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Columna
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Que levante la mano quien se quedó anclado en el siglo XX

El miedo al futuro se extiende y ese es el terreno más fértil para los nuevos intrépidos: los autócratas

Trabajadores de Volkswagen concentrados en Wolfsburgo (Alemania), el pasado 21 de noviembre.
Trabajadores de Volkswagen concentrados en Wolfsburgo (Alemania), el pasado 21 de noviembre.Victoria Waldersee (REUTERS)
Berna González Harbour

Imaginemos un aula magna llena de personas, países, instituciones, grupos musicales, partidos y cuantas cosas queramos incluir. El profesor les invita: “Que levante la mano quien se sienta mejor en el siglo XX” (entendiendo como tal, evidentemente, su segunda mitad). Muchos tardarían en reaccionar, dudarían a la espera de acontecimientos, pero algunos levantarían la mano sin pensárselo dos veces. El más rápido sería Alemania. Perfecto, diría el profesor, y ahora salga a la pizarra a explicarlo.

Alemania, la potencia que emergió con toda su fuerza de la derrota de la II Guerra Mundial, que lideró el continente, que se unificó de un plumazo para asombro de un mundo anquilosado en la Guerra Fría, está adentrándose con pies de barro en un siglo que parece no pertenecerle. Todos los países europeos sufren la misma perplejidad ante unas potencias asiáticas que van ganando las batallas tecnológicas, ante una Rusia agresiva que combina el viejo lenguaje de los tanques con el nuevo de la intoxicación masiva y, especialmente, ante China. Pero es Alemania —explicaría su portavoz en la pizarra— quien más pierde ante el cambio histórico que se avecina.

A punto de cerrarse plantas de Volkswagen y de perder la batalla del motor en la era eléctrica, Alemania ve caer su economía, su confianza, y fracasar su modelo. La frustración se acumula ante lo que muchos consideran una fallida integración de los inmigrantes que Angela Merkel permitió entrar 2015; crece el miedo a que otros sigan llegando sin planes mejores; a que los empleos se sigan evaporando mediante deslocalizaciones de empresas; y también la desafección entre Este y Oeste, incomprensible cuando los alemanes de uno y otro lado llevan ya más tiempo unidos que separados por el Muro. El miedo al futuro se palpa a lo largo y ancho del país. Y se evapora la convicción de que la economía que tan bien funcionó en el siglo XX es imbatible. China es la gran amenaza económica y los próximos aranceles de EE UU no ayudan.

El fin del gas barato que procedía de Rusia no solo ha sacudido sus cuentas —las públicas y las domésticas— sino también la autoestima de un país que no acostumbraba a dudar de sí mismo. Las elecciones se acercan tras la ruptura de la coalición gobernante; el canciller Olaf Scholz persiste a pesar de su nulo carisma y la ultraderecha y la ultraizquierda xenófoba encuentran el campo fértil para su mensaje: el miedo. Los alemanes tienen miedo. Todo ello explicaría el portavoz ante esa aula magna, donde otros muchos asistentes se animarían a levantar la mano y sumarse al club creciente de quienes temen el futuro. Triste que las autocracias y los nuevos Trump sean hoy los más cómodos e intrépidos del siglo XXI. Ellos nunca levantarían la mano.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.
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