alcance que la nunca benévola política norteamericana ahora envía para, supuestamente, ayudar a los ucranios. De momento los misiles rusos se dirigen a Ucrania, y no a los países de la OTAN, como también se insinuaba desde el Kremlin. Todo ello va a suponer más víctimas en ambos lados, más enemistad, si cabe, y complejidad a la hora de reconstruir la vida cuando un día, la guerra se acabe. ¡Cuán lejos e inverosímil suena ahora la posibilidad que proponía Gorbachov, con el apoyo de Mitterrand, de hacer una confederación de seguridad europea que incluyera a Rusia. ¿Hubiera contribuido a acabar la eterna querella entre Rusia y Occidente? Seguramente hubiera sido una estructura capaz de limitar los caprichos particulares de un Putin, y también de un Biden o Trump. Y Europa en su conjunto hubiera sido más fuerte ante los cambios de rumbo en la política norteamericana. Hablo de todo ello con un amigo que conoció de cerca el ajedrez de la política mundial, y particularmente de este Oriente europeo, Rusia, Ucrania, Bielorrusia. “Eran momentos de gran esperanza; hoy prefiero mantenerme callado”, comenta.

Odesa, ahora en Ucrania, también es evocada con frecuencia por ser blanco de los ataques actuales rusos. Se trata de un puerto marítimo estratégico, aparte de una ciudad de enorme riqueza cultural. Cuando Eisenstein sitúa el argumento de la película, pertenece al Imperio ruso, y cuando la realiza, es un puerto de la URSS. El nombre del buque donde empieza la rebelión narrada rinde homenaje al conde Potemkin, uno de los amantes de la gran Catalina, cuyas ambiciones imperiales incluyeron el territorio ucranio entre sus fronteras rusas, en la segunda mitad del siglo XVIII. Las famosas y falsas aldeas de Potemkin —decorados con supuestas casas decentes que este súbdito montaba para contentar a su emperatriz, empleando los extras vestidos de campesinos— simbolizan hasta qué extremo se fomentaba la ceguera del poder político en Rusia: eran escenarios preparados para Catalina, mientras se paseaba en carruaje por los paisajes rurales, con el fin de crearle la ilusión de que todos viven bien y contentos en el país que regenta.

Desde Rusia llegan voces de que la política interior de Putin se dirige asimismo a mostrar que “todo está bien en el mejor de los mundos posibles”. Citando esta máxima de Voltaire, vale la pena recordar otra de las incongruencias rusas: después de cartearse con los filósofos de la Ilustración francesa, Catalina la Grande reconocía que no estaba dispuesta a poner en práctica sus ideas, ya que esto significaría poner patas arriba su imperio, “para imponer soluciones poco prácticas”. La ilustración teórica y el despotismo práctico.

No sé cuántos hombres ucranios se han visto obligados a ir al frente, y cuántos han estado dispuestos a arriesgar todo con tal de contribuir a un futuro libre de su patria. Pero para un ucranio debe de ser bastante más peligroso incorporarse a la lucha armada que para un soldado ruso: son menos numerosos y están en las trincheras intentando defenderse de la segunda mayor potencia militar del mundo, liderada siempre por un poder que se vende como mesiánico.

Respecto a la iniciativa estadounidense de ofrecer misiles con los que los ucranios atacarían los blancos diversos en el territorio ruso, el análisis trasciende una opinión o reflexión antropológica histórica. ¿Apuntarían solo a la población rusa? ¿Sería un ataque selectivo a los objetivos militares? ¿Cuántas víctimas adicionales comprendería? A los europeos del norte se les ha advertido que repasen la ubicación de los refugios antiaéreos. ¿Y nosotros?

La política norteamericana puede ser presidida por líderes diversos, pero lejos de ser filantrópica o justa, ya no tiene como prioridad la estabilidad de Europa. A los ucranios, por otro lado, Biden ahora pide bajar la edad mínima para llamar a las filas a sus jóvenes; de los 25 a los 18 años. No olvidemos que en un país que está en guerra, la movilización no es un acto voluntario. Nadie es optimista, porque cualquier solución presupone sobre todo nuevas pérdidas de vidas humanas. Ahora está por ver si se cumple el deseo de Putin sobre que el poder de Trump pueda presionar a Ucrania para que haga grandes concesiones.

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